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España sostuvo a Panamá contra su pecho durante unos momentos más, dejando que el peso de su presencia envolviera al omega completamente. La respiración de Panamá, aunque todavía temblorosa, comenzaba a calmarse, ajustándose al ritmo firme y seguro del alfa que lo tenía entre sus brazos.

“Lo ves, pequeño,” murmuró España, su voz profunda resonando contra el oído de Panamá, “cuando dejas de resistirte, todo se vuelve más sencillo. Tú solo necesitas confiar… y dejarme guiar.”

Panamá cerró los ojos, permitiendo que el calor del cuerpo de España se filtrara en él como un bálsamo contra su agitación interna. Quería negar lo que sentía, la forma en que su cuerpo y su mente respondían al alfa, pero cada vez se hacía más difícil encontrar argumentos que sostuvieran su resistencia.

“No creo que pueda hacerlo,” confesó en un susurro apenas audible, su voz cargada de vulnerabilidad. “Siempre he estado solo, España. Siempre he tenido que luchar por mí mismo…”

España lo escuchó en silencio, sus brazos rodeándolo con más fuerza, como si esas palabras fueran un recordatorio de la carga que Panamá había llevado durante tanto tiempo. Había algo profundamente doloroso en esa confesión, pero también había una chispa de determinación en los ojos de España.

“No estás solo ahora,” dijo, su tono firme pero reconfortante. Sus manos comenzaron a moverse de nuevo, trazando círculos lentos en la espalda de Panamá, calmándolo mientras hablaba. “No tienes que cargar con todo. Estoy aquí para ti, aunque todavía te cueste aceptarlo.”

El omega dejó escapar un suspiro largo, como si esas palabras hubieran aliviado una presión que llevaba años acumulándose en su pecho. Pero antes de que pudiera responder, España tomó su rostro entre sus manos una vez más, inclinándose para mirarlo directamente a los ojos.

“Escucha bien, Panamá,” dijo, su tono dejando en claro que no había espacio para discusiones. “Voy a demostrarte que no tienes que luchar más. Pero necesito que me dejes entrar, que confíes en mí.”

Panamá no respondió de inmediato. Sus ojos se llenaron de dudas, pero también había una llama latente de esperanza que España reconoció al instante. Aprovechando ese momento de vulnerabilidad, el alfa dejó que sus dedos rozaran la línea de la mandíbula de Panamá, moviéndose con una ternura que contrastaba con su usual dominio.

“Eres mucho más fuerte de lo que crees,” continuó España, su voz bajando a un susurro mientras sus labios se acercaban lentamente al rostro del omega. “Pero incluso los fuertes necesitan descansar. Necesitan que alguien los cuide.”

Y entonces, sin darle tiempo a procesar sus palabras, España cerró la distancia entre ellos, dejando que sus labios capturaran los de Panamá en un beso firme y cargado de intención. El omega se tensó al principio, sorprendido por la repentina cercanía, pero no pasó mucho tiempo antes de que su cuerpo comenzara a relajarse, respondiendo al alfa con una mezcla de timidez y anhelo.

El beso fue lento, deliberado, como si España estuviera marcando su territorio de una manera que iba más allá de lo físico. Sus manos se deslizaron hacia la cintura de Panamá, sujetándolo con firmeza mientras profundizaba el contacto. Panamá, por su parte, dejó escapar un pequeño sonido que era a partes iguales sorpresa y rendición, sus manos moviéndose tentativamente para aferrarse a los hombros de España.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban respirando con dificultad, sus ojos fijos el uno en el otro. España levantó una mano para apartar un mechón de cabello del rostro de Panamá, su expresión más suave ahora, pero no menos intensa.

“Esto no termina aquí,” dijo España, su voz baja pero llena de promesas. “Voy a cuidar de ti, Panamá, aunque todavía no lo entiendas. Y te guste o no, voy a demostrarte que no necesitas cargar con todo solo.”

La corona en el istmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora