Acto 2 - Primera Parte Lucha en los muelles, El Puente del Carnicero, Una ráfaga

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Estoy tosiendo negro. El humo del incendio de la bodega me carcome los pulmones, pero no tengo tiempo para recobrar el aliento. Fate se escapa. Preferiría morir antes que pasar otra eternidad acechándolo por toda Runaterra. Es tiempo de ponerle punto final.

El bastardo me ve venir. Empuja a un par de estibadores para sacarlos de su camino y corre a lo largo del muelle. Está tratando de trazar su vía de escape, pero le estoy pisando los talones; así le será imposible concentrarse.

Hay más Ganchos pululando en el perímetro, como moscas en una letrina. Antes de que puedan interponerse en su camino, Fate lanza un par de sus cartas explosivas y acaba con los matones. Un par de Ganchos no son nada para él. Pero yo sí. Lo voy a hacer pagar y Fate lo sabe. Se escabulle por el muelle tan rápido como puede.

Su riña con los matones del embarcadero me da el tiempo suficiente para alcanzarlo. Cuando me ve, se lanza tras una enorme pila de vértebras de ballena. Con un disparo de mi arma acabo con su escondite al tiempo que una multitud de huesos vuela por los aires.

Me responde tratando de arrancarme la cabeza, pero logro dispararle a su carta en pleno vuelo. Explota como si fuera una bomba y nos envía de rodillas al suelo. Se pone de pie rápidamente y huye. Le disparo con Destino a todo lo que da.

Algunos Ganchos se nos acercan con cadenas y sables. Doy un giro violento y les vuelo las entrañas hasta que se les salen por las espaldas. Echo a correr antes de poder escuchar el golpe húmedo de sus tripas estrellándose contra el embarcadero. Pongo la mira en Fate, pero me interrumpe el disparo de una pistola. Se aproximan más Ganchos, mejor armados.

Me escondo tras el casco de un viejo arrastrero para regresarles el fuego. Mi gatillo suena sin más. Tengo que recargar. Inserto munición nueva en el cilindro, escupo mi enfado en el piso y me sumerjo de nuevo en el caos.

A mi alrededor veo cajas de madera en pedazos, reventadas a punta de disparos y explosiones. Un disparo me arranca una buena parte de la oreja. Me armo de valor y empiezo a abrirme camino con el dedo en el gatillo. Destino acaba con quien se le ponga al frente. Un Gancho Dentado pierde la mandíbula. Otro sale volando en dirección a la bahía. Un tercero queda reducido a un puñado de tendones y músculos.

En medio del caos, diviso a Fate escapando hacia los rincones más lejanos de los muelles del matadero. Paso corriendo por el lado de un pescadero colgando anguilas de caza. Acaban de despellejar a una; sus tripas seguían desparramándose por el muelle. El hombre se voltea hacia mí empuñando su gancho de carnicero.

BAM.

Le vuelo una pierna.

BAM.

Continúo con un tiro en la cabeza.

Aparto el cadáver pestilente de un pez navaja de mi camino y sigo avanzando. La sangre acumulada de los peces y los Ganchos que derribamos me llega hasta los tobillos. Suficiente para que a un tipo elegante como Fate le dé un ataque. Incluso conmigo detrás de él, desacelera el paso para no mancharse las faldas.

Antes de que pueda alcanzarlo, Fate se echa a correr. Siento que me quedo sin aliento.

—¡Date la vuelta y enfréntame! —le grito.

¿Qué clase de hombre no se hace cargo de sus problemas?

Un ruido a mi derecha reclama mi atención hacia un balcón con dos Ganchos más. Le disparo, se derrumba y cae en pedazos hacia el muelle.

El humo de la pistola y los escombros es muy denso. No puedo ver un demonio. Corro hacia el sonido de sus delicadas botas que retumban contra las tablas de madera. Se está haciendo camino hacia el Puente del Carnicero, al borde de los muelles del matadero. La única salida de la isla. Por nada del mundo dejaré que se me escape de nuevo.

Al llegar al puente, Fate se detiene en seco a medio correr. Al principio pienso que se va rendir. Luego me doy cuenta de por qué se detuvo: En el otro extremo, una masa de bastardos con espadas se interpone en su camino. Pero yo no pienso detenerme.

Fate voltea para evitar el filo de las espadas, pero solo se topa conmigo. Soy su pared. Está atrapado. Mira a un costado del puente, en dirección al agua. Está pensando en saltar, pero sé que no lo hará.

Ya no le queda alternativa. Comienza a caminar en dirección a mí.

—Mira, Malcolm. Ninguno de los dos tiene que morir aquí. Tan pronto como salgamos de esta...

—Te vas a largar corriendo de nuevo. Como siempre lo has hecho.

No me responde nada. De pronto ya no le preocupo demasiado. Me doy vuelta para ver a qué le presta tanta atención.

Detrás de mí, veo cómo todas las escorias capaces de cargar una pistola o una espada invaden los muelles. Gangplank debe haber llamado a sus muchachos de todas partes de la ciudad. Seguir avanzando solo firmaría nuestra sentencia de muerte.

Por otro lado, morir no es mi mayor preocupación el día de hoy.

Aguas turbias mareas del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora