XVIII

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Ray luchaba por decirme con la mirada que me calmara, que respirara, que todo estaría bien. En cualquier otro momento le habría creído, e incluso si mi madre hubiera estallado en rabia le habría creído, pero mi madre guardaba un silencio casi mortal.

A pesar de que deberían de ser alrededor de las tres de la madrugada, todo el sueño y cansancio había escapado de nuestros organismos. Lo único que quedaba era un nivel de adrenalina elevado, como si estuviéramos a punto de pelear con mi padre de nuevo.

—Y bien—mi madre fue la primera en moverse, entrando a mi habitación con pasos seguros, demasiado seguros—. ¿Eres... amigo de Matthew?

Ray se estremeció al sentirse aludido. Mi madre se había acercado a nosotros, deteniéndose justo a nuestro costado. De repente la habitación era demasiado pequeña.

—Mamá, yo...

Ella alzó un dedo frente a mi rostro. —Silencio, Matthew. No seas maleducado. Deja que el chico hable.

El chico en cuestión tragó saliva. La noche era bastante fresca para ser inicio de verano, pero ambos sudábamos casi a cántaros. Intenté hacer gestos con el hombro para que Ray contestara; hacer que mi madre esperara no nos convenía para nada.

Comenzó asintiendo débilmente. —...Así es, señora Ry-

Alargué mi mano para cubrirle la boca antes de que pudiera añadirle al insulto con el apellido que ella odiaba tanto. Mi madre, junto a mí, pareció divertida por esto.

—¿Sabes que estaba a punto de meter la pata? Bien, Matthew; pensé que habías perdido el juicio por completo.

Suspiré. —Mamá, yo...

Ignoró mis palabras y volvió a dirigirse a Ray. —Y dime, muchacho, ¿cómo exactamente conoces a Matthew? ¿Instituto?

Aún con mis manos sobre su boca, Ray no pudo más que asentir. Tomó mis muñecas para liberarse y poder hablar. —Nos conocemos desde hace 7 años, señora. Fuimos compañeros del equipo de fútbol.

—Y también son compañeros del otro equipo, ¿no?

—Mamá, ¿por qué haces esto?

Ella me tomó por el brazo, acercándome, mirándome fijamente a los ojos, de una manera similar a como lo había hecho hacía cuatro años al atraparme en otra mentira. Sus dedos se enterraban en mi piel y el odio que seguramente había estado reprimiendo se expresó en su mirada, en la violencia con la que halaba de mí.

—Porque es lo mismo que hizo tu padre hace tiempo, ¿recuerdas? Esa tipa vino y se presentó, intentó hablar civilizadamente conmigo como si no fuera la gran cosa. ¿No es eso lo que esperas que haga yo también? ¡Dime, Matthew!— Me empujó de un lado a otro hasta hacerme tropezar con mi cama. Caí de costado sobre la alfombra, sintiendo que por dentro renacía algo que Ray me había ayudado a reprimir: temor.

Ray quiso acercarse para ayudarme, pero mi madre se interpuso en su camino, tomándolo del brazo y alejándolo. Lo empujó contra la pared, y pude ver en el rostro de Ray que no sabía qué hacer, cómo responder. Lance había sido fácil, lo de mi padre se había resuelto con cierta violencia, pero ¿qué podía hacer con mi madre si ella se negaba a escuchar?

—Dime, jovencito, ¿desde cuándo me esconden esto? No me digas que tres años, porque juro que...

Cuando la vi subir las manos al cuello de Ray, me abalancé sobre ella. —¡Mamá, espera!— grité, tomándola por los hombros y alejándola—. Deja que Ray se vaya, ¿sí? Habla conmigo, pero Ray...

—Si quieres decirme que no es su culpa, pues sí la es. ¡Es muy su culpa! ¡Matthew, por Dios!— Tomó mis manos y las alejó de sí misma—. ¡¿Cómo se te ocurre volverte marica?! ¡¿Cuándo sucedió?! ¡¿Por qué demonios decidiste hacerme esto?! ¡Y justo luego de rogarte que no fueras como tu padre!

ConcordanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora