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FUEGO Y SANGRE ACTO II: MAREAS TORMENTOSAS
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CAPÍTULO LXII: Buitres sobre la carroña
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RHAENYRA RECORDABA con absoluta nitidez cada ocasión en que Alicent había dado a luz a otro hijo para su padre. El alumbramiento de Aegon había sido, sin duda, el más doloroso para ella. Por entonces, cada mañana despertaba con el temor de que Otto Hightower irrumpiera en sus aposentos con aquella sonrisa ponzoñosa para anunciarle que el reino tenía, al fin, un nuevo heredero.
El nacimiento de Helaena la sobresaltó menos; sin embargo, cuando comenzaron los murmullos de que el rey, al fin, desviaría su atención de Rhaenyra ─quien durante años había sido su única hija─ para fijarla en la recién nacida, germinaron en la princesa los primeros brotes de animadversión hacia la pequeña Helaena.
Aemond, por su parte, se convirtió en causa de nuevas habladurías: algunos afirmaban que el vientre de la difunta reina Aemma había estado maldito, pues jamás pudo brindarle al reino un heredero, mientras que la nueva reina ya había dado a luz a dos varones. Solo la llegada de Daeron no logró infligirle dolor en el alma. En aquel momento, su mente estaba más absorta en los horrores que entrañaba el acto de dar a luz que en la idea de enfrentar a un nuevo rival en su lucha por el trono.
