Tercer Acto - Primera Parte Sangre, Verdad, La Hija de la Muerte

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El puño choca contra mi cara otra vez. Me desplomo de golpe contra la cubierta del barco de Gangplank. Un par de esposas hechas de arrabio se me clavan en las muñecas.

Me ponen de pie con dificultad y me obligan a arrodillarme junto a Fate. Lo cierto es que no podría haberme puesto de pie si esta manada de matones virolentos no me hubiese obligado a hacerlo.

El enorme y musculoso imbécil que me golpeó entra y sale de mi vista.

—Vamos, hijo —le digo—. Lo estás haciendo mal.

No veo venir el siguiente golpe. Siento una explosión de dolor y mi cara vuelve a la cubierta. Vuelven a levantarme y a ponerme de rodillas. Escupo sangre y algunos dientes. Luego sonrío.

—Hijo, mi abuelita pega más fuerte que tú y eso que la enterramos hace ya cinco años.

Se acerca para golpearme otra vez, pero una palabra de Gangplank hace que se detenga enseguida.

—Es suficiente —dijo el capitán.

Bamboleando un poco, intento concentrarme en la borrosa silueta de Gangplank. Mi vista se aclara lentamente. Veo que lleva colgado en su cinturón la maldita daga que Fate intentó robarse.

—Twisted Fate, ¿no? Me dijeron que eras bueno. Y yo no soy de aquellos que menosprecian la obra de un gran ladrón —dice Gangplank. Da un paso adelante y se queda mirando a Fate—. Pero un buen ladrón sabría que es mejor evitar robarme a mí. —Se agacha y me mira fijamente a los ojos.

—Y tú... Si fueras un poco más listo, sabrías que lo mejor habría sido poner tu arma a mi servicio. Pero ya no importa.

Gangplank se levanta y nos da la espalda.

—No soy un hombre poco razonable —continúa—. No le pido a la gente que se arrodille ante mí. Todo lo que pido es un mínimo de respeto... algo sobre lo que ustedes escupieron encima. Y eso no puede quedar impune.

Su tripulación empieza a acercarse, como perros esperando la orden para despedazarnos. De cualquier manera, no me siento nervioso. No pienso darles esa satisfacción.

—Hazme un favor —le digo, apuntando hacia Fate con la cabeza—. Mátalo a él primero.

Gangplank suelta una risita.

Le hace un gesto a un hombre de su tripulación, quien comienza a hacer sonar la campana del barco. En respuesta, suenan una docena más en toda la ciudad puerto. Borrachos, marineros y tenderos empiezan a brotar de las calles, atraídos por el alboroto. El maldito quiere hacerlo público.

—Aguasturbias nos mira, muchachos —dice Gangplank—. Es tiempo de darles un espectáculo. ¡Traigan a la Hija de la Muerte!

Escucho un vitoreo mientras la cubierta retumba con el clamor de pisotones en el suelo. Traen un viejo cañón. Puede que esté oxidado y verde de lo viejo que es, pero sigue siendo una belleza.

Doy un vistazo hacia donde está Fate. Tiene la cabeza gacha y no dice una palabra. Le quitaron sus cartas... una vez que acabaron de encontrarlas. Ni siquiera le permitieron que se quedara con su estúpido sombrero de dandi; ahora veo a un pequeño malnacido usándolo entre la multitud.

De todos los años que conozco a Fate, siempre había sido capaz de hallar una salida. Ahora que está acorralado, puedo ver la derrota en su cara.

Bien.

—Es lo que te merecías, maldito infeliz —le gruño.

Él me devuelve la mirada. Todavía hay fuego en sus ojos.

—No me enorgullece la manera en que se dieron las cosas...

—¡Dejaste que me pudriera ahí adentro! —lo interrumpo.

Aguas turbias mareas del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora