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FUEGO Y SANGRE ACTO II: MAREAS TORMENTOSAS
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CAPÍTULO LX: La joya de la Casa Targaryen
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DAEMON ACOMODÓ CON DELICADEZA la manta que cubría a su hija. La pequeña frunció el ceño de forma graciosa, como si la ternura de su padre hubiese perturbado sus sueños, pero al cabo de unos instantes, su diminuto rostro volvió a relajarse. Al contemplar aquel gesto de fingido descontento, Daemon no pudo evitar sonreír.
━━Es perfecta... Tan hermosa como su madre ━━murmuró, dejando que su mirada se desviara hacia Laena, recostada en la cama junto a la recién nacida.
La sonrisa que Laena le dedicó disipó casi por completo los recuerdos del parto, casi, porque el eco de aquellos momentos aún resonaba con fuerza en la memoria de Daemon.
El parto de Laena había sido más rápido que el de Rhaenyra, y antes de que terminara el día, se anunciaba ya en la Fortaleza Roja el nacimiento de una nueva heredera de la Casa Targaryen. Rhaenyra y Rhaenys no se apartaron de Laena ni un solo instante, brindándole un cuidado mucho más eficaz que el que pudo ofrecer el propio Daemon, desorientado y silenciosamente aterrorizado... aunque ni bajo tortura lo admitiría. Durante todo el proceso, apenas se atrevía a soltar su mano; la sostenía con firmeza, procurando mantenerla en la postura indicada y obedecer sin vacilaciones las instrucciones del maestre Gerardys, quien dirigía la escena con la severidad de un comandante, como si se trataran de soldados ordinarios y no de príncipes de sangre valyria.
