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Después de aquel intenso y perturbador momento, España no volvió a mencionar nada sobre lo ocurrido. El alfa, en su característica frialdad, había vuelto a su comportamiento habitual, como si nada hubiera cambiado. Cada vez que Panamá lo miraba, no encontraba ni una pizca de arrepentimiento o de complicidad en sus ojos. España lo trataba de la misma manera que siempre lo había hecho, con esa mezcla de indiferencia y control que definía su presencia.

Panamá, por su parte, se mantenía en silencio. No se atrevió a preguntar, ni siquiera a insinuar lo que había sucedido entre ellos. Era como si las palabras se le hubieran atascado en la garganta cada vez que pensaba en ello. Había algo en el aire, un peso inexplicable, que le impedía volver a tocar ese tema. Tenía miedo de las consecuencias de desafiarlo, de revelar cualquier debilidad que pudiera dejarlo vulnerable ante el dominio que España ya había demostrado tener sobre él.

Los días que siguieron fueron una mezcla de normalidad y extraña incomodidad. El entorno a su alrededor parecía no haber cambiado, pero Panamá, sin poder evitarlo, se sentía diferente. Más distraído, más perdido en sus pensamientos. La tensión de lo que había sucedido entre él y España seguía palpitando en su interior, aunque trataba de reprimirla. Su mente no dejaba de regresar a esos momentos, a las palabras del alfa, al roce de sus manos, al poder absoluto que había sentido sobre él.

A pesar de sus esfuerzos por ocultarlo, sus compañeros empezaron a notar el cambio en él. Los gestos de Panamá, que siempre habían sido firmes y confiados, se volvieron más vacilantes. A veces, lo atrapaban mirando al vacío, como si estuviera perdido en algún lugar lejano, con los ojos ausentes. Otros lo notaron más callado, más retraído, como si una parte de él se hubiera retirado del mundo que lo rodeaba.

“¿Panamá, estás bien?” le preguntó uno de sus compañeros en un momento, observando cómo el omega se quedaba en silencio mientras el resto conversaba animadamente.

Panamá se sobresaltó, como si hubiera sido despertado de un sueño profundo. Rápidamente, levantó la mirada, tratando de ocultar cualquier signo de su inquietud. “Sí, claro,” respondió con una sonrisa forzada. “Solo estaba pensando en algo.”

Pero no era un pensamiento cualquiera. No era un simple remordimiento, ni una simple preocupación. Era esa sensación incómoda, esa necesidad inexplicable de entender lo que había ocurrido con España, y más importante aún, qué iba a significar todo eso para él a largo plazo.

Al principio, sus compañeros pensaron que era solo un estado temporal, algo que podría superar rápidamente. Pero los días pasaban y la distracción en Panamá solo parecía crecer. En reuniones o momentos tranquilos, su mente vagaba lejos, mientras sus manos jugaban con los bordes de su camisa o se frotaban la nuca, gestos que no solían ser parte de su comportamiento habitual.

A veces, sentía que los miraban de manera extraña, como si supieran que algo no estaba bien, aunque nadie mencionara nada al respecto. Solo España, ese maldito alfa, parecía tan distante como siempre. Como si nada de lo que había sucedido entre ellos tuviera peso en su vida. Y esa indiferencia, esa falta de reconocimiento por lo que había ocurrido, solo lo dejaba más confundido.

Era una tortura constante, un tira y afloja entre la necesidad de comprender lo que realmente sucedía dentro de él y el miedo de que cualquier intento de abordar el tema solo lo llevara a un lugar aún más oscuro. Y mientras tanto, España no decía nada, no hacía un solo comentario. Como si ese episodio nunca hubiera tenido lugar.

Pero Panamá sabía que no podía quedarse en esa confusión por siempre. Algo tenía que cambiar, tenía que encontrar respuestas. Sin embargo, cada vez que se encontraba frente a España, el miedo a las consecuencias lo mantenía callado, como si una parte de él todavía estuviera atrapada en esa atmósfera de control que el alfa había creado. Y al final, todo lo que podía hacer era seguir adelante, tratando de esconder sus propios pensamientos y emociones tras una fachada de normalidad.

La corona en el istmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora