Capítulo 5: Una Terrible Sospecha

93 19 6
                                    

Una rápida respiración hacía eco en las paredes rocosas. Su cuerpo delataba nerviosismo, sabía que no debía estar allí. Era peligroso.

Avanzó, indeciso, a tientas en la oscuridad. No faltaba mucho. Gateó cinco metros más por el estrecho pasillo, y se topó con una pared de roca. Su corazón latía muy rápido, y gotas de sudor perlaban su frente. Volvió la cabeza hacia atrás, para ver si lo seguían, pero no vio más que negrura. Tanteó la piedra, buscando un recoveco por donde se pudiera pasar al otro lado. El suspenso multiplicaba su miedo a cada segundo.

De pronto, ocurrió lo que más temía.

Se pegó a la pared, con el pecho dándole tumbos, y contuvo la respiración.

-¡Ciceeee! ¿Dónde estás, pequeño? ¡Cice! -Una mujer de avanzada edad apareció en las tinieblas, visiblemente preocupada. Al verlo, gritó su nombre aliviada y corrió hacia él. El pobre la miraba desde abajo, y en ese ángulo parecía una gigante torre siniestra que no acababa jamás. La mujer lo aupó y le dio un abrazo-. ¡Ay, mi bebé! ¿Cómo puedes desaparecer así? ¡Ya te he dicho un millón de veces que no debes venir por estos pasadizos! Son muy peligrosos. Nadie viene aquí más. Puede derrumbarse.

La homínida lo miró a los ojos como para cerciorarse de que por fin lo había rescatado y luego le estampó un beso en la frente, mientras daba la vuelta para salir de aquel lugar. El niño hizo una mueca de asco y se limpió cuando su madre no lo vio. Tenía el cabello negro y la piel clara, y siempre llevaba la barbilla manchada de azul por escabullirse para comer skrops a hurtadillas regularmente. Tenía un año y un poco más, y no sabía caminar aún, pero siempre encontraba la manera de zafar de los mayores gateando hacia lugares poco concurridos y a menudo prohibidos.

La madre lo cargó hasta que pudo distinguir la luz y llegaron a un recinto cavernoso que daba a unas cuantas cuevas más. La más grande tenía una gran entrada por donde se salía al valle. Una mujer menuda y pequeña la miró sorprendida por darse cuenta de dónde venía y luego soltó una risita.

-¿Otra vez colándote en los pasadizos prohibidos, Cice? -Le dijo al niño cariñosamente pellizcándole una mejilla. El bebé la miró con cara de pocos amigos-. Deberías mantener más vigilados a tus hijos, Ols.

-¿Y me lo dices a mí, cuando mi hijo mayor aspira a jefe y tus hijos andan por ahí vagando?

-¿Cómo sabes si tu hijo mayor aspira a ese puesto por tu causa o por la mía? Soy su esposa, creo que estamos igualadas.

-Ni hablar. La madre siempre le gana a la esposa.

-Las madres no se eligen, las esposas sí. Tiene más motivos para hacerme caso.

-¡Yo le he dado la vida!

Las dos mujeres siguieron discutiendo divertidamente, medio en broma, medio en serio. Aunque eran nuera y suegra, eran grandes amigas, y se pinchaban mutuamente como tal. La discusión entre quién era mejor para Kevi siempre había existido. Cice, al ver que su madre se sentaba a conversar y lo soltaba para que juegue con sus juguetes en el suelo, -Un arsenal de palos, ramas y huesos- se encaminó disimuladamente hacia el exterior de las cavernas. La fresca brisa lo golpeó en la cara, pero él se dirigió decididamente hacia donde quería.

Luego de gatear furtivamente unos veinte metros, llegó a sus preciados arbustos de skrops y se dirigió a un fruto especialmente suculento.

-¡Ajá!

Cuando estuvo a punto de metérselo en la boca, un homínido saltó de detrás del seto, asustándolo y casi haciéndolo llorar.

-No, espera, ¡no llores! Soy yo, Rodgo.

El Viaje de las EsenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora