La brisa nocturna acariciaba las calles silenciosas de la ciudad mientras Panamá caminaba hacia su dormitorio. Sus pasos eran lentos y vacilantes, no tanto por el licor que había compartido con los demás, sino por el cúmulo de emociones que bullían en su interior. La charla con los otros países había sido un bálsamo, un recordatorio de que no era el único que lidiaba con la sombra de España. Pero ahora, a solas, ese alivio comenzaba a desvanecerse.
Al llegar a su dormitorio, abrió la puerta con torpeza y cerró detrás de sí, apoyándose un momento contra la madera para recuperar el aliento. Su mente estaba ligeramente nublada, pero su cuerpo seguía sintiendo la presión de la jornada, la intensidad de cada interacción con España y el peso de las expectativas que siempre lo perseguían.
Se dejó caer en el pequeño camastro que ocupaba el centro de la habitación. Aunque el espacio era modesto, estaba ordenado, con pocos objetos personales que reflejaban su estilo práctico y reservado. Panamá se descalzó lentamente, dejando caer sus botas al suelo, y se recostó de espaldas, mirando al techo.
El aroma persistente del alfa aún parecía estar impregnado en su ropa, mezclándose con el aroma propio de su naturaleza omega. Cerró los ojos, intentando calmar la maraña de pensamientos que lo invadían. Pero en su mente solo podía ver esos ojos oscuros que lo analizaban, esa voz que lo envolvía con un poder que no podía controlar.
"Siempre quieres más de mí…" murmuró en voz baja, apenas consciente de que había hablado. Sus dedos se cerraron sobre la manta que cubría su cama, como si intentara aferrarse a algo tangible en medio de la tormenta de emociones.
Su cuerpo respondió de una manera que lo hacía sentirse vulnerable, un recordatorio de su propia biología. Su instinto omega, siempre latente, se intensificaba cuando estaba cerca de un alfa dominante como España. Por mucho que luchara contra ello, había momentos en los que no podía ignorarlo.
Sin embargo, había algo más que mero instinto. Había emociones, deseos reprimidos y una necesidad de ser visto como algo más que una colonia, más que un subordinado. Panamá deseaba que España lo mirara, no como a un inferior, sino como a alguien digno de respeto y, quizás, algo más.
Intentó sacudir esos pensamientos, pero el licor parecía amplificar todo lo que normalmente lograba reprimir. Sus ojos comenzaron a cerrarse, pero antes de que pudiera perderse en el sueño, escuchó algo que lo hizo tensarse: el murmullo de voces en el pasillo.
Era tarde, y la mayoría de los otros países ya habían buscado descanso, pero esas voces eran inconfundibles. Se esforzó por escuchar, y aunque no pudo distinguir palabras claras, el tono bajo y autoritario le confirmó que España estaba entre ellos.
Panamá se levantó lentamente, como si algo lo llamara, y se acercó a la puerta. No tenía intención de abrirla; no quería ser descubierto. Sin embargo, apoyó el oído contra la madera, intentando captar algo más.
Las voces continuaron por unos minutos más antes de desaparecer, y Panamá regresó a su cama, sintiendo una mezcla de alivio y desilusión. Era como si su cuerpo hubiera esperado, contra toda lógica, que España viniera por él.
Al recostarse nuevamente, su mente comenzó a vagar. Recordó los momentos en los que España lo había tocado, no con violencia, pero tampoco con cariño. Cada gesto de autoridad, cada mirada cargada de expectativas, cada vez que su aroma alfa lo había rodeado, marcando su territorio. Panamá se estremeció, su cuerpo reaccionando de una forma que odiaba admitir.
En su confusión y cansancio, los recuerdos se mezclaron con su imaginación. Se vio a sí mismo enfrentando a España, rompiendo la barrera de subordinación que siempre había existido entre ellos. Imaginó lo que diría, cómo exigiría ser tratado como un igual, cómo le gritaría que no era un objeto, un capricho ni un peón.
Pero la fantasía siempre tomaba un giro inesperado. En lugar de luchar, sus pensamientos lo traicionaban, mostrándole una imagen de España acercándose, cediendo terreno, mirándolo no como a un subordinado, sino como a alguien que realmente importaba.
El sueño finalmente lo atrapó, pero fue inquieto y lleno de imágenes que lo perseguían. España estaba allí, con esa presencia dominante que siempre lograba consumirlo. Lo veía parado frente a él, su rostro tan enigmático como siempre, sus ojos oscuros ardiendo con una mezcla de autoridad y algo más, algo que Panamá no podía identificar del todo.
En el sueño, España lo observaba en silencio, y esa falta de palabras decía más que cualquier discurso. Panamá intentó hablar, pero su voz no salía, como si su propio cuerpo le hubiera fallado. Fue entonces cuando España dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellos. Su aroma, ese aroma que siempre lo desarmaba, se volvió más fuerte, envolviéndolo en una cálida prisión que no podía resistir.
"¿Por qué siempre luchas contra esto?" murmuró España, su tono bajo y casi desafiante. Sus dedos se acercaron, rozando la mejilla de Panamá con una suavidad que lo hizo temblar.
Panamá no supo qué responder. Quería gritarle, exigirle respuestas, pedirle que lo dejara en paz, pero al mismo tiempo deseaba quedarse en ese momento, en ese contacto. Sentía cómo su cuerpo traicionaba a su mente, inclinándose ligeramente hacia el toque, como si anhelara algo que sabía que nunca podría tener.
"Porque no quiero ser solo un capricho", logró decir finalmente, con una voz quebrada que reflejaba todas las emociones reprimidas. "No quiero ser una sombra en tu vida."
España se quedó en silencio por un momento, sus ojos oscuros recorriendo el rostro de Panamá. Su mirada era intensa, como si buscara algo en él, algo que Panamá no podía entender. Pero antes de que pudiera decir algo más, el sueño comenzó a desvanecerse.
Panamá despertó bruscamente, con el corazón latiendo desbocado y el cuerpo cubierto de una fina capa de sudor. Se sentó en la cama, intentando recuperar el aliento. La habitación seguía a oscuras, iluminada solo por la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana. Llevó una mano temblorosa a su pecho, como si intentara calmar el torbellino de emociones que todavía lo consumía.
"Solo fue un sueño", susurró para sí mismo, aunque la sensación de los dedos de España en su piel seguía tan vívida como si hubiera sido real.
Sin embargo, no podía ignorar el calor persistente en su cuerpo, el anhelo que se negaba a desaparecer. Sabía que era imposible, que España nunca lo vería como él quería ser visto. Pero aun así, una parte de él seguía esperando, deseando, soñando con algo que no podía nombrar.
La noche avanzaba, y Panamá permaneció despierto, mirando el techo, atrapado entre la realidad y sus propios deseos. Afuera, la brisa continuaba soplando, pero dentro de él, una tormenta seguía rugiendo, una que no podía ignorar, por mucho que lo intentara.