España dejó que el silencio llenara el espacio entre ellos, pero era un silencio cargado de intención, más elocuente que cualquier palabra. Su mirada seguía fija en Panamá, observándolo como si el omega fuera un rompecabezas que ya había resuelto, pero del que disfrutaba cada detalle. Su mano, firme pero no apresurada, ascendió por la cintura de Panamá hasta detenerse en la base de su cuello, donde el pulso acelerado del omega parecía latir contra su palma.
“¿Lo sientes?” murmuró España, su voz baja y grave, casi un susurro que reverberó en el pecho de Panamá. “Ese ritmo que no puedes controlar… Es tu cuerpo hablando por ti, omega. Diciéndome lo que tus palabras no se atreven.”
Panamá cerró los ojos con fuerza, intentando ignorar la oleada de calor que lo invadía. Sabía que España estaba en lo cierto, pero reconocerlo se sentía como una derrota demasiado grande. “No… no tienes derecho…” murmuró, aunque su voz sonaba quebrada, como si la lucha interna que libraba estuviera consumiendo las pocas fuerzas que le quedaban.
España dejó escapar una risa baja, cargada de una confianza que bordeaba la arrogancia. “Tú sigues con esa palabra, *derecho*. Pero déjame aclararte algo, Panamá: esto no es cuestión de derecho. Es cuestión de poder. Y yo tengo todo el que necesito para hacer que te rindas, aunque todavía intentes resistirte.”
Con esas palabras, su mano se movió hacia el rostro de Panamá, tomando su mandíbula con firmeza y obligándolo a mirarlo a los ojos. “Deja de esconderte. Mírame y dime que no quieres esto. Dime que no sientes cómo tu cuerpo está respondiendo a cada toque, a cada palabra que te doy.”
Panamá intentó hablar, pero las palabras no llegaron. Todo su cuerpo temblaba bajo la mirada penetrante de España, sus manos apretadas en puños inútiles a los lados. No podía negar lo obvio, pero tampoco podía aceptar la verdad que España le ofrecía.
El alfa lo estudió por un momento más antes de hablar de nuevo, su tono un poco más suave, pero no menos dominante. “No voy a obligarte a decirlo. Pero tu silencio ya me lo dice todo.”
Lentamente, España dejó que su mano bajara, deslizando sus dedos por el pecho desnudo de Panamá, trazando líneas invisibles que parecían incendiar la piel del omega. Cada toque era calculado, una mezcla de firmeza y delicadeza que hacía que Panamá se sintiera atrapado entre el deseo y el miedo.
Cuando los dedos de España llegaron a la cintura de Panamá, el alfa se inclinó lo suficiente para que sus labios rozaran el oído del omega. “No te voy a soltar, pequeño. No hasta que aprendas que no necesitas luchar contra esto.”
El tono era casi tranquilizador, pero Panamá sabía que detrás de esas palabras había una promesa inquebrantable. Intentó apartarse, dar un paso atrás, pero los brazos de España lo rodearon con rapidez, atrayéndolo aún más cerca.
“¿Adónde crees que vas?” preguntó el alfa con una sonrisa ladeada, su voz un susurro cargado de autoridad. “Aquí, en mis brazos, es donde perteneces. No voy a dejar que sigas huyendo.”
El omega dejó escapar un jadeo ahogado cuando sintió las manos de España moverse con más seguridad, deshaciendo con facilidad el último obstáculo que quedaba entre ellos. Su pantalón cayó al suelo en un susurro de tela, dejando a Panamá expuesto y vulnerable bajo la mirada intensa del alfa.
“Así está mejor,” dijo España, sus palabras casi un ronroneo que hizo que Panamá cerrara los ojos con fuerza, intentando bloquear las emociones que lo abrumaban. “¿Ves lo fácil que es dejar de luchar? Te sienta bien, Panamá. Mucho mejor que esa terquedad inútil.”
Panamá no podía hablar. Su respiración era errática, sus manos temblorosas mientras intentaba cubrirse, pero España no se lo permitió. Con un movimiento firme, tomó las muñecas del omega, manteniéndolas a los lados mientras su mirada recorría cada centímetro de su cuerpo.
