CAPITULO I

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Mi nombre es Valería, tengo 16 años y a pesar de mis vanos intentos trato de llevar una vida normal, pero por lo visto eso es imposible ya que yo no sirvo para encajar en la sociedad.

Esta mañana fue la peor de todas. Me levante y arregle mis cosas para ir a la escuela, baje las escaleras y me dirigi a la cocina para buscar algo de desayunar, cuando de repente alcance a escuchar los gritos provenientes del piso de arriba, en la habitación de mis padres. Ya no soportaba tener que escuchar esto todos los días asi que simplemente agarre mi mochila y salí de la casa antes de que bajaran y la discucion se extendiera hacia mi.

Cuando iba camino a la escuela, comiendo una barra de cereal que alcance a agarrar antes de salir huyendo, me puse a pensar en mi patética vida. Mis padres se la pasaban discutiendo todos los días y a todas horas, y lo peor de todo era que tenia que escuchar todas y cada una de las palabras que se decían entre si, que por cierto no eran nada agradables y mas cuando yo me convertía en el centro de la discucion.

Siempre me la pasaba encerrada en mi cuarto soportando todo lo que tenia que escuchar, no me quedaba de otra porque o era escuchar, o era salir de la casa y llegar cuando las cosas estén mas relajadas. Siempre elegia la primera opcion, ya que no me gusta salir, y tenia una solucion que siempre me funcionaba: las distracciones.

Esto siempre tiene un buen resultado, cada vez que empezaban a discutir me ponía a leer un libro o buscar algo en la computadora que este lo suficientemente interesante como para hacer que me olvide de todo y centrar toda mi atención en lo que hago.

En la escuela no tengo ningún amigo por que nunca se me dio bien eso de socializar, cosa que no me afecta ya que me gusta estar sola. Siempre me siento en la esquina de la ultima fila para que nadie me notara, cosa que era fácil durante unas horas, las cuales era una persona invisible, un fantasma que nadie ve ni sabe que esta ahí, un fracaso total para la humanidad.

Pero que importa, así soy yo y así me gusta ser, no me interesa lo que los demás piensen de mi y no me afecta lo que digan para hacerme sentir mal. Después de todos los problemas que e pasado y las lágrimas que e derramado, me prometí no volver a llorar, no mostrarle a la gente ni una pizca de debilidad, asi que no les doy la satisfacción de parecer herida con cada cosa que me hacen pasar.

Cuando llegue a la escuela me fui a sentar a mi lugar habitual y me puse a dibujar en el cuaderno que reserve para mis dibujos, y así me la pase hasta que terminaron las horas de clase. Cuando me levante de mi silla lista para irme, alguien puso su pie para provocar que me callera, pero lo único que se gano fue una sonrisa de satisfacción de mi parte cuando alcance a saltarlo sin ningún problema.

Ya estaba acostumbrada a este tipo de cosas, y por que no?, yo también me divierto con esto. Cada vez que alguien intenta molestarme y fracasa, siento una gran satisfacción al sonreirles y ver sus caras de que fracasaron en sus planes, y si, hay veces que no fracasan en sus planes de molestarme, pero mas se molestan ellos al ver que no me afectan.

En el camino de regreso a casa, yo simplemente me fui caminando lo mas lento que podía, la verdad es que no quería regresar, pero no me quedaba de otra.

En estos momentos, en los que nadie me veía por que siempre voy sola en la calle, son los que aprovechaba para sacar un poco mi debilidad. Iba con la cara mostrando parte de la tristesa que llevo dentro y con los ojos al borde de las lagrimas pensando en la suerte que cargaba conmigo.

Ya estaba empezando a artarme de mi vida, ¿por que los problemas siempre me estaban rodeando?, simplemente sentía unas inmensas ganas de dejarlo todo atrás y salir huyendo a un lugar tan lejano donde nadie pudiera encontrarme, y si lo llegaba a hacer ¿que importaba?, nadie notaría mi ausencia ya que a nadie le importaba mi existencia.

Cuando entre a la casa lo único que pude hacer fue quedarme parada en la entrada, mi mama estaba parada al final de las escaleras con una expresión que daba miedo.

—me puedes decir ¡que horas son estas de llegar!—me grito para desahogar su furia conmigo. No me extrañaba, ya que siempre lo hacia cuando discutía con papa y no tenia con quien desquitarse hasta que aparecía yo.

— pero si llegue a la misma hora de siempre mama— le conteste con un susurro, ya que siempre lograba asustarme cuando tenia esa cara de querer matar a alguien.

— ¡no me importa lo que digas! Esta es mi casa y no puedes andar llegando a la hora en que se te de tu gana ¡¿entiendes?!—

Me quede paralizada, nunca la había visto tan enojada antes.

—si no vas a acatar las reglas de aquí ve y largate como tu padre, que personas como tu no quiero aqui— me dijo mientras me empujaba a la calle y cerraba la puerta detrás de mi.

Sentí que todo el mundo se caía encima de mi, nunca me había corrido antes. ¿Dijo que mi papa se fue?, ¿en serio nos abandono?
Nunca me había sentido tan confusa, lo único que hice fue deambular en las calles hasta casi anochecer, sabia que se le pasaría a mi madre, y por mas que de verdad me quisiera ir no tenia donde quedarme, así que simplemente regrese a la casa con la esperanza de que ya se le haya pasado el cólera a mi madre.

Cuando entre a la casa, mi mama no me dijo nada y sirvió dos platos para la cena, no pude rechazarlo por que en realidad tenia mucha hambre. Cuando termine susurré un «gracias» y subi a mi habitación para tomar un baño e irme a dormir.

la fuerza de la soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora