España lo observó en silencio por un momento, sus ojos oscuros fijos en el rostro de Panamá, que se debatía entre el orgullo y la vulnerabilidad. El alfa dejó escapar un suspiro pesado, y cuando habló, su tono era bajo, cargado de una mezcla de irritación y algo más que Panamá no podía identificar.
"Deja de resistirte," ordenó con una brusquedad que cortó el aire entre ellos. Sin previo aviso, tomó a Panamá por el mentón, obligándolo a levantar la mirada. “Mírame cuando te hablo.”
El omega se estremeció ante el contacto, pero no apartó los ojos, atrapado por la intensidad de la mirada de España. “¿Qué… qué estás haciendo?” preguntó, aunque su voz sonaba más como un susurro ahogado.
“Estoy tomando el control de esto antes de que tú lo eches a perder,” respondió España sin rodeos. Su mano se mantuvo firme, aunque no llegó a ser dolorosa. “Tú no entiendes lo que está en juego aquí, Panamá. No voy a dejar que te destruyas solo por tu orgullo.”
“Yo no…” Panamá intentó protestar, pero España no lo dejó terminar.
“No. Ya basta,” cortó el alfa, soltando su mentón solo para tomar su rostro con ambas manos, inclinándose hasta que sus frentes casi se tocaron. “Esto no es una negociación, ¿entiendes? Vas a escucharme y vas a dejar que te ayude. Te guste o no.”
El omega tragó con fuerza, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho. Había algo en la dureza de España que lo hacía sentir pequeño, pero no en un sentido que le desagradara. Era como si cada palabra del alfa perforara las defensas que tanto se había esforzado por construir.
“Siempre tienes que ser tan dominante…” murmuró Panamá, aunque su voz carecía de la fuerza para ser un verdadero desafío.
España arqueó una ceja, sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. “Eso es lo que me hace un alfa, pequeño. Y aunque no quieras admitirlo, es lo que necesitas ahora.”
La respuesta de Panamá fue un silencio tenso, sus manos temblando sobre su regazo mientras intentaba no ceder a los instintos que lo empujaban hacia él. Pero el calor que lo consumía, combinado con la presencia imponente de España, hacía que cada segundo de resistencia se sintiera más inútil.
España lo estudió por un momento más antes de levantarse. “Ponte de pie,” ordenó, extendiendo una mano hacia él. “No vamos a resolver esto mientras estés hecho un desastre en esa cama.”
Panamá lo miró con incredulidad. “¿Qué… qué estás diciendo?”
“Te dije que iba a ayudarte, y eso significa que vas a hacer lo que te diga,” dijo España con una firmeza que no admitía réplica. Su mano permaneció extendida, expectante. “Ahora levántate.”
Con un suspiro tembloroso, Panamá finalmente tomó su mano, permitiendo que España lo ayudara a ponerse de pie. El alfa lo sostuvo con fuerza, asegurándose de que no se tambaleara. Cuando Panamá intentó apartarse ligeramente, España lo sujetó con más firmeza, acercándolo lo suficiente para que pudiera sentir su respiración en el cuello.
“No te muevas,” murmuró España, su tono bajo y amenazante. “Si sigues intentando luchar contra esto, solo será más difícil para ti.”
El omega apretó los dientes, odiando la facilidad con la que España lo manejaba, pero al mismo tiempo, había algo reconfortante en su fuerza, en la seguridad que proyectaba. Sin darse cuenta, dejó escapar un suspiro de rendición, sus manos aferrándose débilmente al pecho de España en un intento desesperado de mantenerse en pie.
“Eso está mejor,” dijo el alfa, sus labios curvándose en una sonrisa ligera. “Finalmente estás empezando a escuchar.”
“Esto no significa que confíe en ti…” murmuró Panamá, aunque sus palabras carecían de la convicción necesaria para ser creíbles.