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Sirius salió del Castillo Prince con una bolsa de galletas en la mano y un destello en los ojos. Subió al carruaje que lo esperaba, donde su madre lo recibió con una mirada aprobatoria.

—Espero que tu lección haya sido provechosa, Sirius. El heredero Prince es un joven prometedor, y este tiempo con él no debe desperdiciarse.

—Por supuesto, madre —respondió Sirius, su tono formal y cuidadosamente controlado.

Sin embargo, su mente estaba lejos de las palabras de su madre. Mientras el carruaje avanzaba hacia la mansión Black, Sirius pensaba en James, el primo que había llegado para pasar el verano con ellos. La idea de tener a alguien con quien jugar y reír era emocionante, un contraste bienvenido a las rígidas normas de su hogar.

Al llegar, Sirius prácticamente saltó del carruaje, dejando a su madre detrás. Corrió por el pasillo hasta la sala principal, donde encontró a James y a su hermano menor, Regulus, sentados en el suelo con un tablero de ajedrez mágico entre ellos. James parecía estar explicándole a Regulus cómo hacer un movimiento particularmente audaz.

—¡Ah, por fin llegas! —exclamó James al ver a Sirius—. Pensé que te habían raptado en esa clase de baile tan seria tuya.

Sirius soltó una carcajada mientras se sentaba junto a ellos.

—¿Raptado? No, pero admito que habría sido un escape tentador. Aunque no fue tan malo. Leí un cuento interesante con Severus.

James levantó la vista, curioso.

—¿Quién es Severus?

—Un amigo —respondió Sirius, quitándole importancia al asunto—. Pero hablemos de cosas más interesantes. ¿Cómo va la partida?

James sonrió con picardía.

—Le estoy dando una paliza, pero no te preocupes, Regulus está aprendiendo rápido.

—¡No es cierto! —protestó Regulus, cruzando los brazos con un mohín.

Sirius se unió a la partida, trayendo consigo la bolsa de galletas que Niniel le había dado. Los tres chicos pasaron la tarde jugando y bromeando, con Sirius liderando las conversaciones y James animando a Regulus cada vez que lograba un buen movimiento en el tablero.

Más tarde, esa noche...

Cuando el día llegó a su fin, James y Sirius se quedaron despiertos en la habitación que compartían, acostados en sus camas, hablando en voz baja para no despertar a nadie.

—Ese Severus del que hablabas... —comenzó James, girándose para mirar a Sirius—. ¿Es un buen amigo tuyo?

Sirius se quedó en silencio por un momento, recordando las pequeñas manos de Severus en las suyas y la manera en que sus palabras durante la lectura lo habían atrapado.

—Es... diferente. No es como tú, James. Es más tranquilo, reservado. Pero hay algo en él que me intriga.

James se rio suavemente.

—Eso suena como una manera elegante de decir que te gusta.

Sirius se incorporó de golpe, con una expresión de fingida indignación.

—¡Por favor! Me gusta tener amigos interesantes, eso es todo.

—Claro, lo que digas, Sirius —respondió James con un guiño, volviendo a recostarse.

Sirius lo observó por un momento, su expresión suavizándose. Tener a James allí, con su energía desenfadada y su risa fácil, era un bálsamo para su corazón. Pero al mismo tiempo, había algo en Severus que despertaba en él una curiosidad diferente, un deseo de entenderlo, de moldearlo quizá.

THE ROYAL TRIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora