Tercer Acto - Segunda Parte La zambullida, Una lucha con la oscuridad, Paz

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La carta que Malcolm puso en mi mano podría llevarme fácilmente hasta el muelle. Estoy tan cerca de la costa; desde ahí, desaparecer entre la multitud sería facilísimo. Podría escapar de este chiquero de isla en menos de una hora. Esta vez nadie me encontraría.

Un momento después, todo lo que veo es su cara enfurecida a medida que desaparece en las profundidades.

Maldito sea.

No puedo abandonarlo. No después de lo que pasó la última vez. Escapar no es una opción. Sé a dónde tengo que ir.

Siento que la presión se acumula y luego desaparezco.

En un instante estoy justo detrás de Gangplank, listo para hacer lo mío.

Un miembro de su tripulación me detecta sin tener explicación para cómo llegué aquí. Mientras piensa sobre el asunto, le doy un puñetazo justo en la cara. Su cuerpo cae sobre un montón de grumetes perplejos. Todos voltean a mirarme, los sables listos en sus manos. Gangplank lidera el ataque y trata de cortarme justo a la altura de la garganta.

Pero soy más rápido que él. En un único y sutil movimiento, me deslizo por debajo del acero arqueado y despojo a Gangplank de la adorada daga de plata guardada en su cinturón. Detrás de mí, escucho maldiciones que podrían quebrar el mástil en dos.

Salto hasta la cubierta y me guardo la daga en los pantalones mientras el extremo de la cadena se rompe contra la orilla del barco. Me estiro y agarro el último eslabón de acero antes de que desaparezca por la borda.

Al romperse, la cadena me tira hacia un costado y ahí es donde me doy cuenta de lo que acabo de hacer.

El agua viene hacia mí rápidamente. En ese instante eterno, cada parte de mi cuerpo quiere soltar la cadena. El hecho de ser un hombre de agua dulce que no sabe nadar me ha perseguido toda la vida. Y ahora me condenará a la muerte.

Respiro una última bocanada de aire. De pronto, el disparo de un mosquetón me perfora el hombro. Doy un grito de dolor y dejo ir mi último suspiro justo antes de que el mar me arrastre.

El agua congelada me golpea el rostro a medida que me hundo en su sofocante eternidad azul.

Es mi peor pesadilla.

Siento cómo se acumula el pánico. Trato de contenerlo. Casi me supera. Más disparos atraviesan el agua sobre mi cabeza.

Veo tiburones y mantas cerca. Pueden saborear la sangre. Me siguen mientras caigo en el abismo. Sigo hundiéndome.

Solo vive en mí el terror, de dolor no hay nada. Siento el latido de mi corazón en los oídos. Mi pecho arde. Debo evitar tragar agua. La oscuridad se retuerce en torno a mí. Es demasiada profundidad. No hay vuelta atrás. Ya lo tengo claro.

Pero todavía puedo salvar a Malcolm.

Escucho un ruido sordo bajo mis pies. Entonces, la cadena queda floja. Es el cañón, que acaba de chocar contra el suelo marino.

Uso la cadena para arrastrarme hacia las sombras. Veo una silueta más abajo. Creo que es Graves. Me arrastro con desesperación hacia él.

De pronto veo que está frente a mí, aunque a duras penas distingo el contorno de su cara. Creo que agita la cabeza para mostrar su furia porque regresé.

Voy a desmayarme. Mi brazo está entumecido y siento que me aplastan el cráneo.

Suelto la cadena para sacar la daga del pantalón. Mi mano tiembla.

Busco a ciegas en la oscuridad. Por obra de algún milagro, encuentro la cerradura de las esposas de Graves. Inserto la daga para tratar de forzarla, tal como lo hice con otras miles de cerraduras. Pero mis manos no dejan de temblar.

Incluso Graves debe estar aterrorizado. A estas alturas, sus pulmones deberían haberse rendido. La cerradura no cede.

¿Qué haría Malcolm en mi lugar?

Giro la daga. Adiós a la delicadeza. No queda más que recurrir a la fuerza bruta.

Siento que algo cede. Creo que me corté la mano. La daga cae. En dirección al abismo. Y sigue su curso... ¿Qué es ese brillo?

Justo sobre mí, percibo un rojo intenso. Rojo y naranja. Está en todas partes. Es hermoso... Así que esto es morir.

Me río.

Empiezo a tragar agua.

Es agradable.

Aguas turbias mareas del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora