Sí, lo reconozco: era un vampiro torpe, que no leía las noticias ni veía el telediario. Igual te piensas que todos vamos montados en Volvos, Mercedes Benz o Porsches y que pasamos enchufados en Internet y con los móviles en las manos, como los Cullen. Si es por merecerlo, claro que sí, soy mucho más guapo que Edward. Aparento unos veinticinco años, aunque tengo más de trescientos. Moreno, de ojos gris verdosos y unos colmillos que son la envidia de cualquiera.
No obstante ello, debo reconocer que fui ingenuo. Por culpa de la saga Crepúsculo, se me ocurrió asentarme en el Viejo Mundo, allá por el dos mil once. Veía a los Vulturi con envidia y paladeaba sus triunfos. Conseguían proveerse de miles de víctimas incautas y, por ese motivo, supuse que los europeos eran más simples que mis compatriotas, los estadounidenses, y que permitían que les chuparan la sangre con facilidad.
No pretendía ser un copión, adoro ser original y todo un gentleman. Así que, en lugar de viajar a Italia, me radiqué en el Parque del Retiro de Madrid, rodeado de cientos de humanos y de robles, olmos y álamos. Una idea maravillosa, sobre el papel, porque podía ocultarme detrás de las ramas o del follaje, antes de caer sobre las yugulares. Y disfrutar, al mismo tiempo, con el aroma de la Naturaleza. Era un vampiro ecologista, que comía sin matar.
Pero en la práctica, resultó una idea nefasta. Pronto descubrí que había cometido un tremendo error. Me acordé de Bella, de toda su familia vampírica y de la madre que los parió a todos ellos. Maldije aquello que podía maldecirse, por no reparar en que por allí había una crisis de las gordas. Desde ese momento decidí culturizarme. Al ver a grupos hurgando en la basura, sin encontrarle explicación. Supe, así, que las entidades bancarias, inclusive, habían obligado a desalojar sus casas a miles de deudores morosos y muchos malvivían caminando por el parque, durante el día, y durmiendo acurrucados por las noches, a la intemperie. Los tenía de vecinos, no había contado con ese detalle. La sangre era débil, aguada, sin proteínas. A pesar de la cantidad, no me servían para nada y cómo sería eso que en ocasiones despertaban mi misericordia. Me daban tanta lástima que en lugar de succionarlos (antes de que yo los incluyera en mi dieta, los habían dejado secos como piedras), les regalaba algunas monedas. Debía irme rápido de allí o moriría pronto de hambre, me convertiría en humano o en monje tibetano.
Por ese motivo, decidí comprar los periódicos. Indagar qué zonas eran propicias como cotos de caza. Gracias a los titulares me fui a vivir a la Plaza de Castilla. Un sitio que se encuentra al norte de Madrid y en la parte final del Paseo de la Castellana. Me aireaba a mis anchas, durante las horas de sol, con un protector solar de noventa. Advertí que allí la gente se alimentaba mejor. Comían productos de la huerta, orgánicos, carnes blancas y vacuna de gran calidad y nada de grasas saturadas, algo extremadamente importante para la salud de un vampiro que se cuida. El colesterol es muy dañino también para nosotros, nos quita nuestra belleza musculosa y nos deja blandos. Y, lo más importante de la zona: el trasiego de personas era abundante.
Me escondía detrás del Obelisco de Calatrava. Acechaba a los empresarios que iban con sus maletines, en dirección a las Torres Kío. Reconozco que, al estar inclinadas, me atemorizaba que se vinieran abajo. No había vivido en España con anterioridad, pero había oído de un arquitecto al que se le descascaraban los edificios y que lo demandaban por medio mundo.
Enseguida, descubrí el manjar de los dioses y me olvidé de los empresarios: los políticos que debían concurrir a los Juzgados de Instrucción en lo Penal, imputados por diversos delitos. ¡Una sangre de lo más sustanciosa! Esos sí que sabían vivir. Se rodeaban siempre de lo superior, era un placer mayúsculo paladearlos. Al principio no me podía controlar y me volví un tanto salvaje, pero es mejor no recordarlo ahora, cuando intento comportarme. A veces no lo consigo.
No los había catado en el pasado. Antes vivían encerrados y detrás de los plasmas de las televisiones, lejos de la gente. Ahora, gracias a las próximas elecciones, se mezclaban con los humanos y era sencillo acceder a ellos. Cuando hace pocos días prohibieron que los fotografiaran o filmaran al salir o entrar en los juzgados, para no dar mala imagen, sentí que me los regalaban en bandejas de platino: ¡puedo servirme libremente y sin dejar pruebas molestas!
Os abandono, no puedo seguir dándoos charla. Ahí viene un político con una banderita azul pegada en la solapa. Le voy a dar un buen colmillazo.
Este vampiro se ha dejado deslumbrar por los coches caros y las mujeres guapas de la saga Crepúsculo y se ha venido al viejo continente...
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Obsesión vampírica. CUENTOS DE VAMPIROS.
VampireEl atardecer empieza a dar paso a la noche. Los colmillos se afilan antes de caer sobre las víctimas. Te doy la bienvenida a esta recopilación de cuentos sobre vampiros. La idea de hacer esta obra surgió gracias a los Retos del Verano de Wattvampi...