XVII

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Dos días más tarde de lo planeado, fuimos a la tintorería a recoger nuestros trajes. Camino a casa, nos dimos cuenta que esa misma tarde estaba programado el ensayo para la graduación. Ray y yo dejamos los trajes en mi casa y corrimos hacia el instituto, riendo.

La última semana había sido muy tranquila y, para mí, de lo más perfecta. Ray llegaba a eso de las 10 a.m. a casa, veíamos alguna película, pensábamos en algo que hacer para almorzar, yo fungía como asistente en la cocina, reíamos. Dormíamos una pequeña siesta en mi habitación. Despertaba con la sensación de los dedos de Ray acariciando mi cabello, su mirada tierna sobre mí. Nos besábamos, hacíamos el amor y nos despedíamos antes de que Lana regresara.

Pensaba, por las noches, en cuán perfecto sería vivir con él en los años por venir. Me avergonzaba un poco tener ese tipo de ideas de damisela enamorada, pero simplemente no podía evitarlo. No podía pensar en un futuro que no lo incluyera.

Salíamos solo lo estrictamente necesario. Si bien en casa todo parecía pintar de maravilla, ambos estábamos conscientes de la presencia de mi padre, y de la posibilidad de volver a encontrárnoslo. Habíamos hablado sobre qué haríamos en caso de verlo, pero también concordábamos en que sería demasiado peligroso que sospechara de más acerca de nuestra relación.

Lance también nos advertía sobre eso. Llamaba cada día para preguntar cómo andaban las cosas, si había novedad alguna. —Sus ojos brillan como en las películas cuando se ven el uno al otro; es casi atemorizante. Deberían calmarse.

Sonrojados, Ray y yo nos comprometíamos a intentar ser un poco más discretos. Lance solo suspiraba, sabiendo que esos detalles eran involuntarios y que se nos salían de las manos.

El día del ensayo, a pesar de todo, llegamos temprano al instituto. Todavía no había nadie en el lugar, excepto por los organizadores, unos cuantos maestros y los ordenanzas. Al parecer, éramos los únicos dos que no habían leído un correo electrónico que informaba sobre un cambio en la hora.

Un poco más aliviados, decidimos dirigirnos a los campos de fútbol. Tomamos asiento sobre las bancas al borde del campo. La brisa de verano alborotaba nuestro cabello. A mi lado, Ray suspiró y se recostó sobre la fila de bancas tras él, cerrando sus ojos e intentando relajar su cuerpo, pero pude notar que la frustración no se había ido de su rostro.

Esa mañana, justo al ver a Ray de pie frente a mi puerta, me había dado cuenta de que algo lo inquietaba. Cuando pregunté qué era lo que le preocupaba, simplemente se encogió de hombros con una expresión sombría. Puso un papel que sacó de su bolsillo sobre la mesa frente al sofá de la sala de estar.

Era un cheque sin firmar. Un cheque por una suma más que considerable de dinero.

—Ray, ¿de dónde rayos...?

—La chequera del respetable David Pratt, por supuesto—Ray se puso de pie y empezó a darle vueltas a la sala, con sus manos en sus bolsillos, dirigiéndole miradas de odio al cheque.

Tenía que manejar el asunto con cuidado para no molestar a Ray. Tragué saliva. Él simplemente tomó un cojín y lo lanzó contra el piso tan fuerte como pudo, estallando en rabia.

—Ese es el dinero con el que entraré a West Balk. Incluso fui aceptado. El ensayo que escribí por obligación hace meses fue enviado sin mi consentimiento y me aceptaron. ¡Qué tal eso!

Empecé a entender la razón de su molestia, de la palidez que había visto en su rostro desde que entró. Las palmas de mis manos se sentían húmedas con el sudor, señal de que mis nervios me estaban traicionando.

—Pero tú...

Me interrumpió de nuevo.

—¿Yo qué? ¿Que yo elegí las artes culinarias? ¿Y West Balk no tiene más que negocios y economía? ¡Pues ese es el problema!

ConcordanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora