El ejército dýnamis se desplazaba lentamente por el vasto desierto en dirección a la ciudad capital del norte de Erial, Sabla Urbo. Bajo el sol abrasador, el polvo se levantaba con cada paso de los cincuenta mil soldados que marchaban con una determinación inquebrantable. Inísel, liderando el contingente, cabalgaba con la cabeza erguida, sus ojos fijos en el horizonte. A su lado, sus más leales consejeros compartían su misma resolución.
Cassian, Garath, Kaelan, Isra, Zaidan y Tahiro la flanqueaban, cada uno en su respectivo caballo. Tahiro, siempre estratégico, aprovechó la calma relativa del trayecto para discutir planes futuros.
—Cuando reconquistemos Sabla Urbo... —afirmó con voz firme... —Comenzaré a coordinarme con los otros líderes de las cinco ciudades para unificar Erial. Necesitamos asegurar que nuestra gente pueda convivir pacíficamente con los del Norte. Y ahora que su Ánapse se dirige con más de cincuenta mil dýnamis hacia Sabla Urbo, me preocupa que otros intenten aprovecharse de la desventajosa posición en la que se halla el Desierto de dýnamis. —
Inísel lo miró de reojo y preguntó...
—¿Temes que alguien ataque Sunon y las demás aldeas ahora que están indefensas, sin los debidos dýnamis para proteger el legado de Aelorian? —
El Afentikó asintió con la cabeza e informó...
—Así es. Los dýnamis nunca nos hemos movido de nuestro hogar. Su Ánapse se desplaza hacia el Norte con la mayoría de nuestros guerreros... Me preocupa que las cinco ciudades aprovechen la situación en la que nos encontramos... Así que me gustaría prevenir cualquier futura conflagración con los dignatarios y representantes del Norte una vez que lleguemos allí... —
Inísel asintió, considerando la propuesta como una buena idea. La unidad de Erial era crucial para el futuro que todos deseaban construir, un futuro de paz y prosperidad, alejado de las sombras del pasado y las divisiones internas.
Mientras avanzaban, el paisaje desértico iba cambiando. Las dunas de arena se extendían hasta donde alcanzaba la vista, intercaladas con pequeñas áreas de vegetación escasa que ofrecían un respiro del interminable mar de arena. Los soldados marchaban en silencio, conscientes de la importancia de su misión y del arduo camino que aún les quedaba por recorrer.
En Sabla Urbo, las cosas eran muy diferentes. Varios enmascarados pertenecientes a la organización de la Garra del Tigre se encontraban en las murallas de la ciudad, observando con atención las llanuras desérticas. La noticia de la marcha de Inísel y su ejército les había llegado a través de sus espías, y sabían que la confrontación era inevitable.
Entre los enmascarados estaba Aric. Se giró hacia uno de sus líderes, un hombre conocido como Thalros, y le preguntó seriamente.
—En kune: Kion ili planas fari kiam tiu virino alvenas kun la du elementaloj ĉe Sabla Urbo? (¿Qué planean hacer cuando esa mujer llegue con los dos elementales a Sabla Urbo?)
Thalros, una figura imponente y enigmática, sonrió bajo su máscara.
—En kune: Elementaloj... ni ne diris tiun vorton dum jarcentoj (Elementales... no hemos pronunciado esa palabra en siglos)... —Su voz ronca resonó mientras continuaba —. En kune: Kiu estus imaginta, ke ĉi tiu idaro verŝajne estas la lasta Alendir? Ĝi estas perfekta. La tempo ne povus esti pli oportuna (¿Quién hubiera imaginado que esa cría fuera probablemente la última Alendir? Es perfecto. El momento no podría ser más oportuno)... —El líder se giró hacia Aric y le informó —. En kune: La Kardinaloj provis veki la Dorvalis kaj malsukcesis, ĉi tiu estas nia ŝanco plenumi unufoje por ĉiam la planojn de nia dio, Tenebris Mortem (Los cardinales han intentado despertar a la Dorvalis y han fracasado, esta es nuestra oportunidad de completar de una vez por todas los planes de nuestro dios, Tenebris Mortem).
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Saga Deorum consilia (Designios de dioses) Volumen I {fantasía épica medieval}
FantasyEn un mundo donde la magia se considera casi extinta y los misterios se ocultan bajo la sombra de lo cotidiano, dos mujeres, separadas por vastos océanos, están unidas por un vínculo inexplicable que trasciende el tiempo y el espacio. Inísel Zendel...