Capítulo 3: Luto

170 29 13
                                    

Un nuevo día nacía en el valle, oscurecido por unas grandes nubes grises. Los pájaros no cantaban, un silencio pesado fluctuaba en el ambiente. Pronto comenzaría a llover. Se sintieron unos pasos pequeños, ágiles, sigilosos.

Ayén miró hacia atrás, cerciorándose de que nadie había despertado aún, y se adentró en las cuevas. Vislumbró un pequeño niño que dormía hecho un ovillo junto a un muchacho que desparramaba sus largas extremidades por el suelo. Sonrió al verlos, y se buscó un sitio a su lado. Se sentó, acurrucada, abrazándose sus pequeñas piernas, mientras su respiración se normalizaba.

La tranquilidad de encontrar a sus hijos apaciblemente dormidos se esfumó tras recordar su preocupación. El día anterior, unas horas antes de la medianoche, la Pachamama había vuelto de su paseo con las hierbas que había ido a buscar, y había preguntado por los cazadores que habían partido a la noche, antes de que ella regresara. Al enterarse que aún no habían vuelto, una gruesa arruga se había acentuado entre sus cejas. Su expresión había continuado así el resto de la noche, y los homínidos no habían aparecido. A Ayén no le gustaba nada que la anciana estuviera preocupada, pues se necesitaba una situación muy extrema para que ella, la pacífica y optimista Pachamama, se pusiera de esa manera. Ayén temía por la vida de los hombres de la tribu, pero sobretodo por la de su esposo, Kevi, y de su hermano Fedico y su primo Bru. Para que la hechicera de su tribu se muestre así de consternada, podría haberles pasado algo malo a sus parientes, los Dioses podrían habérselo dicho.

Suspiró y trató de dormir un poco.

Bno abrió los ojos una vez que estuvo seguro que nadie lo vería. Estaba de espaldas a su madre, que había llegado recién. Tuvo que emplear todos sus esfuerzos para parecer dormido junto a su hermano y que su madre no sospechara. ¿A dónde habría ido? ¿Habría estado ausente toda la noche? Meditó un momento lo que había sucedido la noche anterior. «Ayer no la he visto acostarse, se quedó hablando con la Pachamama hasta altas horas de la madrugada. No debería haberme dormido. Podría haber descubierto si luego se acostó o partió a algún lugar». Se dio lentamente la vuelta y encontró a su madre ya dormida profundamente. Unos surcos oscuros rodeaban por debajo sus ojos. Parecía muy cansada, tenía aspecto de haber estado despierta toda la noche. Pero no había muchos lugares a dónde ir. Se le quedó mirando un largo rato, rebuscando en sus pensamientos. «Tampoco debo sospechar tanto, tal vez fue a buscar algo que la Pachamama olvidó, o se le cayó... o tal vez ni siquiera estuvo ausente toda la noche, sino que se levantó desvelada muy temprano y salió a tomar aire fresco». Observó a su hermano, que respiraba con la boca semiabierta. «Si fue eso está en su derecho. Papá no volvió de la cacería y puede estar preocupada por ello». Volvió a mirar a Ayén y sacudió la cabeza consternado. «No. Mamá confía en papá. Y a pesar de ser vieja, la Pachamama nunca olvida nada. Alguna otra cosa debe haberla incitado a ausentarse toda la noche. ¿Será posible que me lo diga si le pregunto directamente? -Transcurrieron unos instantes en los que mantuvo la vista fija en el techo, pensando-. No. Sabrá que la espié. Mejor intento sacar información de alguna otra fuente».

Bno se levantó al darse cuenta de que no podría volver a dormirse. Esquivó con una fallida delicadeza a los homínidos que dormían. Suspiró por fin cuando dejó el recinto que utilizaban para dormir, y se encaminó hacia la salida principal de las cavernas. Se sentó en el borde de la piedra, con sus enormes pies en el pasto.

Se sorprendió al darse cuenta que estaba más preocupado por su madre que estaba allí sana y salva que por su padre, quien se encontraba en algún sitio, probablemente en peligro. Pero confiaba en Kevi. Después de todo, no en vano era el aspirante más seguro al puesto de jefe que tenía Agtin. Mientras éste era pequeño, no muy atlético, y siempre estaba riéndose y codeándose con Deg, Bru, Fedico y recientemente Bnino, su padre era un hombre serio, alto, musculoso, sin una gota de grasa, que se juntaba únicamente con su inseparable hermano menor Lau para reír de asuntos inteligentes y hacer bromas de ingenio al Maestro. Torció el gesto al recordar una vez más que sus dos padres eran muy inteligentes y él... nada. Incluso ya se había acostumbrado a que su hermano le llamara troglodita. Después de todo, también era su mejor amigo, es posible que se lo dijera cariñosamente.

El Viaje de las EsenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora