2

15 3 0
                                    

El puerto permanecía en calma, pero en la ciudad, la noche cobraba vida. Las calles estaban iluminadas por lámparas de aceite, y el murmullo de conversaciones resonaba en la distancia. Panamá, apoyado en el alféizar de su ventana, dejó escapar un suspiro. Había algo en el aire: una mezcla del salitre marino y la fragancia tenue que aún permanecía después de la visita de España al puerto. El aroma del alfa siempre quedaba impregnado en cada rincón, tan característico, tan imposible de ignorar.

El joven omega intentaba calmarse. Su ciclo estaba cerca; su cuerpo lo advertía con pequeños cambios: la sensibilidad en su piel, la calidez que empezaba a arremolinarse en su interior. No era un celo todavía, pero lo sentía venir. Lo peor era que España estaba en la ciudad, y su sola presencia parecía acelerar el proceso, como si su naturaleza respondiera al alfa de forma involuntaria.

"¡Maldita sea!", pensó, cerrando los ojos con frustración. No podía dejar que eso lo dominara, no ahora. Cada vez que España llegaba, todo su esfuerzo por mantener las apariencias tambaleaba. ¿Cómo podía explicarlo? No era solo el dominio natural que tenía sobre él como alfa, sino también ese magnetismo personal, esa forma de hablar y de moverse que hacía que Panamá perdiera el control de sus propios pensamientos.

El leve sonido de pasos en el corredor lo hizo girar la cabeza. Panamá abrió la puerta y encontró a México, quien caminaba con un aire de cansancio.

El leve sonido de pasos en el corredor lo hizo girar la cabeza. Panamá abrió la puerta y encontró a México, quien caminaba con un aire de cansancio.

"¿A dónde vas tan tarde?" preguntó Panamá, sintiendo un ligero alivio al ver a alguien familiar.

México se detuvo y lo miró con una expresión mezcla de fastidio y curiosidad. "A entregar unos documentos a Perú. España insiste en que todo esté listo para mañana."

Panamá asintió lentamente. "Siempre encuentra algo para mantenernos ocupados."

"Es su forma de marcar territorio," dijo México con una sonrisa sarcástica, cruzándose de brazos. "Pero no puedes culparlo, ¿no? Es el alfa del imperio, y no hay nada que le guste más que recordárnoslo."

Panamá sintió cómo el calor volvía a subirle al rostro. México no sabía lo cerca que estaba de la verdad. La presencia de España era como una sombra constante que lo envolvía, una mezcla de autoridad y algo más que Panamá prefería no nombrar.

"Bueno, no te quedes aquí suspirando," añadió México con una sonrisa perezosa antes de marcharse. "Nos vemos mañana en la reunión. Prepárate para otro sermón sobre nuestras 'responsabilidades'."

La reunión de las colonias
La mañana llegó demasiado rápido, y el salón de reuniones estaba lleno. En torno a la gran mesa, los países se ubicaron siguiendo la jerarquía que, aunque nunca se mencionaba directamente, era evidente en la disposición. Cada uno traía consigo una parte del imperio, pero también su propia naturaleza.

México y Argentina, ambos betas, estaban en el centro, compartiendo bromas con un aire más relajado, pero aun así atentos a las miradas de España. Perú, también beta, revisaba documentos con minuciosidad, mientras que Chile, un omega joven pero reservado, observaba todo desde el fondo con los brazos cruzados. Uruguay, otro omega que solía mantenerse callado, aunque sus ojos reflejaban una aguda curiosidad.

Cerca de ellos, Venezuela, un omega con un carácter fuerte, intentaba ignorar las miradas de España, aunque su cuerpo traicionaba una ligera tensión. Colombia, un alfa algo despreocupado, conversaba con Paraguay, otro beta de temperamento pacífico. Mientras tanto, Ecuador, un beta que rara vez hablaba en público, tomaba notas con esmero.

Cuando España entró, su presencia llenó la sala como una tormenta repentina. Su aroma alfa impregnó el aire, marcando su territorio sin necesidad de palabras. Los omegas se tensaron de inmediato. Panamá vio cómo Venezuela desviaba la mirada, cómo Argentina ajustaba el cuello de su camisa y cómo Ecuador dejaba caer su pluma con torpeza. Incluso los betas, que solían mantenerse más serenos, adoptaron una postura más recta, mientras que Chile simplemente lo observaba con un ligero asentimiento.

"Buenos días," dijo España, con ese tono autoritario que no dejaba espacio para cuestionamientos. Su mirada recorrió la sala como si pesara a cada uno de ellos. "Espero que estén listos para discutir los informes de comercio y los nuevos planes de expansión."

Mientras hablaba, Panamá hacía todo lo posible por concentrarse en sus palabras. Pero era difícil. Cada vez que España se movía, su cuerpo reaccionaba, y la cercanía del alfa era un recordatorio constante de su posición en la jerarquía. No importaba cuánto intentara resistirse; su naturaleza lo traicionaba.

"Panamá," dijo de repente España, rompiendo sus pensamientos. "¿Tienes algo que añadir sobre el estado del puerto?"

Panamá sintió que todos los ojos se posaban en él. Tragó saliva y se levantó lentamente. Su voz sonaba más débil de lo que quería, pero al menos no temblaba. "Todo está en orden, señor. Los barcos llegan y parten según el cronograma, y los comerciantes reportan ganancias estables."

España asintió, aparentemente satisfecho, pero sus ojos se detuvieron un momento más de lo necesario sobre él. "Asegúrate de que continúe así. Tu puerto es una de las piezas más importantes de este imperio. No quiero errores."

"Sí, señor," respondió Panamá, volviendo a sentarse mientras sentía cómo el calor de la mirada del alfa seguía presente.

Durante el descanso, los murmullos llenaron el salón. Bolivia, un omega y hermano de Perú, se solía mantenerse al margen, habló en voz baja con Honduras, un beta que parecía más interesado en escuchar que en opinar. Por otro lado, El Salvador, un beta animado, intentaba animar a Nicaragua, un omega que parecía nervioso por la reunión.

Mientras tanto, Argentina encontró a Panamá en un rincón tranquilo. "¿Te estás escondiendo de alguien?" preguntó, una sonrisa burlona en sus labios.

"Estoy descansando," respondió Panamá, intentando sonar indiferente.

Argentina se rió entre dientes. "Claro, descansando. Aunque, no sé, parece que alguien te pone más nervioso de lo normal." Sus ojos se dirigieron al lugar donde España estaba conversando con México y Perú. "¿Será el gran alfa del imperio?"

"¡No digas tonterías!" replicó Panamá, sintiendo el calor subir a sus mejillas. Pero su reacción solo hizo que Nueva Granada se riera más.

La jerarquía entre los alfas, betas y omegas del imperio era una realidad innegable, y aunque ninguno lo mencionaba, todos la sentían en cada mirada, en cada palabra que España pronunciaba. Panamá sabía que, al igual que él, muchos de los otros países cargaban con sentimientos contradictorios hacia su superior. Pero lo que más lo atormentaba era que, mientras los demás parecían resignarse, él no podía ignorar el caos interno que la presencia del alfa despertaba en su corazón.

La corona en el istmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora