Capítulo 25: La Bienvenida

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Caía la tarde cuando Los Elegidos llegaron al Árbol Madre.

Aquel lugar era impresionante. Los Enanos no vivían en cuevas, sino en los árboles. Tenían camas de hojas trenzadas entre las ramas, como nidos de aves. Parecía que pasaban la mayor parte de su vida allí arriba. De ellos colgaban frutos, sogas de fibras trenzadas, pieles de animales secándose y herramientas de redes hechas específicamente para ellas. Había tantos hombres como mujeres sentados entre las ramas entretejiendo taparrabos y tallando armas, y los chicos pudieron distinguir una larga rama en que se sentaban media docena de niños, uno detrás de otro ordenados por altura descendente, cada uno trenzando el cabello del que tenía en frente. No importaba el sexo, todos lo tenían de diferentes largos como les apetecía. Pudieron notar que los homínidos sólo caminaban en el área de alrededor del gran árbol, pues en la periferia saltaban de un lado a otro como ágiles monos, sin llegar nunca a tocar el suelo.

—Ahora iremos con la Ishwa. Deben copiar todos y cada uno de mis

movimientos, pero no mis palabras. Hay formas de tratar con ella. No hablen hasta que ella se lo permita. No hablen entre ustedes mientras uno se está dirigiendo a ella. No den rodeos, elijan sus palabras de forma que puedan expresarse lo más simple y racional posible. Ella no conoce su idioma. Yo les haré de intérprete.

Previno Ayén. Los chicos asintieron nerviosos. Atravesaron la franja de hierba que los separaba del árbol Madre, con la Enana a la cabeza. La gente que los veía pasar se les quedaba mirando con una mezcla de sorpresa, miedo y desdén. Intentaron imitar a Ayén, quien caminaba con la cabeza alta y la miraba fija en su dirección, pero no se resistían a echar una mirada furtiva para admirar todo aquello que les resultaba tan diferente y extraño.

Cuando llegaron al pie del árbol, notaron que los enormes nudos de las raíces se extendían por todas partes surcando el círculo de hierba como si fuera el corazón de un gran organismo. Al prestar un poco más de atención, se fijaron que el árbol tenía un hueco en la parte inferior, al igual que el árbol en que se habían escondido hace un rato, con la diferencia de que éste era veinte veces más grande, espacioso, luminoso y acogedor.

Pequeña diferencia.

En la entrada al árbol, los chicos observaron un extraño montículo de enredaderas, hojas y extraños pelos. Al acercarse un poco más se dieron cuenta de que aquello tenía ojos. Unos pequeños ojos azules ciegos.

—Mik inok inoshua.

Pronunció Ayén en inenko. Mientras lo decía se arrodilló, puso su mano derecha en su corazón, cerró los ojos y con la izquierda colocó su pulgar en su nariz y sus dedos índice y mayor en la frente. Dio sólo un toque y luego extendió su mano hacia delante estirando la palma. Un brazo surcado de enredaderas se alargó del extraño montículo, y pasó una mano temblorosa por la mano de Ayén. Una boca se abrió con pocos dientes y pronunció algo, con una voz rasposa y añeja.

—Inosh ih lonwok. Allu.

—Likendo shulikini.

Ayén se levantó y dirigió una mirada alentadora a los muchachos. Ellos repitieron el ritual lo mejor que pudieron, pero no dijeron una palabra, como les había indicado su guía. La cosa repitió su parte también. Su mano era áspera como la corteza, pero irradiaba una extraña energía. Al roce, los chicos se sintieron revitalizados de una manera extraña. En ese momento se dieron cuenta de que aquello era la Ishwa. Una antiquísima mujer envuelta en vegetación. Bno se dio cuenta de que la mano de la anciana se detenía en la suya unos segundos durante su ritual. Percibió una extraña pulsación de energía diferente, como si ella hubiera notado algo extraño en el chico. Clavó su mirada ciega en él, y luego lo dejó y siguió con los demás. Él soltó el aire que había estado conteniendo.

El Viaje de las EsenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora