Primer Acto - Tercera Parte: Comodines, Alarma, Juego de manos

47 1 0
                                    

El asunto se complica. Rápido.

Toda la bodega está plagada de Ganchos Dentados, pero a Malcolm le importa un bledo. Lo único que le interesa soy yo.

Siento venir el siguiente tiro de Graves hacia mí, lo esquivo. El sonido de su arma es ensordecedor. Una caja explota justo en el lugar donde estaba yo medio segundo antes.

Creo que mi socio de antaño intenta matarme.

Doy un salto acrobático sobre una pila de marfil de mamut mientras lanzo un trío de cartas en la dirección de mi perseguidor. Me agacho para esconderme antes de que den en el blanco, listo para encontrar una salida. Solo necesito un par de segundos.

Aunque maldice en voz alta, las cartas apenas logran retrasarlo un instante. El muy bastardo siempre ha sido un hueso duro de roer. Uno bastante obstinado. Nunca ha sabido dejar el pasado atrás.

—No te vas a escapar, Fate —dice con un gruñido—. No esta vez.

No hay duda. Su encanto no ha cambiado un ápice.

Pero se equivoca, como de costumbre. Me iré de aquí tan pronto encuentre una salida. No tiene sentido hablar con él cuando lo único que quiere es desquitarse.

Otro disparo. Una bala rebota en una armadura demaciana invaluable para luego incrustarse en los muros y en el piso. Me muevo de izquierda a derecha, zigzagueando y amagando, corriendo de principio a fin. Graves me persigue bramando sus amenazas y acusaciones, con su escopeta ladrando implacable en sus manos. Para ser un hombre grande, es rápido. Casi lo había olvidado.

Y no es mi único problema. Con todos sus gritos y disparos, el muy idiota desató un avispero de guardias. Los Ganchos Dentados nos tienen acorralados. Son lo suficientemente astutos además para haber dejado a algunos de sus hombres protegiendo la puerta principal.

Necesito salir de aquí, pero no me iré sin lo que vine a buscar.

Arrastro a Graves por toda la bodega hasta llegar a mi punto de partida, un poco antes de que él lo haga. Hay Ganchos entre mi premio y yo, y vienen más en camino. No hay tiempo que perder. La carta en mi mano brilla al rojo vivo. La lanzo justo al centro de las puertas de la bodega. La detonación revienta las bisagras y dispersa a los Ganchos. Me muevo en esa dirección.

Uno de ellos se recupera antes de lo que esperaba e intenta golpearme con un hacha de mano. Me balanceo para esquivar el golpe y le doy una patada en la rodilla mientras lanzo otra baraja de cartas a sus amigos para mantenerlos a raya.

Con el camino ya despejado, me apodero de la daga ornamentada que vine a robar y la engancho en mi cinturón. Después de tantos problemas, que al menos me paguen.

Las compuertas de carga, abiertas de par en par, llaman por mí. Pero hay demasiados Ganchos amontonados. No hay forma de salir, así que decido quedarme en la única esquina silenciosa que resta en esta casa de orates.

Una carta corre entre mis dedos cuando me alisto a cambiar de sitio. Sin embargo, justo cuando empezaba a alejarme, Graves aparece, acechándome como un perro rabioso. La culata de Destino retrocede y reduce a un Gancho Dentado a pedazos.

La mirada de Graves se dirige a la carta que resplandece en mi mano. Sabiendo lo que significa, apunta el cañón humeante de su pistola hacia mí. Me veo obligado a moverme, a interrumpir mi concentración.

—No puedes correr para siempre —dice rugiendo tras de mí.

Hay que admitir que no es un idiota. No me concede el tiempo que necesito.

Me está sacando de foco, y solo pensar en que los Ganchos podrían atraparme, ya me está afectando. Su jefe no tiene fama de misericordioso.

Mi cabeza se llena de pensamientos. Entre ellos distingo la sensación de que alguien me ha tendido una trampa. Me ofrecen un encargo sencillo de la nada, cuando más lo necesito y, sorpresa, me encuentro a mi viejo socio en el lugar del atraco, esperándome. Alguien mucho más listo que Graves ha querido verme la cara.

No puede pasarme a mí esto. Me daría un puñetazo por ser tan descuidado, pero hay todo un muelle lleno de gigantones listos para hacerlo por mí.

En este momento, lo único que importa es largarme de aquí como sea. Dos estallidos de esa condenada escopeta de Malcolm hacen que salga volando. Mi espalda termina chocando contra una polvorienta caja de madera. La saeta de una ballesta se aloja en la madera podrida justo detrás de mí, a centímetros de mi cabeza.

—No hay salida, mi estimado —me grita Graves.

Miro a mi alrededor. El fuego de la explosión está llegando al techo. Puede que tenga razón.

—Nos traicionaron, Graves —le grito.

—Tú debes saber mucho de eso —me responde.

Intento razonar con él.

—Si trabajamos juntos, podemos salir de esta.

Debo estar desesperado.

—Preferiría que los dos muriéramos aquí antes de confiar en ti otra vez —gruñe.

No esperaba menos. Intentar que entre en razón solo aumenta su enojo, que es justo lo que necesito. La distracción me da el tiempo suficiente para salir de la bodega.

Puedo escuchar a Graves adentro, gruñendo. Sin duda fue a revisar el sitio donde estaba, sin encontrar nada más que una carta a modo de provocación.

Lanzo un sinfín de barajas a través de las compuertas de carga detrás de mí. Demasiado tarde para andarme con sutilizas.

Me siento mal por un instante, por dejar a Graves en un edificio en llamas. Pero lo conozco; sé que esto no acabará con él. Es demasiado obstinado como para dejarse matar así. Además, un incendio en el muelle es cosa seria en un pueblo porteño. Todo esto podría darme algo de tiempo.

Mientras busco la forma más rápida de salir de los muelles del matadero, el sonido de una explosión me hace levantar la cabeza.

Es Graves, que aparece a través de un agujero creado por él mismo tras hacer explotar un costado de la bodega. Tiene la mirada de asesino.

Lo saludo con el sombrero y me echo a correr. Me persigue disparando su escopeta.

Tengo que admirar la determinación de este tipo.

Con suerte, no me matará esta noche.

Aguas turbias mareas del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora