II

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No es que nunca hablara con Ray. Era solo que había una cierta distancia, casi como una barrera transparente, entre él y yo. Habíamos estado juntos en el equipo de fútbol, pero Ray había decidido que el baloncesto era el deporte más indicado para él. Fue a partir de ahí, al final del primer año de secundaria, que comenzó a crecer la distancia.

Cuando él me dijo que trataría de calificar para el equipo de baloncesto, intenté mostrarme optimista. Sonreí y le dije —¿En serio? ¡Muy bien! ¡Más te vale que entrenes como desquiciado!—y no hubo vuelta atrás.

Supongo que simplemente lo dejé pasar.

Los años que siguieron fueron una tortura. Pertenecíamos al mismo curso, durante dos de tres años tocamos en la misma clase, las prácticas de fútbol fueron movidas a las tardes y tuve que verlo dos días a la semana sin posibilidad de evitarlo. Normalmente, me forzaba para ignorarlo, pero hasta alguien acostumbrado al enamoramiento no correspondido y con tres largos años de experiencia como yo tiene un límite. A veces, como había sucedido el día anterior en mi encuentro cercano con el balón durante la práctica, me quedaba perdido en una nube de pesimismo; era como una habitación amplia, oscura, en la que solo me encontraba yo sentado en el piso y en la pared frente a mí, como algo inalcanzable, la película de él, despidiendo una luz que aclaraba toda la estancia. Perdía mi conexión con la realidad. Una vez lograba poner los pies de vuelta sobre la tierra, estaba Lance a mi lado, gritándome maldición tras maldición sobre aspirar a ser un vice-capitán que no sueña despierto en pleno campo de juego.

Últimamente, había tenido muchos más de esos episodios, y de manera más frecuente. La razón probablemente era que, por más que me quejara de tener que verlo, ese era nuestro último año juntos en el instituto. Cierto, fuimos amigos muy cercanos durante un tiempo, pero no sabía a qué universidad iría, qué deseaba estudiar, si seguiría practicando deportes, o si tenía una novia. No sabía nada de él, y lo más natural sería perder todo contacto.

Estaba pensando esto cuando Brook, otro compañero del equipo de fútbol, me dio dos golpecitos en la espalda.

—¡Matthew! ¡Ya terminaron las clases! El profesor tiene que cerrar el aula, y tú tienes práctica conmigo. Si no te apuras, el capitán se pondrá furioso...

—¡Maldición!—gruñí. Tomé mis cosas y salí disparado de ahí, esquivando a otros estudiantes que caminaban a ritmo de ganado en los pasillos. Bajé las escaleras con rapidez, evitando tropezar –pues si llegaba tarde y con golpes, además de llamarme "maldito impuntual", Lance me llamaría "imbécil despistado" frente a todos- y corrí hacia los vestidores. Cuando llegué al campo de juego, Brook ya estaba posicionando una serie de conos naranja a lo largo del campo, y los demás habían empezado a dar las respectivas vueltas al campo para calentar.

Lance me lanzó una mirada asesina.

—Lo siento—dije, con una sonrisa fingida, del tipo que confiesa a gritos "es mi culpa, pero no te enojes".

—Y una mierda—Lance tomó los cabellos que cubrían mi frente y tiró de ellos levemente—, te distraes demasiado. No sé a qué venga, pero tienes que darles un buen ejemplo a todos ellos. Ya es suficiente que nuestro entrenador haya tenido que renunciar y la responsabilidad de las prácticas haya caído sobre nosotros, ¿sabes? Hemos pasado a ser las figuras de autoridad. Trata de cumplir con tu papel.

No hay muchas palabras con las que responder a tal reprimenda. Y si las había, yo no las conocía.

—...Entiendo—dije en voz baja, con cierta pena.

Lance sonrió. Para sorpresa mía, soltó mi cabello y me dio dos palmadas suaves en el hombro.

—Sabes que si sucede algo, puedes hablarlo conmigo. Eres demasiado cerrado... Ten un poco más de confianza.

ConcordanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora