Capítulo 8: Conclusiones Inconclusas

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En la cueva de la Pachamama el silencio era absoluto. Las respiraciones entrecortadas. Los latidos acelerados. El fuego crepitando, inmutable. La historia jamás contada, la que los definía como tribu y los marcaba con una cicatriz permanente para toda su eternidad, había sido revelada, por fin. Muchas cosas cobraban sentido ahora, muchos puzzles lograban armarse. Pero para algunos, aún quedaban piezas por encontrar. Piezas, que estaban enterradas en las profundidades de los recuerdos, y que no pertenecían sólo a ellos.

Jolyn se había quedado sin respiración. Al ver las caras de la gente, podía darse cuenta cuán bien conocían la historia. Su padre había estado allí... y eso había ocurrido hace dieciocho años. Ella tenía dieciocho años. Había nacido en el apogeo del conflicto. Y no conocía a su madre, y tampoco había hablado de ella con nadie nunca, excepto con su hermana Licia. Pero mientras que ella era de piel oscura, cobriza, casi dorada, como su padre, Licia era de piel muy blanca, de cabello y ojos claros. Sus medios hermanos Fía y Gab también eran de piel clara. Y además, los mellizos tenían diecisiete, y la otra dieciséis. «Esto es demasiado raro, demasiado sospechoso», se dijo. Sobretodo, porque ella y su padre eran casi los únicos de piel oscura de su tribu, sin contar a Mgi y algún otro más, pero que no se parecían demasiado a ellos dos. Su mente había comenzado a maquinar algo grande.

Tuvo que detener sus elucubraciones para escuchar las preguntas que los jóvenes comenzaron a bombardear hacia los que habían hablado.

—Entonces... ¿Cómo? ¿Eso es todo? ¿Qué sucedió luego? ¿Los Rumios Oscuros se quedaron sin espíritu, mataron a todo el mundo... y ya? ¿Nuestra tribu salió corriendo hacia otro lugar para que nos perdieran el rastro?

Preguntó Bía, claramente impactada. Otros preguntaron, a su vez.

—¿Y eso a qué viene con lo que está sucediendo ahora? ¿Los enemigos esos aún siguen siendo una amenaza, incluso sin espíritu?

—¡Sí, eso! ¿Cómo se vinculan aquellos hechos con que nosotros no podamos encontrar comida ahora y empiece a hacer más frío? ¿A caso la madre naturaleza ha sido afectada por las actividades de los homínidos?

—Además... si yo fuera el jefe de los Rumios, lo primero que habría hecho sería vengarme. ¿Han pasado dieciocho años y no se les ha visto nunca más?

La Pachamama y el Maestro escuchaban atentamente todas las preguntas, interesados por la visión de cada uno ante el problema. Mientras Pluffo agudizaba su mente de águila estudiando los razonamientos inteligentes de sus alumnos, Patra se encargaba de sentir la energía del aura de los jóvenes, la sensibilidad de cada uno al hablar de la naturaleza y de sus seres queridos. Sin embargo, ninguno respondía. Esperaban pacientemente hasta que las preguntas menguaran para poder responder en general. Pero Agtin, el jefe, no poseía tanta paciencia. Y, al darse cuenta de eso seguiría hasta el amanecer si no se frenaba, carraspeó para que los insistentes jóvenes callaran. El Maestro sonrió al verlo.

—Bueno, ya veo que tienen muchas preguntas. Intentaré responderlas, pero lamentablemente no podré hacerlo con todas. —Inspiró y luego soltó el aire de a poco—. En medio de toda aquella confusión, todos los que quedábamos salimos corriendo hacia el escondite de nuestra tribu, y ni bien llegamos recogimos a los niños y nos marchamos.

—¿A dónde?

Preguntó un pequeño con los ojos como platos.

—El lugar no es relevante, simplemente fuimos cambiando, como buenos nómades. Hasta que un buen día llegamos aquí, al Valle de los Montes Gemelos, donde descubrimos las cuevas del monte Gu y nos quedamos, como saben, de eso ya hace dos años. Nunca habíamos estado en un solo lugar por tanto tiempo antes, y ahora sé por qué. A pesar de que aquí nunca hemos tenido problemas para conseguir alimento, es peligroso. Los Rumios Oscuros saben donde estamos.

El Viaje de las EsenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora