Era el 23 de Junio cuando estaba de camino a Torremolinos, un pueblo costero al oeste de la ciudad de Málaga, íbamos para coger el avión desde allí con destino Lanzarote, que es una de las islas de la comunidad de Gran Canaria para visitarlo de vacaciones, es una isla volcánica actualmente inactiva pero que ya hace tiempo que voló por los aires, eso debería de haber sido un espectáculo.
Estábamos ya a 100 kilómetros de Málaga cuando nos paramos en un bar a tomar un café, era un sitio espectacular, tenía en frente mía una de las montañas que había que cruzar para llegar a la Costa del Sol, terminamos nuestra parada y en seguida retomamos el camino, mi padre, un experto en conducción, iba siempre muy atento y cauteloso en la carretera, se sabía perfectamente todas y cada una de las señalas, caminos, velocidades y lo más importante por las multas, los radares, recordaba yo de pequeño que me encantaba cruzar estas montañas, siempre había algún túnel que cruzar que me "impresionaba", que pequeño era, ojalá volviese atrás, a ese niño inocente de seis años, viviendo en un barrio obrero en plena Sevilla, San Pablo, son algunos recuerdos los que me hacen pensar lo bien que me lo pasaba en algunas situaciones, actualmente vivo en una urbanización no muy lejana de Sevilla, se llama Montelar en un pueblo-dormitorio, San Juan de Aznalfarache, un pequeño pueblo modesto de 20.000 habitantes, aunque ahora vivo "bien", siempre hay cosas que hecho en falta de mi antiguo piso, en aquel barrio, mis amigos, ese ambiente de marujas por las mañanas, esos viernes con mi abuela por la típica calle llena de comercios, esas fiestecillas que se montaban en verano por las noches como forma de aliviar el calor. Y era ya el último cruce, cuando vi un mar de luces, era Málaga, una ciudad al sur de España y de Andalucía, que para mi tenía y tiene unas playas preciosas, una arena fina y de vez en cuando blanca como la luna, cogimos el desvío hacia Torremolinos cuando nos encontramos un atasco. Odio los atascos, sobre todo cuando estas dos horas y media en el coche y cuando estas apunto de llegar con todas las ilusiones de mundo, no era mucho lo que había que esperar así que mis padres y yo nos contábamos cosas, que si los amigos, que si las vacaciones, que si el gato, que si la abuela, que si la familia, y al fin llegábamos al apartamento, no era mío, pero siempre nos lo deja nuestro tío, en los veranos y cuando mi madre pilla las vacaciones, bajamos del coche y me dio el típico "bofetón" de calor, de esos 36 grados, era normal después de estar con diez grados menos en el coche, cogimos las maletas y anduvimos hacia el portal cuando me llamaba un amigo, diciéndome que me lo pasará bien, siempre se agradece que te llamen, eso lo llamo un amigo que te quiere de verdad. El apartamento constaba de cuatro plantas pero era un tanto peculiar ya que la planta baja y la recepción estaba en la última, a la vez que tiene sentido porque estaba situado en un acantilado cerca de la playa de la carihuela, exactamente estaba en el bajondillo daba vértigo ver desde una altura considerable todo, a la vez que bonito porque veías toda la costa.
Las tres de la mañana, no hacía falta despertador, teníamos el ruido de fondo de unas olas violentas rompiendo contra las rocas por la marea extremadamente alta, era aquello precioso, nunca en mi vida había visto algo parecido.
Embobado, mi madre me llama la atención para vestirme, porque íbamos de cabeza hacia el aeropuerto para coger el avión a Lanzarote, cogimos un taxi que desde que entramos hasta que salimos, dimos conversación al conductor, algo empalagoso y pesado aunque nos mantenían despiertos y entretenidos. Llegamos a la terminal número tres y era todavía muy temprano, aprovechamos y facturamos las maletas uno de los primeros de la fila, aunque si que tuvimos que esperar la cola para entrar en el Duty Free, que es una pequeña zona, llena de comercios que están libre de impuestos, es decir, ningún país maneja esa zona, estaba viendo el amanecer cuando avisaban la puerta de embarque para los pasajeros del vuelo hacia la isla, volamos con Vueling, que es una compañía, unida con Iberia, era como el bajo coste de Iberia, es decir más barato, tenía nervios, nos montamos y nos dieron la típica charla de seguridad que se dan en los aviones para tranquilizar a la gente, aunque yo no lo veo así, ya que considero que es una soberana estupidez dar explicaciones cuando es evidente que si el avión tiene algún tipo de fallo a una altura considerable, vas a morir por muy apretado que este el cinturón, el caso es que era obligatorio, pero bueno.
El avión empezó a moverse y no era tanto lo que teníamos que esperar de cola para despegar, me encanta viajar en avión, es una experiencia única. Las turbinas empezaron a moverse rápido y de repente se las oye cogiendo velocidad como una lavadora en pleno centrifugado, cogimos velocidad cada vez más y más, hasta que llegaba el punto en el que el avión despegaba las ruedas del suelo, me encanta esa sensación de volar, cuando te aprieta el asiento en el "trasero" era una sensación rara, pero me gustaba mucho, en pleno vuelo empezaron las turbulencias, bueno, mejor dicho, mini turbulencias porque no eran tan bruscas, mi padre siempre bromeaba conmigo diciéndome por ejemplo que el ala tenía fiso, o que el tren de aterrizaje se había caído o que no íbamos a llegar, menos mal que no me daban miedo los aviones porque sino en ese momento seguro que estaría como un loco corriendo de punta a otra punta el avión suplicando aterrizar en cualquier sitio, me daría igual si hubiéramos caído al agua, total, sabía nadar, pero eso no era lo que me preocupaba, a la hora de vuelo, saque las cartas y me puse a jugar con mis padres....