Ohm cumplió su parte del trato. Dejó la silla de ruedas automática y utilizó la manual, a pesar de que tardaba en desplazarse el doble de tiempo con Fluke, porque se había hecho la promesa de no salir del castillo hasta que pudiera hacerlo por su propios medios.
Dominique había puesto una mesa muy bien decorada con un mantel almidonado, flores y velas.
Ohm se quedó allí esperando a que Fluke bajara.
Oyó, al poco, el sonido de unos pasos ligeros por las losas del corredor y volvió la cabeza para verlo. Tenía el pelo más largo de lo que había pensado y le caía por un lado del rostro como una cascada de color castaño ceniza. Iba con la cara limpia, sin maquillar, y llevaba una camisa suelta y holgada que le daba un aspecto de chico moderno e independiente.
–Tiene un pelo maravilloso –dijo él mientras Fluke tomaba asiento a su derecha.
–Gracias.
Ohm no podía apartar los ojos de Fluke. Era de una belleza inquietante, como los héroes de Tolstoi o Brontë, con esa palidez y ese aire de persona reservada e intocable.
–¿Cuándo fue la última vez que se dejó el pelo suelto?
–Ni lo recuerdo –respondió Fluke, apartando la mirada.
Él sintió un impulso casi irresistible de alargar la mano hacia él y enterrar los dedos entre sus mechones espesos y sedosos. Podía oler su aroma a jazmín. Sintió una gran excitación. Parecía uno de sus sementales cuando olían a una yegua nueva.
–Debería soltárselo más a menudo.
–Estaba pensando en cortármelo.
–No lo haga.
Fluke se encogió de hombros y tomó un vaso de agua de la mesa. Ohm vio cómo se lo llevaba a la boca y tomaba un pequeño sorbo con mucha delicadeza. Era un chico tan discreto y reservado que resultaba fascinante observarlo. Aquella pequeña muestra de debilidad en la sala de masajes había despertado en él una pasión muy especial. Su boca le había revelado todo lo que su voz y sus gestos parecían querer mantener oculto.
Fluke lo deseaba.
Se preguntó si sería un hombre muy experimentado. No tenía aspecto de serlo. Sería raro que fuera virgen a los veintiséis años, pero no imposible. Le había dicho que no estaba interesado en tener una relación en ese momento. Eso podía significar que había mantenido una relación estable hacía poco. Tal vez, hubiera acabado mal y estaba ahora tratando de superarla.
Se oyó el gorjeo de los pájaros acomodándose en las ramas de los árboles para pasar la noche. El aire era cálido y tenía la fragancia del olor a la hierba recién cortada. Tuvo la sensación de que llevaba años sin respirar aire fresco, a pesar de que solo hacía unas semanas del accidente.
Sintió un dolor agudo en el corazón al pensar que podría pasar el resto de su vida metido entre cuatro paredes. ¿Cómo podría soportarlo? No se sentía vivo si no desarrollaba una actividad física intensa. Le gustaba sentir la adrenalina en las venas cuando acometía un aventura de riesgo, deslizándose por la pista de esquí con mayor pendiente o escalando la ladera más vertical de una montaña. Había vivido al límite porque se sentía reconfortado con los retos físicos que él mismo se planteaba. ¿Cómo iba a conformarse ahora con una vida sedentaria?
–Hábleme de su vida en Londres.
–Es muy monótona. Carece de interés para un hombre como usted –respondió Fluke.
–No llevo esa vida libertina que dicen los periódicos. Comparado con Kao, mi hermano menor, podría decirse que soy más bien conservador.
Después de todo, estaba a punto de sentar la cabeza y casarme –añadió él, llevándose la copa de vino a la boca pero sin llegar a probarlo.
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Heridas imborrables
Romance: Ohm Thitiwat, el conocido millonario y playboy, había vivido siempre al límite. Pero, cuando un accidente lo confinó en una silla de ruedas, al cuidado de un chico cuya belleza lo cautivó, se vio sumido en un estado de rabia y frustración. Acostum...