II. - Calipso

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Calipso no sabía de que estaba más asustada: de volar a cientos de metros de altitud sobre un dragón dorado que hacía varias semanas (casi un mes) se había estrellado a causa de una bomba atómica provocada por una de las más grandes, antiguas, y peligrosas diosas; o por escapar por fin de su isla encantada.

Sus brazos rodeaban la cintura de Leo con fuerza, mientras sentía como el viento le azotaba el rostro y le alborotaba los cabellos color miel.

Bajo ella, el enorme cuerpo de Festo rechinaba y emitía ruidos metálicos, lanzando pequeñas nubes de vapor y humo a través de las rendijas y hendiduras que presentaba su superficie dorada.

Miró hacia abajo y observó con ojos brillantes como dejaban atrás la isla en la que había desperdiciado tantos años de su vida.

- ¿Asustada? - Preguntó Leo. - Oh, sí. Si yo digo que volveré de entre los muertos sobre un dragón mecánico ardiendo para estrellarme en tu playa y sacarte de esta isla, es porque lo haré, nena.

- Sí, ya me ha quedado claro. Te gusta mucho caer del cielo en una bola en llamas, ¿verdad? - Gritó ella, intentando hacerse oír por encima del zumbido del viento en sus oídos.

- Por supuesto. ¡Es mi pasatiempo favorito!

Las comisuras de los labios de la joven se crisparon hacia arriba, formando una dulce sonrisa, mientras se aferraba con fuerza al chico. Poco a poco se acercaban hacia los límites de la isla, ¡hacia la libertad! ¡Aún no terminaba de creérselo...! Respiró hondo y cerró los ojos, preparándose para el momento.

Cuando atravesó la barrera mágica de Ogigia, Calipso notó un escalofrío y una leve presión en el pecho, como si la isla intentara retenerla.

Sintió el temblor de los árboles... Sintió la arena arremolinándose a causa del viento... Sintió las olas rompiendo contra la orilla... Sintió el estridente grito de la isla entera, que parecía querer decir:

Estás maldita. ¡No puedes escapar! ¡Te quedarás aquí hasta el fin de los tiempos y te enamorarás de todos los héroes buenorros que naufraguen aquí! Já. Já. ¡JÁ!

Sacudió la cabeza, apartando aquellos pensamientos de su mente. Era libre, y eso no se lo podría quitar nadie. Jamás. Empezó a hacerse a la idea de lo que realmente eso significaba. Ya no estaba atada a los dioses y a sus estúpidas reglas. Podría hacer prácticamente lo que quisiera. Podría visitar tantos países... Hacer tantas cosas nuevas...

Miró al muchacho moreno sentado ante ella. Era todo gracias a él... Gracias a aquel "enano chamuscado" que apareció un día cualquiera, para perturbar su tranquilidad. Soltó una dulce y melodiosa risa al recordar aquello.

Estaba tan emocionada que creía que podría morir de felicidad... Todo su cuerpo comenzó a temblar violentamente, mientras se mordisqueaba el labio inferior y sus manos aferraban con fuerza la cintura de Leo. Al parecer, él debió notar su agitación, ya que echó una rápida mirada hacia atrás, para luego volver a centrarse en el horizonte.

- ¿Estás bien? - Preguntó. - A Festo se le va a saltar un tornillo si sigues temblando así.

- Es que... - Murmuró ella pasando por alto su comentario. - Estoy nerviosa, simplemente...

- Sí, ya me he dado cuenta. - Replicó Leo con una risita socarrona.

Se produjo un largo silencio. En ese momento solo existían ellos dos. (Y el enorme dragón de bronce bajo ellos, claro. Es un detalle que no se podía pasar por alto.) Calipso apoyó el rostro contra la espalda del joven, cerrando los ojos lentamente. Era perfecto, sencillamente perfecto. Nunca habría imaginado que salir de Ogigia sería tan gratificante. Pero no era ese hecho en sí lo que agitaba su corazón. Sino él. Leo Valdez.

El Refugio de las Almas Olvidadas. (Heroes Of Olympus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora