Capítulo 7: La Verdadera Historia

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La cueva era amplia y agradable. A diario era ocupada por una sola persona, quien la mantenía limpia de alimañas y suciedades. Normalmente estaba casi vacía, excepto por un par de rocas, huesos, hierbas y morteros rudimentarios aquí y allá.

Sin embargo, aquella noche estaba repleta de homínidos primitivos. Había tantos que a penas podían moverse. Toda la tribu estaba concentrada en esa cámara. Se habían reunido allí por un motivo muy importante. Mientras los más pequeños se acuclillaban junto al fuego formando el círculo más estrecho con la Pachamama, los círculos concéntricos de gente se extendían hasta llegar a las paredes, donde otros más mayores se recostaban sobre ellas. Los más ancianos, que no eran muchos, se sentaban cansinamente sobre unas rocas que estaban dispuestas de tal forma que la pared sirviera de respaldo.

—Esta noche nos hemos reunido aquí por una razón. —Proclamó el Maestro con su voz atronadora que resonó en las paredes de la cueva. Su rostro tenía una expresión de suma gravedad—. Y esa razón, es algo crucial que nos concierne a todos, y no solo a esta tribu. El mundo entero estará en juego.

Hizo una pausa para escrutar los rostros nerviosos y expectantes de la gente, mientras ellos asimilaban sus palabras. Un niño estuvo a punto de abrir la boca para preguntar por qué, pero otro que estaba a su lado le dirigió una mirada amenazadora y el primero tuvo que resistirse. El fuego crepitaba en el centro de la estancia, proyectando sombras lúgubres en la roca. El silencio se volvió expectante y sepulcral. Al notar las expresiones de ansiedad de su gente, la Pachamama intercambió una mirada con el Maestro y se preparó para hablar.

—Existe cierta historia de los orígenes de nuestra tribu que muy pocos la conocen. Algunos han vivido aquel episodio y prefieren olvidarlo con urgente deseo, como si nada hubiera ocurrido. Otros a penas reconocen rumores, atisbos de sombras de lo que realmente ocurrió. Debido a ciertas cosas que han comenzado a suceder desde hace unos días, algunos tenemos la sensación que un temor olvidado volverá a cernirse sobre nosotros.

La anciana se detuvo para observar una a una las caras de la gente. Algunos intercambiaban miradas de miedo, sospechando lo que más temían. Unos cuantos seguían mirándola atentamente, y los más pequeños e inocentes tenían la mirada llena de curiosidad, como esperando a que le contaran un fascinante e inofensivo cuento. El Maestro decidió continuar, así que carraspeó y se dispuso a seguir, apoyado en el suelo sobre sus talones.

—Como algunos ya sabrán, el origen de nuestra tribu se remonta siglos atrás, donde el tiempo aún era joven, y debía formar su historia. En ese entonces nuestros ancestros se encontraban en un sitio tan lejano, que no alcanzaría una vida entera para llegar hasta allí. Estaba poblado de árboles, y ellos pululaban por allí sin demasiadas complicaciones. Sin embargo, sabían que eran tiempos difíciles, pues los peligros eran más bien físicos y tenían menos formas de defenderse. El fuego era algo mágico e inalcanzable que sólo veían unas pocas veces en su vida, causado por una tormenta o alguna otra manifestación de la naturaleza. Aunque muchos crean que aquella vida podría catalogarse como un paraíso, no era así. La razón, es que nuestros antepasados no estaban solos, sino que existía otra tribu, que continuamente quiso arrebatarles el lugar a nuestra gente. Ambas tribus conservaron una enemistad desde siempre, y nadie supo con exactitud quién empezó aquel pleito. Lo cierto es que aquellos que se hacían llamar Rumios Oscuros eran unos adversarios fuertes y malignos, carentes de compasión. Tuvieron siempre una tendencia oculta y sanguinaria que tomaba al sacrificio y la matanza como una forma de diversión.

Pluffo tomó aire para seguir relatando. Una muchacha se estremeció al verlo así. Las luces temblorosas y anaranjadas recortaban su afilada y torcida nariz, y sus ojos se ocultaban bajo las sobras que producían sus cejas. Su voz sonaba envolvente, hechizante, y vibraba dentro del pecho de Licia. Sintió que algo se movía a su lado y se obligó a separar la vista de la mirada hipnotizante del Maestro. A su derecha estaba Jolyn, y lo que temblaba eran sus manos, también sudorosas. Licia extendió el brazo y le apretó la mano a su hermana, quien le devolvió una mirada nerviosa pero de agradecimiento. Su atención fue devuelta hacia la Pachamama, que continuaba el relato.

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