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Pasé los últimos días del año encerrado en casa, enterrado bajo los cojines del sofá mientras veía televisión o hipnotizado con los videojuegos en mi habitación. Tan ensimismado estaba que ni me percaté de la primera nevada del invierno, que en ese año en particular había caído más tarde de lo habitual. Con el aumento del frío estuve tentado a aumentar la calefacción, pero ya que estaba solo en casa, decidí usar los guantes que Ray me había dado.

Sentí un poco de culpa y me puse también la bufanda que recibí de Lance.

Cuando Lana regresó a casa el jueves, me encontró ruborizado en mi habitación, luchando por quitarme la bufanda de encima y sacar mis manos de los guantes.

—¿Qué haces?

—Nada. Solo, uh... No quería bajar y, pues... Hace frío.

Lana me dio una mirada incrédula. —Holgazán—dijo, sacudiendo la cabeza—. Bueno, aparte de eso... No me había fijado hasta hace un minuto pero, ¿qué sucedió con nuestra contestadora?

Maldición.

Abrí la boca con la intención de decirle cualquier mentira que se me viniera a la mente, pero estaba en blanco. Apreté los guantes que sostenía en mis manos inconscientemente.

—Ah, eso. Pues... No, nada. Encontré una en oferta y no pude resistirme.

De nuevo, mirada incrédula, y esta vez acompañada con algo de preocupación.

—No me mires así. Tengo mis razones, ¿sí? Deja a tu hermano en paz; sal de aquí—Un poco molesto, me puse de pie para guiarla fuera. Lana no opuso resistencia alguna.

—A mí no me interesa, pero mamá se dará cuenta...

Tomé la perilla de la puerta, con la disposición de volver a mi encierro—Pues mamá ni siquiera frecuenta la cocina, así que no creo que suceda—por lo menos no pronto, pensé.

—Cena de Año Nuevo.

De nuevo, maldición.

Suspiré, sintiéndome derrotado. No quería hablar sobre eso... No quería ser el que le explicara a Lana lo que había sucedido. Ella ignoraba gran parte del problema, y mi madre y yo siempre pensamos que era lo más indicado para evitarle cualquier tipo de acomplejamientos, aunque ella pareciera no haberse preocupado mucho por mí.

—No es el momento, Lana. Después. Lo prometo.

—De acuerdo. Pero no lo voy a olvidar, Matthew. ¡Me debes una explicación!

"Ya son dos" dije en mis adentros. Mi hermana se alejó y yo cerré la puerta sin muchas fuerzas, como si el haber recordado la promesa que le había hecho a Ray drenara un poco de mi energía.

Personalmente, nunca había sido el tipo de persona que daba explicaciones, quizá debido a mi timidez. Este rasgo de mi personalidad me había traído infinidad de problemas que me habían hecho desear poder cambiar, pero abrir la boca y confesar las cosas parecía ser igual de problemático. Sacudí mi cabello, intentando liberarme de las preocupaciones.

La sensación de los labios de Ray sobe los míos regresó a mí como un escape a mis angustias. Sus manos en mi cuello, causándome un cosquilleo extraño que se extendía por todo mi torso. La lengua cálida que trazaba líneas pioneras por todo el interior de mi boca...

Creí que sucumbiría ante la necesidad de solucionar el habitual problema fisiológico al sur de mi cuerpo, pero, por suerte, el sonido del teléfono móvil me despertó antes de pensar demasiado. Saqué el aparato de mi bolsillo y contesté sin ver el nombre. Me alegré cuando escuché la voz de Ray del otro lado.

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