XIX

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Desde hace ya varios años había empezado a pensar en cómo mi familia había llegado al punto en el que se encontraba. Mi padre había desaparecido, mi madre se había volcado al trabajo y Lana se escondía en sus amistades, ignorándolo todo. Yo me escondía en el deporte, en Ray, en el tiempo que pasábamos sin hacer nada realmente importante.

Supongo que me dejó de importar la familia. O más bien, las familias en general. Si la mía estaba arruinada de la noche a la mañana, no quería saber las situaciones de las demás. Especialmente cuando de Ray se trataba, había algo que me impedía pensar en su entorno. Desde el principio quise conocerlo a él, a Ray, sin importar su contexto. Puede que por eso hayamos llegado a ser tan buenos amigos.

Recuerdo una tarde en particular en que el profesor de turno tuvo que sacarnos a gritos y amenazas del instituto. Ray había decidido luego de la práctica que jugaríamos un rato más, y eso hicimos.

Corríamos lado a lado por la extensión del campo de fútbol, pasándonos el balón el uno al otro. Si alguien no lo recibía bien, además de ir por él, debía hacer una confesión.

-¿Cómo se te ocurren esos juegos?- pregunté.

Ray sonrió de lado y puso el balón sobre el césped, iniciando la dinámica. -Será divertido, ya verás.

Y al principio sí lo fue. Ray perdió el balón un par de veces y me hizo confesiones de lo más inocentes. Tiendo a confundir a los profesores de Matemáticas e Inglés. La primera vez que vi el mar tuve miedo y no quise acercarme a la orilla...

Sentado sobre el polvo de la diminuta y fría bodega, sonreí. ¿Cuántas horas había pasado encerrado en ese lugar? Mi percepción del tiempo estaba hecha un desastre, pero ya hacía bastante Ray había dejado de dar golpes sobre la puerta. Una sombra en medio de la línea de luz que entraba por la ranura bajo la puerta me dejaba saber que Ray seguía ahí sentado de espaldas contra ella. Sonreí de nuevo y me acerqué, recostando mi propia espalda sobre la madera.

-...¿Ray?-mi voz hizo eco en las paredes-. ¿Me escuchas?

Sentí a Ray moverse atrás de mí. Luego de un corto silencio, golpeó la puerta dos veces.

-Sí, Mat... ¿tú me escuchas a mí?-sí lo escuchaba, pero muy débilmente. Ray hablaba con mucho más sigilo que yo.

Asentí, dándome cuenta de que ese gesto no tenía utilidad. La verdad era que lo escuchaba como a lo lejos, pero solo respondí con un sí, pensando que no había nadie más que nosotros dos ahí, en medio del usual silencio sepulcral en casa de Ray.

Silencio de nuevo. Supe dentro de mí que Ray estaba a punto de disculparse de nuevo, pero no quería escucharlo. No era su culpa.

-Oye, Ray, yo...

-Mira, Mat, yo...

Nuestras voces se mezclaron en el aire y ambos paramos de hablar. Suspiré, decidido a cambiar el tema un poco, a pesar de las condiciones.

-Ray, estaba pensando sobre la vez que nos quedamos hasta muy tarde en el instituto. ¿Recuerdas? El juego de las confesiones con el balón...

Él soltó una risita baja pero honesta que me devolvió un poco de calor al cuerpo.

-Claro. ¿Cómo no recordarlo? Me hiciste pedazos. Casi no confesaste nada.

-Y tú solo confesabas tonterías.

Me volví hacia la puerta y posé una mano sobre la madera, deseando poder traspasarla, poder alcanzar a Ray, acariciar su cabello... Si bien nuestras voces nos unían, nuestra relación había llegado a un punto en el que no era suficiente. Ambos necesitábamos una mirada que nos dijera que todo estaría bien, que estábamos juntos, pero esa maldita puerta nos lo impedía.

ConcordanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora