Debo confesarte que siento impotencia cada vez que puedo apreciar tus pupilas dilatadas queriendo atrapar a otra persona que no soy yo en miradas absolutas de amor. Cada vez que soy un grito atrapado en mi paladar porque eres mendigo entre los barrios de mi hipocampo. El desgarre de mi garganta al tragarme palabras aflictivas vinculadas a tu desamor. Como soy incapaz de tolerar mi intolerancia ante esta incondición que me hace amarte. Como despecharte de mi pecho izquierdo si me siento Prometeo condenado por Zeus a ser la carroña de una ave. Y aunque me hayas dejado sin voz sigo cantándote todas las noches en sollozos silenciosos. Prometiéndole a la luna que será la última noche que te quiera, con los dedos entrelazados anulando mi promesa.