Capítulo 31: Aquellos de las Estrellas

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Todo estaba oscuro. El viento que soplaba era gélido. La luna era un fino gajo que pendía en el cielo como una luciérnaga perdida.

Dos figuras salían de las cuevas en silencio. La más menuda tiraba de la otra y reía por lo bajo. Ambas comenzaron a subir al monte Gu, pero la más alta tenía dificultad. Sin embargo, eso no la detuvo. Ascendieron por la roca desnuda, hasta que llegaron a un risco en la mitad del cerro. Se tumbaron en la fría piedra.

Ro suspiró.

—¿No te dije que es hermoso?

—Sí. —Tavaka envolvió un brazo por alrededor de la joven y ésta se

acurrucó junto a él, apoyando su rostro en el hueco del cuello del muchacho. Su piel era fuerte y cálida contra la helada brisa nocturna de las alturas—. Con mi pequeño accidente creía que no me atrevería a subir a un risco nunca más. Me equivoqué.

Ella sonrió y, poniendo la nariz contra el cuello de Tavaka, inspiró.

—Tienes un aroma delicioso.

—Por favor no me comas.

El suave aroma del sudor mezclado con las hierbas curativas que Ro le administraba la deleitaban.

—Sería capaz. Por cierto, me asombra que no te haya dolido la pierna al

subir.

—Lo hizo, pero si te decía ibas a insistir en volver a la cueva esa. Ya me

había extrañado bastante que me propusieras venir aquí, no iba a estropearlo. Estoy aburrido de memorizar los pliegues del techo mohoso.

Ro hizo un mohín.

—Eres un tonto. Podrías haber echado a perder todo el trabajo que me

costó sanarte esa pierna. Podrías haber logrado tener que estar aquí dos lunas más.

—Tal vez quería hacerlo.

Ambos suspiraron de tristeza. Cada vez que llegaban a ese tema de conversación trataban de evadirla y hablar de otra cosa. Sabían que una vez que Tavaka se hubiera curado totalmente debía marcharse, y ese día se acercaba más rápido de lo que querían.

—¿De verdad tienes que irte?

Le dijo ella, mirándolo con ojos vidriosos. Él cerró los ojos por un momento, como soportando un gran dolor. Luego los abrió.

—Sabes que sí. Ya te lo he dicho. No tengo opción.

Ella pasó su otro brazo por su pecho, abrazándolo con fuerza y enterrando la cara en su cuello.

—No me dices por qué no la tienes. Yo te cuidé todo este tiempo. Fui la

única que no pensé mal de ti. Prácticamente te salvé la vida. ¿No confías en mí?

Él hizo una pausa larga.

—Eres la única persona en la que he confiado en toda mi vida. —Sonrió,

y ella sintió que su sonrisa podría romper todo rastro de oscuridad en el mundo. Él era su nuevo sol. Pero de pronto, su sonrisa se desvaneció—. Mi tribu no es buena. Ellos quieren que vuelva. Necesitan... me necesitan. No puedo quedarme aquí. Si lo hiciera... vendrían a por mí. Y no sería para darme un abrazo. Créeme. No quieres que vengan.

«Al menos no antes de tiempo». Pensó Tavaka con amargura.

—¿Ellos te matarían?

Él asintió.

—Sí. Y si descubrieran que tú... que nosotros... si descubrieran que

siento afecto por alguien lo matarán también frente a mis ojos, para hacerme sufrir. Tampoco quieres eso.

El Viaje de las EsenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora