Cap. 6

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El lugar era sofocante, tanta gente amontonada agitándose y respirando al mismo tiempo, el aire estaba saturado y que decir de lo mal que olía. Se coló entre el mar de gente, golpeando con los codos a las personas más altas que le impedían avanzar. Cuando por fin llegó a la mesa donde estaba Nicolás, él se levantaba para ir a bailar con un chica más baja que él, de muslos un poco gordos y las boca de pato pintada de rojo maraca (como diría su hermana) parecía una zorra, pero omitió esos pensamientos y solo le sonrió a su amigo cuando este le miro con cara de que esta es la mía y no hay nada mejor.

Se sentó junto a la única chica que aún permanecía en el cubículo con una mesa redonda en su centro. La saludó, sonriéndole todo lo que sus músculos faciales podían y le dio un beso de la mejilla, como reflejo giró la cabeza para hacer que el cabello que cayó sobre sus ojos regresará a su lugar. Vicente no supo que desde ese momento tenía conquistada a la chica pelinegra, de ojos redondos y silueta delgada que jugaba con sus dedos cuando estaba nerviosa.

Se acercó más a ella fingiendo que la bulla le impedía escucharla con claridad. La charla fue amena, surgió con facilidad y se fue tornando cada vez más ligera y natural a medida que pasaban los minutos. Vicente creyó que era simpática, divertida, linda, adorable, pensó por un momento que era perfecta para él, que era su alma gemela. Que no había nada en el mundo entero que pudiera alejarla de ella ahora, que si podía quería estar toda la noche a su lado. Sin embargo, se equivocó.

Noha estaba sentado en la barra, bebía un vaso de whisky con hielo mientras hablaba con el barman cuando esa castaña curvilínea, de ojos azules y largas pestañas se sentó a su lado, acercando lo más posible el piso junto a él, al suyo y apoyando "casualmente" su brazo desnudo contra el suyo, le sonrió. Su nombre era Bárbara, estudiaba medicina y estaba soltera. Tenía veintidós y no había podido evitar mirarle desde la pista, era amor a primera vista. Por supuesto, no se lo dijo al pelinegro, pero era algo tan usual en su vida que casi podía leerle la mente. Y a falta de algo más que hacer, decidió seguirle el juego.

Se presentó e inició una charla suave, donde vivía, que música le gustaba, etc. Luego con mucho cuidado envolvió uno de los rizos endurecidos por la laca de la muchacha y sonrió de esa forma salvaje que a Vicente tanto le gusta, esa forma en que le sonrió antes de marcharse, como si tramara algo y fuera peligroso pero lo más placentero que podría hacer alguna vez en su vida. Le dice que es linda, que le gusta, pero que no puede durar más allá de una noche. Ella asiente y sonríe coqueta, se va acercando lentamente, jugueteando, avanzando y luego retrocediendo, haciéndolo perder la paciencia, pero con Noha esos juegos no funcionan, tan acostumbrado está a ellos que solo pierde interés en los que lo intentan con él. Finalmente elimina la distancia entre sus labios y un suave vaivén nace entre sus labios.

Desde una vista directa a la barra Vicente aprieta los puños, ya no oye lo que esa chica dice junto a él. Ya no le parece su media naranja, ya ni se acuerda de qué le gustaba de ella, solo mira a ese pelinegro sentado en la barra que coquetea y juguetea con la castaña sobre-dotada junto a él. No lo soporta, esa mujer es una lanzada y se nota a millones de kilómetros, su falda es tan corta que se le ven los calzones y esta tan apretada que se rompería si se agacha, para que hablar de ese diminuto toples que deja ver sus pezones bajo la tela. ¡Es una zorra! Natalie, junto a él, le toca el brazo ¿estás bien? Él asiente y le pregunta si quiere algo de beber, la pelinegra sonríe algo avergonzada frente a la mirada de este, cree ver pasión en ellos, pero solo hay celos ahí.

Vicente se va a la barra y pide dos vasos con cerveza. Están a rebosar, si no tiene cuidado derramará el líquido, casualmente están demasiado pesados para sus muñecas y uno cae sobre la espalda de la chica de cabello castaño tieso por la laca junto a él. Pide disculpas con la cabeza a gachas y se marcha entre el mar que crea la gente en la pista de baile. Regresa a su asiento y comienza a beber, se olvidó de que Natalie también quería cerveza.

Luego de un par de vasos más que Natalie había ido a buscar, Vicente estaba un poco mareado y sentía un fuerte calor en el rostro. Su tolerancia al alcohol era realmente mala, sobretodo porque no acostumbraba a beber. Se iba, cuando una frágil mano lo detuvo ¿A dónde vas? ¿He hecho algo mal? Natalie estaba un poco angustiada, hace un rato que no le pone atención y solo da respuestas vagas sin escuchar en realidad la pregunta. Se sintió culpable, acababa de abandonar a una chica increíble solo porque se había molestado con Noha.

Volvió a tomar asiento y comenzó a disculparse. No has hecho nada mal, solo que he visto algo desagradable y no me lo he podido quitar de la cabeza. Soy realmente malo y torpe al dejarte hablando sola ¿me perdonas?, me gustas mucho y eres muy linda. Natalie estaba a que no podía más, quería morir, nunca en su vida imaginó encontrar a alguien para ella en una fiesta y mucho menos ser correspondida. Completamente roja y con el pulso acelerado, asintió. Vicente lentamente se fue acercando a ella, desde su cuello hasta sus labios dejó a su cálido aliento escapar hasta la piel clara de la joven. Con delicadeza y dulzura dejó que sus labios buscaran los de ella hasta encontrarlos. Fue un beso corto y suave, pero era una promesa hecha.

-Me siento un poco mal Natalie –se excusó– será mejor que me vaya. Oh no, sigue divirtiéndote. Te dejo mi número. Adiós, cuídate ángel.

Fingió ir en dirección a la salida, pero una vez estuvo en medio de la masa giró en dirección al baño.

Apenas podía caminar bien, estaba lúcido, pero se sentía terriblemente mareado y la falta de oxígeno mezclada con la sobre presencia del dióxido de carbono en el aire solo empeoraba las cosas.

El baño estaba fresco aunque olía a cigarrillo y orina seca. Una pequeña ventanilla dejaba entrar una fría brisa que lo hizo establecerse un poco. Apoyó todo su peso en el lavamanos y abrió la vieja llave de agua que apenas dejaba caer un chorro inconstante de agua. Lleno el hueco de sus manos juntas y se agachó a mojarse la cara.

Escuchó pasos a su espalda por sobre el estridente ruido que se colaba y que luego pareció atenuarse. No le dio importancia y continuó refrescando su rostro con el agua.


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