Primer Acto - Primera Parte Los Muelles del Matadero, El encargo, Un viejo amigo

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Los muelles del matadero de Pueblo Rata, un lugar tan maloliente como su nombre lo sugiere.

Sin embargo aquí estoy, oculto entre las sombras, respirando el hedor a sangre y vísceras abiertas de las serpientes marinas.

Me sumerjo más en la oscuridad, ocultando mi rostro con el ala del sombrero. Miembros de los Ganchos Dentados, armados hasta los dientes, rondan en las cercanías.

Su fama de salvajes los precede; seguro me derrotarían en una pelea justa. Solo que jugar limpio no es lo mío, y no estoy aquí para pelear. No esta vez.

¿Entonces, qué hago aquí, en uno de los rincones más sucios de toda Aguasturbias?

Pues el dinero. ¿Qué más podría ser?

El encargo es una jugada arriesgada, lo sé; pero no podía dejar pasar una recompensa de ese tamaño. Además, me aseguré de que las cartas jueguen a mi favor.

No pienso quedarme por mucho tiempo. Entraré y saldré de aquí, tan raudo y silencioso como me sea posible. Cuando termine, cobraré lo que me corresponde y desapareceré con el sol. Si todo sale bien, estaré de camino a Valoran antes de que se hayan dado cuenta de que la maldita cosa ya no está.

Los matones doblan en la esquina del enorme cobertizo del matadero. Eso me da dos minutos antes de que regresen. Tiempo de sobra.

La luna plateada se oculta tras un manto de nubes al tiempo que el muelle se cubre de sombras. Hay cajas desperdigadas por todo el puerto tras la jornada de hoy. Son perfectas para ocultarse.

Veo guardias apostados en la bodega principal. Sus siluetas vigilantes cargan ballestas. Cuchichean en voz alta, como esposas de pescadores. Ni aun con campanas en la ropa alguno de estos cretinos me hubiera escuchado.

Creen que nadie sería tan tonto como para venir por aquí.

Un cadáver hinchado cuelga por encima, para que todos lo vean. El bulto gira lentamente con la brisa nocturna que recorre la bahía. Es... desagradable. Un gancho enorme, como los que se usan para cazar mantas, mantiene el cuerpo en el aire.

Tras cruzar unas cadenas oxidadas por la humedad de las piedras, llego a un par de imponentes grúas, que llevan a las criaturas marinas gigantes a los cobertizos del matadero para faenarlas. De ahí proviene el olor nauseabundo que impregna cada rincón de este lugar. Tendré que comprar ropa nueva cuando termine con esto.

Al otro lado de la bahía, más allá de las aguas cebadas de los muelles del matadero, un grupo de barcos echa anclas mientras sus linternas se mecen con el vaivén del agua. Una embarcación me llama poderosamente la atención: un gigantesco galeón de guerra, de velas negras. Sé quién es el dueño; todo el mundo en Aguasturbias sabe quién es el dueño.

Me detengo a saborear el momento. Estoy a punto de robarle al hombre más poderoso de la ciudad. Siempre es emocionante mirar a la muerte a los ojos y escupirle en la cara.

Como era de esperarse, la bodega principal está tan cerrada como las piernas de una noble doncella. Hay guardias fijos en todas las entradas, y cerraduras y barrotes en las puertas. Si no se tratara de mí, diría que es imposible penetrar este lugar.

Me escabullo por un callejón al otro extremo de la bodega. No tiene salida ni es tan oscura como hubiera preferido. Si sigo aquí cuando la patrulla regrese, me verán. No hay duda. Y si me capturan, mi última esperanza será una muerte rápida. Lo más probable es que me lleven con él... donde mi fin sería mucho más lento y doloroso.

El truco, como siempre, está en no dejarse atrapar.

Escucho pasos. Los matones volvieron antes de tiempo. Con suerte me quedan un par de segundos. Saco una carta de la manga y la deslizo entre mis dedos sin pensarlo, algo tan natural en mí como respirar. Esta es la parte sencilla; lo que viene a continuación es lo delicado.

Doy rienda suelta a mi mente y la carta comienza a resplandecer. Siento la presión a mi alrededor; la posibilidad de llegar a cualquier lado casi me doblega. Entrecierro los ojos y pienso en el lugar al que debo llegar.

De pronto siento un vuelco en el estómago que me resulta conocido, justo al desplazarme. En un instante, el aire se mueve conmigo y entro a la bodega. Sin dejar rastro.

Me sorprende lo bueno que soy.

Afuera, si uno de los Ganchos Dentados mirara hacia el callejón, vería tan solo una carta cayendo al suelo. Es probable que ni eso.

Orientarme me toma unos instantes. El tenue brillo de las linternas se cuela a través de las grietas de los muros. Mis ojos se ajustan a la luz.

La bodega está repleta hasta el tope de tesoros traídos de los Doce Mares: armaduras resplandecientes, obras de arte exóticas y sedas brillantes. Hay muchos objetos de valor, pero estoy aquí por otra cosa.

Desvío mi atención a las compuertas de carga al frente de la bodega, donde deben tener los últimos embarques. Toco cada paquete y embalaje con los dedos hasta toparme con una cajita de madera. Puedo sentir el poder que emana de su interior; esto es lo que me trajo hasta aquí.

Abro la tapa.

Mi premio está a la vista. Es una daga magnífica, que reposa en una cama de terciopelo negro. Me dispongo a tomarla, cuando...

Ch-chom.

Quedo petrificado. El sonido es inconfundible.

Antes de que pronuncie una sola palabra, sé quién es la persona a mis espaldas.

—Fate —dice Graves, entre penumbras—. Tanto tiempo.

Aguas turbias mareas del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora