Capítulo 36: Ideas Vacías

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Gab estaba sentado con las piernas estiradas y recostado contra la pared de roca. Sus ojos cerrados, las manos inertes sobre su regazo y los tobillos cruzados, la cabeza hacia atrás y la boca entreabierta. Tenía un ronquido suave y acompasado.

Lau se encontraba acostado en el duro suelo usando un tronco como almohada. Con su brazo derecho rodeaba a Bía, que se acurrucaba en el hueco de su cuello poniendo sus manos juntas bajo su cabeza. Ambos tenían la mirada perdida en la niebla de arriba, en silencio.

Lau no podía creer que estaba allí con ella. Luego de todo lo que había sufrido, la duda de hablarle o no, la responsabilidad de poner la misión por encima del amor... y bastó una situación de vida o muerte para que ambos revelaran sus sentimientos. Tal vez «bastó» no era la mejor palabra para decirlo, pero así se sentía. Por fin estaban juntos, pese a todo lo que estaban viviendo. Y esperaba que siguieran así.

Fía estaba estirada en toda su largura, con las piernas sobre el regazo de Jolyn y la cabeza en el de Bno. Éste se dedicaba a enredar y hacer nudos en su cabello con aspecto ausente. Ella meditaba, y cada tanto abría los ojos con el entrecejo fruncido y daba un codazo a la pierna de Bno que tenía a su alcance cuando éste le tiraba del pelo.

Licia hacía rato que estaba repitiendo la misma acción: recoger una roca del suelo y lanzarla con fuerza contra la pared. En el momento de la colisión, una chispa saltaba de la piedra y desaparecía al instante. Parecía muy ensimismada en aquella curiosidad.

Mtía estaba un poco más allá, acuclillado en la orilla del río, moviendo el agua con un palito.

Ya nadie hablaba. Hacía cinco días que habían caído en aquel maldito foso, cinco días desde la muerte de Ira, cinco días desde la luna llena. Cinco días que se alimentaban con unas escuálidas algas del fondo del río y unos pocos peces que habían logrado pescar. Habían intentado una y otra vez salir de allí, pero era imposible escalar la pared de piedra, y si seguían el curso del río caminando por el margen, llegaban a un punto en que no podían seguir pues el caudal aumentaba y no quedaba espacio para andar. No podían arriesgarse a tirarse al río, pues éste los arrastraría y no sabrían durante cuánto ni a dónde desembocarían.

Estaban atrapados, y sus ideas para escapar se habían acabado.

Temiendo el tiempo que estarían allí, decidieron hacer algo con el cuerpo de Ira. No podían dejarlo arrastrar por la corriente y dejarla desaparecer, no querían hacer eso. Tampoco podían dejarla simplemente donde estaba, pues comenzaría a pudrirse y no sería bueno presenciarlo... ni olerlo. Así que decidieron enterrar el cuerpo. Hicieron un pozo sacando rocas, la colocaron allí y luego volvieron a taparlo. Colocaron una larga y enorme estaca verticalmente sobre el lugar para saber dónde se encontraba y siempre permaneciera allí.

La poca esperanza que les quedaba se estaba disipando. La única guía que tenían hacia el Brote había desaparecido. No habían encontrado a Ayén por ningún lado. Nadie la había visto caer, y Mtía afirmaba que no lo había hecho. Ira parecía bastante segura de ello también, por el mensaje que le dejó. «Cuando la vuelvan a ver...» había dicho. Como si efectivamente lo fueran a hacer.

Bno pensaba en ello mientras mantenía sus manos ocupadas creando una intrincada red en el cabello de Fía. No estaba seguro de si podría deshacérsela después, pero sabía que a la chica no le importaría demasiado.

Su entrecejo estaba fruncido, y las palabras de Ira seguían reproduciéndose en su mente una y otra vez. Estaba seguro de que Ira sabía más de lo que había dicho. Ella conocía secretos de Ayén, también. Pero ahora había muerto, y con ella la verdad. «...Díganle a Ayén que no olvide quién es su familia». ¿A qué se refería? ¿A los Enanos? ¿A la tribu del Valle? ¿A ella misma? ¿A quién? Bno estaba seguro que su madre no compartía sangre con Ira. Pero algo le decía que ellas se conocían bien... más de lo que ellos alcanzarían a sospechar. Si su historia era cierta... ella había aparecido en el arroyo unos dos años después de que Ayén lo hiciera, cuando él nació. ¿De dónde venía Ira? ¿Tal vez se conocían de antes, de cuando su madre aún era niña en la Oscura Selva? Estaba seguro de que Ira no era una Enana en absoluto. Para empezar, era inmensa, el doble de cualquier Shiaki. Tanto de alto como de ancho. Y no había sido hecha para el silencio, tampoco. Entonces... ¿Qué demonios era la homínida? ¿De quién diablos descendía Licia? Las palabras «no tengo idea» se repetían fastidiosamente tras cada pregunta en la mente de Bno. Había demasiado que averiguar y muy poco tiempo para hacerlo. Para empeorar aún más las cosas, ya habían pasado las dos lunas del mínimo que podían tardar en atravesar la Selva. Si todo hubiera salido perfectamente bien estarían caminando tranquilamente por la Sabana del Terror, con el Brote bajo el brazo y el destino en el horizonte. Sanos y a salvo. Pero en cambio, estaban atrapados en un hoyo de ratas mohoso y putrefacto, muriéndose de hambre sin saber qué hacer.

El Viaje de las EsenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora