Que gatita tan mona

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Tras el fatídico encuentro con Salva, Nataly no se sentía para nada liberada, todo lo contrario, se había comportado como alguien despechada y sustituida por otra mujer y eso le seguía doliendo.
<<Cómprate algo bonito>>, habló mi yo condescendiente. <<Eso, eso, tú gasta dinero con lo que cuesta ganarlo>>, esa era crítica. <<No seas así, lo necesita>>.
—¡Chicas!, ¡chicas!, ya está bien, no necesito comprarme nada. Solo quiero volver a casa, comer algo y estar tranquila.
Mientras hablaba conmigo misma la gente no paraba de mirarme y yo simplemente les sonreía. <<Ni que fuera algo malo hablar sola>>.
   Al pasar por una tienda de alimentación me entraron ganas de comer, así que entré tomé uno de sus cestos y deambulé por las estanterías. Cogí unas tostaditas, salmón, paté y una botella de vino rosado. Aquella sería mí cena.
Pagué la cuenta, el dependiente era un joven moreno de ojos marrón claro, su sonrisa era agradable, no tendría más de veinticinco años, <<una pena, no me gustan los chicos jóvenes>>, sacudí mi cabeza una vez pagada la cuenta y embolsado los productos, <<se suponía que acababa de romper una relación de más de un año y ya estaba mirando a otros hombres y encima más jóvenes>>
—Ni se te ocurra, Nataly —. Me dije en voz alta nada más salir de la tienda.
No pude evitar mirar hacia el interior, el joven volvió a sonreírme. —¡Qué no! —. Me regañé.
Al llegar a mi calle ya buscaba las llaves en el bolso, abrí primero la puerta de la portería, después el buzón, saqué toda la propaganda y algunas facturas, accioné el botón del ascensor y subí al segundo piso.
Busqué en el llavero las llaves que abrían la puerta de casa y accedí a su interior. Nada, no escuché nada y eso me sumió de nuevo en una profunda tristeza, joven exitosa y solitaria, aquel era mí perfil.
Entré en la cocina y dejé todos los productos que había comprado sobre el mármol, fui hasta el comedor dónde cogí el mando de la televisión y lo accioné en el canal de noticias. La actualidad que narraba el presentador era como si la noticia fuera algo que podría cambiarnos la vida, para mí no era de vital importancia, la voz y su contenido quedaron en un segundo plano, mientras pensaba en el tipo de vida quería llevar a partir de ahora y solo saqué la conclusión de que era tan simple como una silla de tres patas, casa, trabajo y Salva.
Pensar en Salva era doloroso, ya que todas nuestras amistades giraban en torno a él, yo apenas si tenía un par de amigas de las cuales una trabajaba conmigo, me tapé la boca, tenía que haberla llamado, corrí hasta la entrada cogí mi bolso y en el móvil tenía unas diez llamadas perdidas de Victoria.
Abrí la aplicación de texto y comencé a teclear lo típico, qué estaba bien, qué había hablado con Salva y qué mañana comíamos juntas en el bar de siempre para ponerla al día.
Ella me contestó con varios emoticonos que me sacaron una sonrisa. Picoteé algo de lo que había comprado y como trabajadora compulsiva que soy decidí dedicarle un par de horas a revisar el mail corporativo. Había avisado a mis clientes de que estaría fuera de la oficina, pero que me podían hacer las consultas por correo electrónico.
Al acabar de repasar todas las consultas, anoté en la agenda de trabajo las reuniones concertadas y de nuevo estaba en el sofá, miré el reloj y faltaban diez minutos para las doce del mediodía, era la primera vez que había huido del trabajo por motivos personales, aparte de sentirme fuera de lugar tirada en el sofá pensando en lo que estaría haciendo yo a esta hora en la oficina, me sentía sola, muy sola. Cerré los ojos, me acurruqué y tapé con una suave mantita, y con el mando hacía un recorrido de la programación de los canales ordinarios, nada interesante.
Accioné la plataforma de películas y escogí un clásico, <<Los puentes de Madison>>. Aquella era una de las películas más románticas que haría reafirmar que esos amores sólo ocurren en la gran pantalla, así que accioné el play y me dispuse a verla de nuevo.
A lo lejos el campanario tocaba los primeros cuatro cuartos, seguidas las campanadas y yo inicié la cuenta atrás a la espera de llegar a la última campanada.
—Cuatro, tres, dos, una y...
La verdad es que no esperaba dormirme con aquella simple cuenta atrás, cuál fue mi sorpresa que al abrir los ojos la oscuridad no fue el mayor de mis problemas, me movía con facilidad y sin perder la orientación en ningún momento.
Saqué mi cabeza de debajo de la manta y la moví de forma curiosa, me sentía rara, así que di un saltito y salí del interior del sofá y me preparé para sentir el frescor de la casa, fue entonces cuando vi que mi salón era de grandes dimensiones y yo, yo era... <<no, no y no>>, levanté lo que sería mi mano y no era como tenía que ser, en vez de dedos tenía un pelaje blanco que cubría lo que parecía que era una pata, di un saltito y mis cuatro patas me hicieron caer en el suelo con suma suavidad, no me lo esperaba, fui hasta la entrada de la casa y con la poca luz que entraba desde el exterior pude ver lo mona que era, una preciosa gata de color blanco y pelaje largo, mi naricita era pequeña, coqueta y mis ojos color esmeralda, moví mis cuartos traseros al tiempo que meneaba la cola con un movimiento que me pareció de lo más gracioso.
<< ¿Pero en qué coño estaba pensando?, soy un gato... un gato, ¿qué broma es esta?>>, di unos saltitos sin ninguna finalidad, como si pudiera sacudirme de aquel cuerpo y volver al mío. Corrí de nuevo hacia mi habitación con la esperanza de que estuviera allí tumbado y que todo esto fuera fruto de mi imaginación.
Sobre la cama no había nadie, abrí mi boca para protestar y de ella salió un maullido agudo. Me asusté, así que la cerré.
Me subí a la cama y me metí bajo el cobijo y mentalmente hice una cuenta atrás empezando por los cuatro cuartos y luego desde el doce hasta el uno con la esperanza de despertar de aquella pesadilla..., nada, no pasó nada, moví de nuevo la cabeza de un lado hacia el otro, como si los engranajes de mi mente buscaran una explicación plausible a lo ocurrido, nada, sólo conseguí lamerme compulsivamente la pata para luego pasarla por mi cabeza, mis orejas se replegaban y volvía a su posición de alerta, para acabar levanté mi pata trasera y la mordisqueé, pasé mi rasposa lengua por ella peinándola, no contenta con eso repetí la acción con la otra pata.
Estaba tan asustada con todo lo que hacía sin yo querer y sin saber si realmente era real lo que me estaba sucediendo que caminé hasta el comedor, me subí al sofá y comencé a amasar la manta que había dejado allí, di un par de vueltas y me hice una bolita.
Lo único que sabía era que fuera lo que fuese que me pasaba, estaba segura en casa y tenía toda la noche para averiguarlo. Aunque mi parte racional no tenía ninguna explicación para lo que me acababa de suceder.
Hice un repaso desde el momento en que me desperté y nada de lo que había hecho se salía de lo común, << ¿Cómo había podido acabar así?>>.
Por mucho que me esforzase, yo jamás había deseado convertirme en una preciosa y delicada gatita. Ansié articular una protesta y allí estaba de nuevo ese maullidito agudo.
Quise llorar, aunque no sabía si podía, realmente no sabía nada de gatos, << ¿Qué sentido tenía convertirme en algo o más bien en un animal sin saber nada de...?>>, era absurdo, por muchas vueltas, conjeturas y repasos mentales que le diera, estaba totalmente perdida y no podía acudir en busca de ayuda. Estaba frustrada y enfadada, por muchos adjetivos que buscaba era tal el cúmulo de emociones que resoplé y coloqué mi cabecita sobre las patitas.
Desperté tras una pequeña siesta sobre el sofá y no fui capaz de abrir los ojos, no estaba preparada para volver a ver aquel pelaje blanco y solo me dediqué a pensar en lo ocurrido. Di un pequeño salto y caminé por la casa, tal y como me movía sabía que seguía teniendo la apariencia de un gato. Intentaba asimilar mi nuevo estado, pero seguía sintiendo una tremenda tristeza, al llegar a la cocina salí al lavadero, desde allí podía ver la calle, miré hacia abajo y el vértigo que sentía me revolvió el estómago llegando a marearme, perdí el equilibrio y me precipité al vacío.
Sentí cierta libertad cuando mi cuerpo se precipitaba hacia el suelo, en aquel momento no pensé y acepté que aquel era mi final, hasta que mi cuerpo impactó contra...
Mi yo felino tenía vida propia y se negaba a abandonar una de sus siete vidas, me revolví para no impactar contra el suelo y mis patas amortiguaron la caída, me sentía dolorida y envuelta en tela.
Cuando esta se abrió vi la mirada incrédula y preocupada de un hombre joven. Había sobrevivido al impacto, aquel hombre me había salvado la vida y evaluaba si estaba bien. Estaba paralizada, quería llorar de alegría, aquella caída no era el fin de lo que me estaba pasando, un sentimiento agridulce se instaló en mi garganta, casi podía saborearlo.
Él me cogió torpemente entre sus manos, yo no me moví, aceptaba todo lo que aquel salvador hacía con mi yo gatuno. Supe que era un vecino ya que accedió al portal que tan bien conocía, después en el ascensor accionó el botón de la misma planta dónde yo vivía y por último supe que era la persona que habitaba en la puerta frente a la mía. Aquella era la primera vez desde que me trasladé que coincidíamos.
Sacó unas llaves del bolsillo de su pantalón torpemente, abrió la puerta, entró y yo seguía envuelta en su chaqueta.

Lady & MarrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora