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FUEGO Y SANGRE ACTO II: MAREAS TORMENTOSAS
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CAPÍTULO LVIII: La guerra no tiene compasión por nadie
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OTTO HIGHTOWER SE CONGRATULABA en secreto de que las incesantes lluvias, que azotaban el Occidente, hubiesen anegado el Camino Dorado, impidiéndole emprender viaje hacia Antigua hasta que las rutas fueran lo bastante seguras. Aquella contrariedad había resultado un pretexto perfecto para prolongar su estancia en Roca Casterly y poder observar de cerca cómo se acomodaba el príncipe Aemond en la fortaleza de los leones.
Lord Jason había dado la bienvenida a la comitiva real con una fastuosidad digna de los viejos cuentos: músicos, danzarinas y festines, en un intento ─no del todo vano─ de arrancar a Aemond alguna chispa de buen humor. Y el banquete celebrado en aquella noche en honor de los distinguidos invitados, terminó de convencer a Otto de que el Guardián del Occidente ya había alzado su pendón en las batallas por venir.
En un principio, Otto había soñado atar al Occidente a la causa de los Hightower concertando el matrimonio de Aegon con Cerelle, la hija mayor de Jason Lannister, quien apenas era tres años más joven que el príncipe. Pero cuando Rhaenyra empezó a estrechar lazos con sus nietos mayores, Otto comprendió que no podía ofrecerle semejante obsequio como lo era una alianza con los dominios occidentales. Aún era pronto para hablar de reconciliación entre los hijos de Viserys, pero Otto no estaba dispuesto a correr semejante riesgo.
