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Los ejércitos de Inísel se enfrentaban con brutalidad implacable, fruto del arduo entrenamiento al que Garath había sometido a los indígenas Dýnamis. Con cada golpe de espada y lanzamiento de lanza, los Dýnamis ganaban terreno, empujando a los defensores de Sabla Urbo hacia la derrota. Las espadas volaban y la batalla se tornaba cada vez más cruenta, mientras el campo se llenaba de gritos y el choque metálico de las armas.
Desde el cielo, los dos elementales de Inísel, Audax y Limae, desataron sus formidables poderes. Audax con un batir majestuoso de sus alas llameantes, convocó tormentas ígneas que arrasaban sin piedad las filas enemigas. Columnas de fuego se elevaban hacia el cielo, incinerando a los soldados y creando un caos infernal en las líneas defensivas. Limae, la elemental de agua, igualmente majestuosa en su vuelo, inundaba los campos con una escarcha letal, congelando a los soldados enemigos en su lugar y volviendo el terreno resbaladizo y traicionero.
Los enemigos, aterrorizados, chillaban mientras el fuego y el hielo se cernían sobre ellos. Algunos intentaban huir, pero pocos lo lograban. La combinación de la ferocidad del ejército Dýnami en tierra y la devastación de los elementales desde el cielo era demasiado para las desmoralizadas tropas defensoras.
Inísel, desde su posición elevada, observaba maravillada cómo los elementales destruían a sus enemigos a su paso. La reina se sentía poderosa al ver el temor en las filas adversarias, su moral quebrada por la imponente presencia de Audax y Limae. Sin embargo, su asombro no hizo más que aumentar cuando, de repente, escuchó cuatro pequeños rugidos provenientes de la lejanía.
Levantando la vista hacia el cielo, Inísel vio con asombro cómo cuatro pequeños elementales batían vigorosamente sus alas y se acercaban rápidamente hacia la batalla. Eran jóvenes, apenas tenían unos meses de vida, pero se movían con determinación y gracia, como si fueran un refuerzo inesperado para las fuerzas de Inísel.
Los pequeños elementales se unieron a la contienda con un entusiasmo feroz. Uno de ellos, un elemental de viento, creó torbellinos que levantaban a los soldados enemigos y los lanzaban por los aires, dispersándolos y desorientándolos. Los otros tres, uno de tierra y dos de luz, desataron su propia forma de destrucción. El elemental de tierra sacudía el suelo, creando pequeñas grietas, mientras los elementales de luz lanzaban rayos fulgurantes que cegaban a algunos de sus enemigos.
Inísel se preocupó de inmediato al ver a los cuatro pequeños elementales unirse a la batalla. Sabía que eran demasiado jóvenes y vulnerables para participar en un enfrentamiento tan brutal. Su corazón se aceleró mientras los observaba volar con entusiasmo y luchar en el campo de batalla.
Instigada por la urgencia de proteger a las jóvenes criaturas, Inísel espoleó a su caballo, avanzando con determinación hacia el frente. Tahiro y Kaelan, junto a otros soldados indígenas dispuestos a proteger a su Ánapse, rápidamente se interpusieron en su camino.
—¡Es peligroso acercarse tanto a la batalla, mi Ánapse! —exclamó Tahiro con voz firme, intentando detener su avance.
Inísel, con su mirada imponente, se detuvo momentáneamente, observando con preocupación cómo los cuatro pequeños elementales se adentraban en la confrontación. Podía ver el ardor de la juventud en sus movimientos, pero también la vulnerabilidad que venía con su inexperiencia. Temía por su seguridad, imaginando los horrores que podrían sufrir en medio del caos y la brutalidad de la batalla.
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Saga Deorum consilia (Designios de dioses) Volumen I {fantasía épica medieval}
FantasyEn un mundo donde la magia se considera casi extinta y los misterios se ocultan bajo la sombra de lo cotidiano, dos mujeres, separadas por vastos océanos, están unidas por un vínculo inexplicable que trasciende el tiempo y el espacio. Inísel Zendel...