Tercer Acto - Cuarta Parte Cielo rojo, Carnada para tiburones, Reconciliación

31 1 0
                                    

Pensé mucho acerca de la forma en que me gustaría abandonar este mundo. ¿Encadenado como un perro en el fondo del mar? Esa no se me había ocurrido. Por fortuna, Fate logra abrir el candado de mis grilletes justo antes de dejar caer la daga.

Me desenredo de las cadenas, sediento de aire. Me doy vuelta hacia donde está Fate. El pobre no mueve un músculo. Pongo mi mano alrededor de su cuello y empiezo a patalear hacia la superficie.

A medida que subimos, todo se ilumina con un tono rojizo.

Una onda expansiva me tumba hasta que ni siquiera sé dónde está la superficie. Caen trozos de hierro. Un cañón se sumerge a unos metros, seguido de un pedazo de timón chamuscado. También hay cuerpos. Una cara cubierta de tatuajes me mira conmocionada. La cabeza cercenada luego desaparece lentamente en la oscuridad bajo nuestros pies.

Nado más rápido, con los pulmones a punto de reventar.

Una eternidad después alcanzo la superficie, tosiendo agua salada y jadeando en busca de aire. El problema es que arriba es casi irrespirable. El humo me ahoga y se me clava en los ojos. Vi muchas cosas arder en mi vida, pero jamás algo así; parece que hubieran incendiado el mundo entero.

—Maldito sea... —me escucho murmurar.

El barco de Gangplank ya no está. Hay trozos de escombros echando humo repartidos por toda la bahía. Los islotes de madera al rojo vivo colapsan por todas partes y emiten un silbido a medida que se hunden. Una vela ardiendo cae justo en frente de nosotros y casi nos arrastra a Fate y a mí por última vez. Los hombres en llamas saltan desesperados de entre los restos chamuscados al agua para acallar sus gritos. El olor se parece al apocalipsis; es una mezcla de sulfuro, ceniza y muerte, entre cabellos quemados y piel derretida.

Me fijo en Fate para ver cómo está. Me cuesta mantenerlo a flote. El desgraciado es más pesado de lo que parece y no ayuda en nada que yo tenga las costillas rotas. Encuentro un trozo humeante de casco flotando cerca de mí. Parece ser lo suficientemente sólido. Nos echo a ambos encima. No es precisamente una embarcación, pero nos servirá de todos modos.

Por primera vez puedo observar a Fate con detención. Veo que no respira. Presiono su pecho con mis puños. Justo cuando empiezo a preocuparme de dónde van a terminar sus costillas, Fate tose un montón de agua salada. Me desplomo y agito la cabeza una vez más cuando empieza a recuperar la conciencia.

—¡Maldito estúpido! ¿Para qué regresaste?

Responderme le toma un minuto.

—Pensé que podía intentar hacerlo a tu manera —murmura arrastrando las palabras—. Quería saber qué se sentía ser un cabeza dura. —Sigue tosiendo más agua—. Se siente horrible.

Los peces navaja y otras criaturas marinas incluso más viles empiezan a rodearnos. No pienso ser carnada para nadie. Aparto mis pies de la orilla.

Un tripulante mutilado aparece en la superficie y se sostiene de nuestra balsa. Le pongo la bota en la cara y lo saco flotando de mi vista. Un grueso tentáculo le recorre el cuello y lo arrastra de vuelta a lo profundo. Ahora los peces tienen algo más para distraerse.

Antes de que se queden sin carne fresca, tomo una tabla de nuestra balsa y la uso para remar lejos de la carnicería.

Empujo contra el agua por lo que parece una eternidad. Mis brazos se sienten pesados y adoloridos, pero sé muy bien que no puedo detenerme. Cuando logro alejarme un poco de la masacre, me tumbo boca arriba.

Estoy agotado como un cartucho de escopeta mientras miro hacia la bahía. Está teñida de rojo con la sangre de Gangplank y su tripulación. No hay sobrevivientes a la vista.

¿Cómo es que todavía respiro? Tal vez sea el hombre con mejor suerte de Runaterra. O tal vez la buena fortuna de Fate alcanza para ambos.

Veo un cuerpo flotando cerca con un objeto que me parece familiar. Es el pequeño malnacido que estaba con Gangplank, con el sombrero de Fate entre las manos. Se lo quito y lo lanzo hacia Fate. No veo un gesto de sorpresa en su cara, como si siempre hubiera sabido que lo iba a recuperar.

—Ahora solo falta encontrar tu arma —dice.

—¿En serio piensas ir allá abajo otra vez? —le respondo, apuntando hacia el fondo.

La tez de Fate toma un particular tono verde.

—No tenemos tiempo. Quien quiera que haya hecho esto dejó a Aguasturbias sin jefe —digo—. Esto va a ponerse feo en cualquier momento.

—¿Me estás diciendo que puedes vivir sin tu escopeta? —me pregunta.

—Tal vez no —respondo—. Pero conozco a un buen armero en Piltóver.

—Piltóver... —dice, perdido entre sus pensamientos.

—Hay mucho dinero circulando ahí en estos momentos —digo.

Fate se concentra por un momento.

—Hmm. No estoy seguro de si me gustaría que fuéramos socios de nuevo... eres más estúpido de lo que ya solías ser —dice finalmente.

—Está bien. No sé si me gustaría tener un socio que se llame Twisted Fate. ¿A quién demonios se le ocurrió ese nombrecito?

—Bueno, es mil veces mejor que mi verdadero nombre —dice Fate entre risas.

—Tienes razón —admito.

Sonrío. Se siente como en los viejos tiempos. Enseguida borro toda expresión de mi rostro y lo miro directamente a los ojos.

—Solo tengo una condición: si se te ocurre dejarme a mí otra vez cargando la bolsa, te vuelo la condenada cabeza. Y sin derecho a réplica.

Fate acalla su risa y me devuelve la mirada por un momento. Luego de un rato, sonríe.

—Es un trato.

Aguas turbias mareas del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora