Capítulo 39: Traición

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Bno intentó ver por donde iba, pero una mano le empujó la cabeza hacia abajo. Intentó memorizar el suelo, pero le resultó imposible. Todo el suelo era igual en la Selva.

Trató de ver con el rabillo del ojo hacia los lados. A su derecha estaba Lau, con un ojo hinchado y morado, y a su izquierda Gab, con la mandíbula sangrante. Ambos tenían las manos atadas en su espalda con lianas y eran conducidos con la cabeza gacha por un Rumio Oscuro, al igual que él.

Las cuatro chicas iban un poco más atrás, de la misma manera. A ellas las habían amordazado. Tal vez, simplemente por el hecho de ser mujeres, no tendrían derecho a hablar en donde quiera que estaban siendo llevados.

Bno sintió un arrebato de indignación al recordar lo que había pasado al salir del Hoyo. Creían que Ayén los había encontrado, y que por fin habían salido de aquel lugar, sanos y salvos.

Estaban equivocados. Bno sabía que aquél sería un gran día, pero ahora se daba cuenta de que no había especificado si lo sería para bien o para mal.

Ahora lo sabía. Un poco tarde, tal vez.

Creyó que su madre había lanzado aquella liana para salvarlos, pero se había equivocado. Era una trampa. Un homínido robusto y de piel oscura y era quien los esperaba. Bno supo en ese momento que era un miembro de los Rumios Oscuros. «Pero, entonces, ¿De dónde salió la voz de Ayén?» Se preguntó. Estaba seguro que era la de ella. Además, si alguien la hubiera podido imitar, habría sido otra mujer, pero allí no había ninguna. Sólo había hombres fuertes y fornidos y... enemigos. Y ahora, los habían hecho prisioneros. Los llevaban a algún lugar, pero por más que ellos preguntaran, nadie les respondía. Si su madre estaba en algún lado, no parecía querer presentarse. O no podía, tal vez. «O...» Bno sintió un tirón en el estómago. «...Podrían haberla atrapado a ella también, y por eso gritó. Podrían haberle hecho daño. Podría estar...» Bno se negó a pensar así. Su madre era astuta. Debía estar escondida en alguna parte, observando, esperando el momento oportuno para lanzarse a los Rumios y rescatarlos.

Sintió un alarido detrás de él y luego algo lo empujó al suelo. El Rumio se levantó de encima de él mascullando una maldición hacia una de las chicas. Bno casi había sonreído cuando Bía hizo un sonido de suficiencia por una pequeña victoria, tal vez mordiendo o pisando al que la sujetaba, pero se arrepintió al oír sus gemidos cuando el tipo comenzó a golpearla con su garrote. Se tragó su rabia cuando el que lo llevaba tiró bruscamente de su brazo para que se pusiera de pie y siguiera caminando. Sabía que sería una estupidez enfrentarse a ellos. Los superaban en número, y, si no los mataban, acabarían bastante magullados.

Pero no los habían matado, aún. Bno pensó que eso tal vez era peor. Les harían sufrir primero, seguro.

Aún había muchas preguntas en la cabeza de Bno. ¿Qué demonios hacían los Rumios Oscuros en la Oscura Selva de los Enanos? Sí, compartían el adjetivo, pero no tenían nada en común.

Las rodillas le ardían por las raspaduras de la caída. Bno se tragó su dolor y sus dudas y siguió caminando.

De pronto, oyó una voz.

—¡Bno!

Había gritado. Era la voz de su madre. Bno sintió un arrebato de emoción. Más veloz que un rayo levantó el brazo y le golpeó con el codo en la cara a su captor, dejándolo tirado en el suelo agarrándose la nariz. Cargó contra el tipo que sostenía a Gab, viendo que él también comenzaba a reaccionar, al igual que Lau y las chicas. De pronto y casi sin darse cuenta estuvieron libres, y Bno comenzó a correr hacia donde creyó que había llegado la voz.

—No, Bno, ¡No lo intentes!

—¿Qué?

Bno se detuvo de pura consternación. ¿Eso había dicho su madre? Pero aquella mínima distracción le costó lo que había logrado.

El Viaje de las EsenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora