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FUEGO Y SANGRE ACTO I: LA PRINCESA DRAGÓN
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CAPÍTULO XXXVIII: Sueños y promesas
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RHAENYRA SE ENCONTRABA SUMERGIDA en un sueño. Aunque era consciente de ello, la escena que tenía ante sus ojos parecía tan real que le costaba distinguir la realidad de lo que no. En su ensoñación, veía a su madre, Aemma Arryn, tan cerca que creía poder tocarla, con una dulce sonrisa dirigida hacia su única hija.
«Madre...», jadea Rhaenyra, dando un paso hacia la mujer.
Casi se desplomó en los brazos de Aemma y, al sentir el cálido abrazo de regreso, las lágrimas que había estado conteniendo brotaron sin control. Se dejó llevar por el llanto en los brazos de su madre, sintiendo cómo esta acariciaba su cabello con ternura, como cuando era niña. Al menos en ese momento, en sus sueños, se permitió un instante de vulnerabilidad y dejar de lado la máscara de la heredera. Rhaenyra había aprendido a ser fuerte, a protegerse del dolor y la traición que parecían acechar en cada esquina de la corte. Pero ahora, en los brazos de su madre, se permitió ser simplemente una hija dolida que extrañaba a la mujer que le había dado la vida. Mientras se fundía en el abrazo de Aemma, Rhaenyra sintió una calidez reconfortante invadir su ser, como si todo el peso del mundo se hubiera disipado por un breve momento. Sabía que aquel encuentro era efímero, una ilusión tejida por su mente atormentada por el duelo, pero no pudo evitar aferrarse a él con todas sus fuerzas, deseando que ese momento de paz y amor durara por siempre.