10- El caballo de Troya.

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"Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves –cumplíase la voluntad de Zeus- desde que s...

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"Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves –cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles".

La Ilíada, Homero, Canto I.

  Las puertas de Troya se abren, para permitir que entre el gigantesco caballo de madera de roble. Menelao, rey de Esparta y legítimo esposo de la hermosa Helena, lo ha hecho construir con los restos de algunas naves.

ᅳ¡Ingenuos troyanos! ᅳmurmura, con una sonrisa irónica; desde donde está no lo pueden escucharᅳ. ¡Vuestro regalo verdadero es el que se esconde dentro!

  La idea ha sido de su hermano Agamenón, rey de Micenas y jefe de todas las tropas aqueas. Al principio, Menelao iba a ser uno de los que se esconderían dentro del caballo, para sorprender a Príamo y al resto de troyanos. Pero los planes han cambiado. Después de la partida de Aquiles, era necesario tomar una solución desesperada.

  "¡Maldito Aquiles!, ¡¿poner a la sacerdotisa Briseida por encima de la victoria de los aqueos?!", pensó Menelao días atrás, cuando el Pelida los abandonó y se refugió en el mar junto con sus hombres, dejándolos a su suerte.

  Claro que, en el fondo, entendía el porqué de que Aquiles se pusiera tan furioso cuando Agamenón hizo que la devolvieran a Troya.

ᅳ¿No he iniciado esta guerra por el mismo motivo? ᅳreflexionó en voz altaᅳ. Para arrancar de las manos codiciosas de Paris a mi bella Helena. Pronto volverá a estar conmigo.

  Después de todo, el Pelida y él tenían eso en común. Menelao, incluso, había dado un paso más pues estuvo a punto de matar a Paris en el duelo. Un cobarde, se escondía de su espada y pedía la ayuda de los dioses. Y sólo salvó la vida porque ellos lo escucharon: intervino Afrodita, llevándoselo lejos. Siempre respondía a los chicos guapos.

  Por tal motivo, Zeus ordenó que los dioses dejaran de inmiscuirse y que los humanos se las apañaran por su cuenta. Sin embargo, ignorando el mandato de su marido, Hera, ayudada por el cinturón de la diosa del amor lo sedujo e Hipnos lo hizo caer en los brazos del sueño. Agamenón, enterado de esto, decidió tomar la iniciativa. Por eso ahora, en Troya, no saben a qué se enfrentan. Si lo supieran estarían en el templo, rezando.

  A Menelao no le falta razón. Paris disfruta del placer en compañía de Helena, cuya belleza rivaliza con la de la propia Afrodita. Le acaricia la piel rosada, desde el cuello hasta los pies, pasando por los pechos. Ellos reconocen las manos, se yerguen enseguida. La fragancia de la cabellera rubia de su amada, hace ruborizar a las más perfumadas rosas. El sabor del vientre, inclusive, es superior al de la bebida de los dioses. Pasándole la lengua por sus zonas íntimas, desea alcanzar la vida eterna para poder estar dentro de ella por milenios. Llega al clímax y siempre quiere más. La batalla no le interesa, salvo porque si pierden se la arrebatarían.

  Cómo será que ni siquiera ha ido a contemplar el caballo de madera, regalo de esos odiosos aqueos. Ha escuchado que las puertas se abrían para recibirlo, pero no se ha movido de la cama.

  Helena duerme, agotada. "¡Pobrecilla!", piensa, "¡Por cuánto ha tenido y tiene que pasar para que estemos juntos!" Aun dormida, goza en tanto Paris recorre con las manos y la lengua su silueta de un extremo al otro, excitado. A pesar del sueño, ella se humedece. El hombre no se resiste y la posee. Arde por dentro y por fuera. Ella se despierta mientras Paris se mueve, primero muy suave y luego incrementando la velocidad. Lanza un suspiro.

ᅳ¡Bravo, perfectos! ᅳse escuchan aplausos y gritos desde la puertaᅳ. ¡Impresionante, os felicito!

  Tan desconcertados se encuentran Paris y Helena que se sientan sobre el lecho sin taparse. Los ojos de las cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, los observan codiciosos. Además, se relamen.

ᅳ¿Me podéis decir cómo habéis llegado hasta aquí? ᅳles pregunta Paris, mientras ellos se acercan.

ᅳDentro del caballo ᅳexpresa el que parece ser el jefe, su belleza impresionaᅳ. Nos han enviado los aqueos para que nos divirtamos, acabando con todos vosotros. Pero no sé yo ahora... creo que sería un desperdicio, ¡sois tan apuestos! ¿Qué opináis?

ᅳNo me parece una buena idea matarlos ᅳmanifiesta una morena muy guapa, pasándole un dedo a Paris por el cuerpo, incluso por aquellas zonas que se supone no debe tocarᅳ. Me da pena acabar con tanta belleza... ¿Puedo?

  El líder hace un gesto afirmativo con la cabeza. La mujer se lanza sobre Paris, encima de la cama. Expone a la vista sus alargados colmillos y, sin parpadear, empieza a succionarle toda la sangre.

ᅳ¡No! ᅳexclama Helena, pero el jefe de los vampiros la levanta en el aire y hace lo mismo.

  Cinco minutos después, los amantes están desmayados y extremadamente pálidos, después de beber, también, la sangre de los vampiros. La chica cuyos colmillos se han aferrado a la yugular de Paris lo suelta y le dice a los demás:

ᅳHacemos bien en atraerlos a nuestro bando. Al fin y al cabo, son de nuestra misma condición.

  Y los demás dicen que sí con la cabeza, mientras acarician los cuerpos de Paris y Helena. Imaginan los juegos eróticos que van a compartir con ellos cuando se despierten convertidos en vampiros.


Y aquí entra el caballo, con los vampiros dentro

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Y aquí entra el caballo, con los vampiros dentro...

Y aquí entra el caballo, con los vampiros dentro

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Obsesión vampírica. CUENTOS DE VAMPIROS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora