Nat

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   No sé dónde estoy, ni qué hora es, la claridad de la habitación se hace presente y la ilumina, es molesta e intento zafarme levantando..., mi mano, es una mano, abro los ojos y me incorporo de inmediato veo que no estoy sola y entro en pánico.
<<–Mierda, mierda y mierda estoy... ¡estoy desnuda! –digo en voz baja y me tapo todo lo que puedo>>, ya no soy una preciosa gatita. <<–Déjate de tonterías y sal de aquí –. Me dice crítica>>. Su voz suena rara, me ha susurrado en vez de gritar. Vuelvo a situarme en tiempo y espacio,  tengo la piel erizada, estoy desnuda y he de hacer algo rápido, así que deslizo mi cuerpo por la cama hasta caer al suelo, no quiero que ese hombre se despierte y me vea de esta guisa, en su cama y piense lo que no es.
Sin apenas hacer ruido, gateo rodeando la cama y tropiezo con su ropa, esa que se quitó la noche anterior, estiro mi mano hasta atrapar las prendas, gateo un par de pasos fuera de su campo visual y me coloco su pantalón, la camiseta y su jersey que huele a él, su ropa me está bastante holgada, pero servirá. <<Y ahora, ¿qué? –Ahora es condescendiente la que pregunta>>.
No puedo ir descalza y tampoco tengo llaves de casa, veo sus deportivas y me las calzo, son algo grandes, pero me servirán para llegar hasta la cafetería dónde Victoria irá a tomar algo y podré pedirle el juego de llaves que tengo en el cajón de mi despacho.
Una vez llego al recibidor, le robo una chaqueta, abro la puerta y la cierro con sumo cuidado de no hacer ruido, es curioso que la puerta sea justo la que hay frente a la mía. Bajo las escaleras, sé que todavía quedan un par de horas para que Victoria llegue a la cafetería y se tomé ese descanso que será mi salvación. Así que camino hacia allí sintiendo una tremenda vergüenza, por cómo voy vestida y por las explicaciones que tendré que dar a mi amiga, estoy segura de qué ella no me creerá.
Me siento en la cafetería a esperarla, he buscado por todos los bolsillos alguna moneda o billete, en uno de los bolsillos habían las suficientes para pagarme una tila doble que calmará el nerviosismo que yo misma me he generado, al pensar en que explicación tengo que darle a Victoria, no consigo pensar nada razonable, así que rezo para que venga y no me haga muchas preguntas.
Esta es la décima vez que levanto la cabeza y al fin veo a Victoria entrar en la cafetería, le hago una señal y la cara que pone lo dice todo.
—¿Qué te ha pasado?, ¿y esa ropa? —. Mira de nuevo el cómo voy vestida.
Los ojos de Victoria siguen mirándome de forma extraña. Se sienta y la camarera le trae su consumición, café con leche descremada.
—Es una larga historia, necesito que vayas a mi despacho y cojas las llaves de mi casa que hay en el primer cajón –habló de forma calmada, aunque siento que no podré controlar la situación mucho más tiempo.
—¿No me digas que todo esto... —dice señalando con su dedo indice mi apariencia — es culpa de Salva?
—No, no..., !qué va!, él no tiene nada que ver con esto —digo señalándome de la misma forma en que lo había hecho ella —. No te lo vas a creer si te lo cuento.
—Inténtalo —dice y me reta con su habitual tono de voz.
—Está bien tú lo has querido —. Me agarro el puente de la nariz y niego con la cabeza —. Lo único que te pido es que no me tomes por loca —tomo aire y empiezo —. Ayer por la noche me convertí en una gata del tipo persa, me precipité por el balcón del lavadero y él, mi vecino, me salvo la vida, he pasado toda la noche en su casa. Cuando he despertado estaba desnuda en su cama —solté sin pensarlo.
Victoria no me llamó loca, simplemente empezó a reír y cuando pudo articular palabra se quedó con la peor parte del relato y añadió algo que no sucedió.
—O sea —habló entre risas y con un tono algo cursi —, has roto con Salva y te has acostado con el vecino, al que le has robado la ropa por qué la tuya no la encontrabas —siguió riendo.
Para que negarlo, ella se había hecho una idea equivocada de lo que ocurrió y yo no necesitaba aclarar algo que ni yo misma creía.
—¿Vas a traerme las llaves, para que pueda entrar en casa y ser yo misma? —pregunté después de que ella acabara de reír.
—Espera aquí, ahora mismo voy —volvió a mirarme y a reírse de mí.
Victoria se levantó y me dejó sentada en la cafetería, mientras ella salía por la puerta yo me dedicaba a mirar a mi alrededor, debía tener la pinta de alguien a la que el dinero no le sobra, ya que todo aquel que entraba fijaban su mirada en mí, fue tal el apuro que me dio que fui al lavabo. En cuanto me vi reflejada en el espejo entendí el por qué lo hacian. La ropa era de hombre y bastante grande, mi pelo estaba alborotado en la parte de la coronilla tenía el aspecto de ser alguien que vive en la calle.
Mojé mi pelo para bajar el encrespamiento que tenía y recordé las caricias que mi vecino hizo en aquel lugar, maldije por lo bajo. Al salir del lavabo mi sitio ya estaba ocupado por una pareja y entrando por la puerta Salva, yo me giré en un intento de evitar que me viera, no lo conseguí.
—Nataly, ¿eres tú? —preguntó y miró de forma extraña.
Yo quise morir en ese instante, me giré y simplemente asentí. Me dirigí hasta dónde él se encontraba, con un gesto nervioso pasé mi mano por el pelo y coloqué un mechón suelto tras mi oreja, levanté mi cabeza y lo miré a los ojos.
—Sí, soy yo —. Le sonreí al tiempo que le contestaba.
—¿Qué te ha pasado?, ¿y esa ropa? —seguía preguntando.
—Nada —miré por encima de su hombro y divisé a Victoria—. Lo siento Salva me tengo que ir—. Y allí plantado lo dejé.
No crucé más de dos palabras con Victoria, cogí las llaves de sus manos y salí de allí casi a la carrera. Me sentía avergonzada por qué Salva me viese vestida de aquella forma, con Victoria era otra cosa, sé que se pasaría por casa a que le explicara las verdaderas razones del aspecto que tenia en ese momento.
Abrí la puerta de casa y lo primero que hice fue sacarme aquella ropa e ir al baño a darme una ducha caliente, me puse ropa cómoda y fui a la cocina, desde el día anterior no había comido nada y tenía muchísima hambre.
Saqué el queso, el paté y pan, estuve a punto de abrir la botella de vino rosado, pero era demasiado pronto para empezar a beber, así que acompañé aquel almuerzo con agua.
Mientras comía pensaba en todo lo sucedido la noche anterior, ni yo misma le daba crédito a lo sucedido y contárselo a Victoria no había servido de nada. No pude hacer otra cosa que cerrar los ojos y negar con la cabeza una y otra vez.
Recogí la cocina y antes de poner la ropa a lavar saqué todo lo que había en los bolsillos, incluida su cartera, en un primer momento pensé en ver su contenido, <<no estaría nada bien>>, dijo condescendiente y tenía razón, la dejé sobre la mesa de la cocina y puse una lavadora con la ropa del vecino, seguramente en cuanto estuviera limpia se la dejaría en la puerta, << ¿Con qué excusa me iba a presentar yo en su casa para devolvérsela, ni de coña>>.
Me senté en el sofá a esperar que la lavadora acabara el ciclo, no dejaba de pensar en lo mona que me había visto siendo una gata, con esoojos verde esmeralda, nada que ver con mis ojos color pardo. El pelaje blanco y esponjoso en comparación con mi cabello rubio lacio realmente era muy bonita. No daba crédito a lo que estaba haciendo, me estaba comparando con el motivo de mi transformación. Era algo insólito que estuviese pensando en eso. <<Déjalo ya Nat–me digo>>.
La lavadora acabó el programa con su pitido característico, me levanté del sofá, caminé hasta el lavadero y abrí la puerta para sacar la ropa del vecino y meterla en la secadora, espero que no le moleste que ahora huela a esencia floral.
  Me siento en el mármol de la cocina y hago algo que debía haber hecho al llegar a casa y es reaccionar. Desde que vi a Salva en su despacho engañándome pensaba que aquello sería lo peor que me pudiera pasar en la vida, hasta que me convertí en una gata y no solo eso, también me había precipitado desde mi casa y salvada por mi vecino. <<–Nat, podías estar muerta –. Me dije horrorizada>>.
  No podía respirar, con solo pensarlo me faltaba el aire, me bajé del mármol de la cocina y me senté agarrándome las piernas y así controlar el ataque de pánico que empezaba a sentir.
  <<Nat, tienes que hablar con un profesional>>, escuché que decía mí yo condescendiente, <<pero, ¿te estás escuchando?, se lo ha contado a su mejor amiga y no le ha hecho ni caso>>, ahora hablaba el crítico.
  —Chicas, ¡parar ya!, este no es el momento —hablo en voz alta para acallarlas, aunque sé que ambas tienen razón. << ¿Qué pasará cuando me vaya a dormir esta noche?>>, me pregunto una vez que las otras Nat se han tranquilizado y callado.
  Miro mi reloj, todavía es pronto y tengo todo el día para buscar lo que me está pasando. Me levanto y voy hasta la habitación dónde tengo un pequeño despacho, enciendo el ordenador y me siento.
  Tecleo sobre transformaciones y nada de nada. Mucho relato y todo relativo a la ciencia ficción, pero ninguna que pueda explicar lo que me ha sucedido.
  Es muy frustrante estar en esta situación, así que he de pensar en qué hacer y si me vuelvo a ..., no soy capaz de articular lo que viene después, un repelús ha recorrido mi cuerpo y de nuevo la incredulidad se apodera de mi parte racional, esa que me dice que no es posible y que todo lo que me ha sucedido es debido al estrés provocado por Salva.
  Necesito una distracción, así que decido colocarme ropa deportiva y salir a correr, hace mucho que no lo hago y espero que mi cuerpo se resienta provocándome el suficiente cansancio como para poder dormir un rato y que mi cabeza deje de darle vueltas a algo que no tiene explicación.
  Dejo el móvil apagado, tomo de la entrada un cordón dónde coloco la llave de la portería y la de la puerta de mi casa, me la paso por la cabeza y la meto dentro de la camiseta, bajo las escaleras y al salir a la calle noto el frío y maldigo el no haberme puesto un cortavientos, <<qué más da>>, digo restando importancia a mis palabras y comienzo a correr para entrar en calor.
  Acompaso la respiración con el ritmo de mis piernas, me dirijo hacia el parque central dónde puedo correr sin tener que sortear a los viandantes, ni al tránsito. Daré unas cuantas vueltas, las necesarias para agotarme físicamente y que mi mente deje de pensar, algo que hasta ahora no he conseguido.
  He corrido hasta la extenuación, mis piernas han acabado la última vuelta a marcha muy lenta y al final me tumbado sobre la hierba húmeda para recuperar así el aliento. El frío suelo lo siento en mis huesos, me levanto y estoy tan cansada que apenas si controlo mis piernas, me tomo con calma la vuelta y camino despacio.
  Al llegar a casa voy hasta la cocina dónde me hidrato y miro que tengo en la nevera para comer, aunque lo que ahora me apetece muchísimo es prepararme una ducha caliente, muy caliente, ya he empezado a estornudar.
Entro en el baño, me desnudo y accedo a la ducha, cierro la puerta de la mampara, acciono el grifo y regulo la temperatura del agua para que salga tan caliente como mi cuerpo pueda soportar. Reconforto cada músculo pasando la ducha con el agua caliente por todo mi cuerpo.
Al acabar me he envuelto en la toalla, secado rápido y colocado un pijama de franela, he secado mi pelo con el secador en un intento de darle algo de volumen, y ni aun así lo he conseguido, a los cinco minutos ya aparecía el pelo lacio de siempre.
  Para acabar me he preparado un té caliente y tomado un analgésico, un preventivo para lo que pueda venir después de haber estado tirada sobre la hierba mojada.
  Durante todo ese tiempo no he tenido la necesidad de pensar en nada de lo ocurrido la noche anterior ya que seguido de la ducha me he preparado algo consistente, ante el plato de pasta que me he preparado me doy cuenta de lo poco y mal que estoy comiendo desde que..., cómo no quiero que mis pensamientos deriven a algo doloroso, distraigo mi mente enroscando la pasta en el tenedor y metiéndomela en la boca, masticándola y volviendo a realizar la misma operación.
  Soy consciente del temor que siento a que llegue la noche y vuelvo a mirar la hora, solo han pasado cinco minutos, hasta el momento siempre he sido una mujer muy activa y comprometida con el trabajo, ahora estando en casa no soy capaz de relajarme. No dejo de pensar si la transformación forma parte de una realidad permanente o de una casualidades, pensar en eso me aterra.
  Enciendo la televisión y busco en la oferta televisiva algo con lo que no solo entretenerme, más bien estar pendiente para no pensar.
  Sigo sin conseguirlo, así que busco en uno de los canales de pago una serie que, aunque la tengo muy vista siempre me ha reconfortado en los malos momentos, es de abogados, algo desquiciante y poco común. La he puesto desde el primer capítulo y siempre encuentro algo nuevo. Está claro que la forma de entender la justicia en España nada tiene que ver con la estadounidense, por lo que siempre me han fascinado los alegatos finales de cada abogado.
  En uno de los descansos he cogido y doblado la ropa del vecino, la tengo sobre la mesa y antes de irme a dormir se la dejaré en su puerta, me he puesto la alarma para no quedarme dormida en el sofá.
  No sé realmente en qué pensaba cuando decidí ir a correr, me he pasado la última hora estornudando y he añadido al dolor de mis piernas, el de mi estómago de tanto estornudo. Y qué decir de mi nariz parece una fuente, a mi alrededor hay un montón de pañuelos de papel y no consigo que esta pare.
  Cuando suena la alarma me despierto con un trozo de pañuelo en uno de mis orificios nasales, mi pelo se ha encrespado y me duele todo el cuerpo. Me coloco el cordón con las llaves de mi casa alrededor del cuello y cojo la ropa del vecino para dejarla en su puerta. Abro y antes de salir me miro al espejo que hay en el recibidor. Confirmo, estoy constipada y necesito pasar las próximas horas metida en la cama. Salgo al rellano y dejo la ropa sobre su alfombra y leo el mensaje que hay en ella.
  <<Todo el mundo es bienvenido>>. Alargo mi mano y toco el timbre de su casa y antes de darme la vuelta puedo ver cómo se cierra la mía y yo desaparezco quedando sobre mi pijama de franela y lo que era un intento de negar en voz alta a lo que me estaba sucediendo, acabó convirtiéndose en un maullido lastimero.
  Lo siguiente que hago es lamer mi nariz, la siento húmeda y no paro de mover mi lengua. Con mis patas amaso mi pijama de franela, doy un par de vueltas y me enrosco. Creo que es lo mejor que puedo hacer en este momento, la ropa huele a mí y eso me tranquiliza.

Lady & MarrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora