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El amanecer trajo consigo un aire fresco que parecía limpiar los rastros de la noche pasada. Panamá se levantó con el cuerpo pesado, arrastrando los pies hasta la pequeña mesa donde reposaba un cántaro de agua. Se lavó el rostro, buscando despejar las sombras que el sueño había dejado en su mente. Pero por mucho que lo intentara, no podía ignorar esa sensación persistente de incomodidad que lo seguía desde el instante en que despertó.

La rutina de la mañana lo envolvió poco a poco, permitiéndole distraerse. Después de desayunar algo rápido, se puso el uniforme y salió de su cuarto, listo para cumplir con las tareas asignadas. Trabajaba en uno de los despachos principales, llevando documentos entre oficinas y asegurándose de que todo estuviera en orden.

Sin embargo, mientras el día avanzaba, comenzó a notar algo extraño en su cuerpo. Un calor incómodo empezó a instalarse en su pecho, extendiéndose lentamente hacia su abdomen. No le dio importancia al principio, pensando que era el cansancio acumulado o, quizás, un efecto residual del licor de la noche anterior.

Pero el calor no desapareció. Por el contrario, se intensificó con cada hora que pasaba. Su piel comenzó a sentirse más sensible, y su respiración se volvía ligeramente irregular cada vez que alguien pasaba cerca.

Fue cuando estaba organizando unos documentos en un archivo que sintió la primera señal clara de alarma. Un compañero alfa se acercó para entregarle unos papeles, y Panamá notó cómo el hombre olfateaba el aire, deteniéndose por un momento antes de apartarse rápidamente, como si hubiera detectado algo peligroso.

Panamá tragó saliva, sintiendo el corazón acelerarse. No podía ser… ¿Celo? No, no era el momento. No lo esperaba, y mucho menos en un entorno tan expuesto.

El calor en su cuerpo comenzó a ser más evidente. Las pequeñas gotas de sudor que resbalaban por su frente eran un claro indicio de que algo no estaba bien. Sentía su mente nublada, su concentración resquebrajándose mientras intentaba continuar con sus tareas.

Pasó el día evitando a los demás, manteniéndose en las esquinas menos transitadas del edificio, pero no pudo escapar del aumento gradual de su aroma. Para la tarde, algunos alfas que trabajaban cerca ya comenzaban a mirarlo con más frecuencia. Panamá podía sentir sus miradas, escuchar sus pasos más lentos cuando pasaban junto a él. La incomodidad lo abrumaba.

Finalmente, al llegar la última hora del día, Panamá ya no podía más. Su cuerpo temblaba ligeramente, y el calor lo sofocaba desde dentro. Necesitaba salir de allí antes de perder completamente el control.

Se apresuró a guardar sus cosas, intentando no llamar la atención. Pero justo cuando salía por la puerta trasera del edificio, se encontró de frente con Colombia.

"¡Hey, Panamá! ¿Estás bien?" La voz de Colombia tenía un tono despreocupado al principio, pero se detuvo en cuanto el aroma de Panamá lo alcanzó.

El rostro de Colombia se tensó, y su expresión cambió por completo. Era evidente que había reconocido lo que estaba ocurriendo. "Espera, ¿estás… en celo?"

"Déjame pasar," murmuró Panamá, desviando la mirada mientras intentaba esquivar al alfa.

Pero Colombia levantó una mano, bloqueándole el paso. "No puedes andar así por aquí. Esto… esto es peligroso, Panamá. Déjame ayudarte."

Panamá levantó la vista, con el rostro encendido tanto por la vergüenza como por el calor que lo consumía. "No necesito tu ayuda. Puedo manejarlo."

"¿Manejarlo?" Colombia bufó, claramente intentando mantener el control de sí mismo. "Tu olor está llenando todo el lugar. Si alguien más te encuentra así… No, no voy a dejarte solo."

La corona en el istmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora