Acto 2 - Tercera Parte El espectáculo, Un observador, Cae la noche

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La Hidra Descarada era una de las pocas tabernas de Aguasturbias que no tenía aserrín en el piso. No era frecuente que un trago terminara en el suelo; para que hablar de un charco de sangre. Pero esta noche, el bullicio se escuchaba hasta allá por el Risco del Saltador.

Hombres de relativa reputación y mejores recursos echaban sapos y culebras cantando melodías fantásticas sobre las peores fechorías que habían cometido.

Y ahí, en medio del tumulto, una persona conducía el jolgorio de la noche.

Se contoneaba brindando a la salud del capitán del puerto y todos sus serenos. Su brillante cabello rojo se movía con soltura y cautivaba la mirada de todos los hombres presentes, quienes de todas formas no habían puesto los ojos en nada que no fuera ella.

Aunque la sirena de cabello carmesí se había asegurado de que ninguna copa quedara vacía esta noche, los hombres no se sentían atraídos hacia ella por la mera alegría de estar borrachos. Lo que anhelaban era la gloria de contemplar su siguiente sonrisa.

Con la taberna todavía rebosando de júbilo, se abrió la puerta principal, desde donde apareció un hombre vestido de manera sobria. Pasando tan desapercibido como solo es posible tras años de práctica, caminó hacia la barra y pidió un trago.

La joven mujer tomó un vaso recién servido de cerveza ambarina de entre un mostrador destartalado.

-Amigos míos, me temo que debo retirarme -dijo la dama con un gesto dramático.

Los hombres del puerto le respondieron con sendos alaridos de protesta.

-Bueno, bueno. Ya la pasamos bien -dijo en tono de tierno reproche-. Pero tengo una noche ajetreada por delante y ustedes ya van tarde si pretenden llegar a sus puestos.

Sin bacilar, se subió a una mesa, pero antes miró a todo el mundo a su alrededor con un dejo de regocijo y triunfo.

-¡Que la Serpiente Madre tenga piedad por nuestros pecados!

Les concedió la más cautivante de sus sonrisas, se llevó la jarra a los labios y bebió la cebada de un solo trago.

-¡En especial los más grandes! -dijo golpeando el vaso contra la mesa.

Se limpió la cerveza de la boca entre un estruendo apoteósico de aprobación y le lanzó un beso a la multitud.

Enseguida todo el mundo se retiró, como súbditos tras su reina.

El amable capitán del puerto le sostuvo la puerta a la dama. Esperaba conseguir una última mirada de aprobación, pero ella ya caminaba por las calles antes de que pudiera fijarse en su cortés y tambaleante reverencia.

Fuera de la taberna, la luna se había ocultado tras el Nidal del Manumiso y las penumbras de la noche parecían extenderse hasta alcanzar a la mujer. Cada paso que la alejaba de la taberna era más resoluto y seguro que el anterior. Su fachada despreocupada se había disuelto para revelar su verdadero ser.

Ya no quedaba un ápice de lo que hace unos segundos inspiraba alegría y entusiasmo. Miró con desaliento, no hacia las calles ni a los callejones alrededor suyo, sino a lo lejos, pensando en las miles de posibilidades que traía consigo esta noche.

Detrás de ella, el hombre de atuendo sencillo de la taberna le seguía el paso. Su pisada era silenciosa, pero desconcertantemente veloz.

En el lapso de un latido, sincronizó sus pasos a la perfección con los de ella, a unos centímetros de su hombro, justo fuera de su campo visual.

-¿Está todo en orden, Rafen? -preguntó ella.

Después de todos estos años, aún no podía creer que todavía no fuera capaz de sorprenderla.

-Sí, Capitana -dijo.

-¿No te detectaron?

-No -contestó resentido, luego de controlar su disgusto por la pregunta-. El capitán del puerto no tenía a nadie vigilando y en el barco no había ni una mosca.

-¿Y el chico?

-Hizo su parte.

-Muy bien. Nos vemos en el Sirena.

Luego de recibir su orden, Rafen se alejó y desapareció entre la oscuridad.

Ella siguió adelante mientras la noche la envolvía. Todo estaba puesto en marcha. Solo faltaba que los actores empezaran con el espectáculo.

Aguas turbias mareas del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora