Era la melodía más hermosa que Leo había oído jamás.
Las voces lo llamaban, le prometían mil maravillas distintas, atrayéndolo hacia la orilla. Le mostraban cosas que él ansiaba de verdad, sus deseos más anhelados. Se veía a sí mismo volando a lomos de Festo, su fiel compañero ya arreglado. Veía a Calipso junto a él en el Campamento Mestizo, cantando canciones junto a la hoguera. Volvía a estar con sus amigos, que reían sus bromas mientras él gesticulaba enérgicamente. Aquellas voces le hablaban de felicidad, lo invitaban a unirse a ellas, y sólo así podría ser feliz. Tenía que acercarse a ellas. NECESITABA acercarse a ellas.
Ya empezaba a sentir la humedad del agua bajo las suelas de sus zapatos cuando sintió que alguien agarraba su brazo y lo sacudía con fuerza. Escuchó una voz femenina pronunciando nombre. Sonaba casi como la de Calipso. Pero no. No podía ser ella. No podía ser ella, ya que estaba seguro de que Calipso se encontraba mar adentro, entre una de esas voces que lo llamaban. Ella estaba allí esperándole, con su pelo color miel ondeando al viento y su característico olor a canela.
Estuvo tentado a darse la vuelta hacia aquella voz que lo llamaba, pero súbitamente cambió de idea. Otra voz, más fuerte que las demás, surgió de entre la niebla. La reconoció en el acto. Era aquella voz que tanto escuchaba en sus sueños, acariciando sus oídos. Cerró los ojos, y por unos segundos, creyó tener ante él esa entrañable figura de su infancia: Esperanza Valdez, nada más y nada menos que su madre.
Lo llamaba. Lo llamaba a él, a Leo. Era ella de verdad, que esperaba entre la bruma a que él se acercara. De pronto, le asaltó una urgencia repentina. Su madre estaba allí. Llamándole. Tenía que llegar hasta ella como fuera.
Poco a poco comenzó a caminar hacia ella, sintiéndose liviano, tenue, casi etéreo. La sonrisa de su madre avivó sus esperanzas, quería correr hasta ella, pero su cuerpo se lo impedía. Era como si cada vez fuese menos corpóreo.
La mujer abrió ampliamente los brazos, dispuesta a brindarle un cálido abrazo. Leo los extendió a su vez, impaciente por alcanzarla. Por un momento, sus dedos parecieron rozar el rostro de su madre, pero de pronto...
De pronto, todo se tiñó de negro.
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Aire. Necesitaba aire. Sus pulmones parecían a punto de estallar.
Leo comenzó a toser con brusquedad, sintiendo los cabellos mojados enmarcando su rostro. Se incorporó rápidamente, en un intento de respirar; y poco a poco, consiguió hacerlo. Cuando recuperó el conocimiento, aún jadeando, enfocó la vista para encontrarse con una preocupada y aterrorizada Calipso, arrodillada frente a él.
Frunció el ceño, confundido. Iba a preguntar qué había pasado, pero no pudo articular palabra. La chica lo abrazó con todas sus fuerzas, dejándolo sin aire de nuevo.
- Dioses del Olimpo, Leo... - Susurró ella con un hilo de voz, aún estrechándolo entre sus brazos. A continuación comenzó a hablar a toda velocidad, soltando una retahíla de palabras. - Pensé que te perdía... ¡Te juro que pensé que ibas a dejarme! Pero no, estás aquí, conmigo. Te encuentras bien, ¿verdad? ¿Hay algo que te moleste?
- No... Puedo... Respirar... - Dijo Leo, con una voz casi inaudible.
Calipso se apresuró a aflojar un poco su abrazo, pero apoyó la cabeza del chico sobre sus rodillas y le apartó un par de mechones mojados de la frente, examinándolo con preocupación.
- Lo siento... Es sólo que... Estaba muy preocupada...
El chico intentó esbozar una pequeña sonrisa, y justo cuando iba a replicar, el rostro de la muchacha se convirtió en una máscara de ira.
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El Refugio de las Almas Olvidadas. (Heroes Of Olympus)
Novela JuvenilLas semanas pasan con calma y sosiego en el Campamento Mestizo... Desde que los siete semidioses de la profecía lograron acabar con Gaia, la Madre Tierra, todo se mantiene en absoluta tranquilidad. Sin embargo, cuando parece que nada podría arruinar...