Ya no recuerdo como escribir historias de amor. Cada vez que aferro el lápiz a mi mano me tiembla el pulso, intento escribir sobre el papel pero me siento impotente. Sé que todo principio conlleva un final y que pocos de ellos son felices; es algo llamado realidad. Las yemas de mis dedos aún son coincientes de todas las veces que se han cortado al pasar página. Las miles de palabras que se han difuminado a causa de mis lágrimas. Tantas páginas arrancadas víctimas de un dolor permanente, que han pasado de serlo todo a no ser nada en cuestión de segundos. Creo que nunca he vivido un mal capítulo sin tener que ponerle punto y final a una historia. Hace tiempo que no escribo ningún libro, tan solo tengo fólios llenos de tachones derramados por los suelos, tachones sin importancia que nunca han llegado a ser sinceros.