Felices trescientos sesenta y cinco días múltiplicados por sesenta y seis. Y cómo no van a ser felices, teniéndote a ti. Que hasta la primavera te envidia por no ser tú durante todo el año, ya que ella solo puede caer en el intento de parecerse a ti durante tres meses. Y ni aún así.
Por ahí vienen Marzo, Abril y Mayo llorando, llorándote, por no poder acariciarte, otros le llaman llover. Y los truenos sólo son baladas tristes porque no existe mejor traje que vestirte. Vertirse de ti, de los hoyuelos que te salen al sonreír desprevenida, de tus risas, que ni el mayor compositor logró componer. De las alegrías que siempre te pones antes de salir a bailar y de los silencios bailados que nadie entiende. De los 'qué guapa que estás' y de los abrazos sin venir a cuento, hasta de tus reproches más incoherentes. De todo el esfuerzo que hábita en la suela de tus pies, justo ahí, al lado de las cosquillas. Y de cada madrugada donde el sol se ha intentado colar por la rejilla de la ventana, tan solo para verte amanecer.
De cada atardecer paseándose de puntillas por tu espalda mientras el viento hace lo imposible por besar tu mejilla. De cuando te enfadas y frunces el ceño como una niña, aunque tengas más de medio siglo de vida. Y de esas noches la luna suspira porque jamás conocerá lo que es tenerte. De esa manía de llegar tarde siempre, porque las reinas se hacen esperar. Y de lo que se supone 'querer' conjugado en cualquier tiempo verbal existente, siempre y cuando, vaya acompañado de un pronombre en segunda persona del singular.