Sé que a veces, tal vez, eches de más esos detalles insignificantes que en realidad lo son todo. Que es más fácil cerrar los ojos que afrontarse a esta estúpida realidad, lo sé. ¿Quien no ha querido ser niño eternamente? Cuando teníamos nuestro mundo con nuestras normas y nuestras reglas, que aunque fuesen las más disparatadas, éramos felices. Como que pisar las franjas negras del paso zebra era caer al abismo, cuando nos columpiabamos tan tan fuerte con la esperanza de rozar el cielo o simplemente cavar un hoyo por ser un pirata en busca de su tesoro. Y luego creces, te haces adolescente y vuelves a jugar con tus muñecas pero esta vez no son de plástico. Buscas un motivo para ser feliz pero no para estar tirste y de tanto buscarlo, te acabas perdiendo a ti misma. Pero mírate al espejo, tienes las ojeras más bonitas que jamás he visto, y las ruinas menos visitadas del planeta. Eres una rosa con más espinas que pétalos porque aún no se ha dado cuenta que la única manera de florecer es por dentro y no por fuera. ¿Recuerdas la historia del patio feo? Él era hermoso y jamás lo supo hasta que acepto que ser diferente era lo que le hacia especial. Que era Rudolf el reno de la nariz roja del que tanto hacían burla y el cual rescató la navidad o Dumbo, aquel elefante de grandes orejas, quien termino surcando el cielo porque esas enormes orejotas le permitían volar. Busca tu belleza interior como hizo Bella al enamorarse de Bestia. Eso que late a tu izquierda es lo más valioso que puedes hallar, algo que nadie te puede arrebatar y que muchos van mendigando por no saber que es amar. Y yo sé que tu corazón late tan fuerte que podría reventar tus pulmones y salir disparado, pero tú cabezita se ha olvidado que existe porque tu mente te guía más que lo que realmente te mantiene en vida.