VIII

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Minutos antes de las nueve de la noche, Ray despertó. Fingí no haberme dado cuenta, pero la verdad era que había estado pendiente de todos sus movimientos. Hacía unos momentos, había tenido que pellizcarme al escucharlo gemir mientras cambiaba de posición junto al sofá, intentando que la sangre no bajara de mi cabeza a otras partes.

Lo vi de reojo y sonreí. —Buenos días, bello durmiente.

Me observó con ojos entrecerrados, que luego restregó con el revés de sus manos. —Ah, carajo... ¿cuánto tiempo me quedé dormido?

—Pues ya casi son las nueve, así que cerca de una hora, más o menos—me levanté del suelo y estiré brazos y piernas, que había mantenido tensos por un buen rato—. Debo irme ya, Ray. Es tarde.

—Lo sé. Lo siento, de verdad. Tanto decirte que eras mi invitado estrella y te dejé prácticamente solo al final—se paró y se dirigió a la cocina conmigo. Bostezó mientras tomaba mi bolso para dármelo—. ¿Ya te llamaron tus padres para saber dónde estabas? ¿O les dijiste que no esperaran despiertos?— preguntó, en broma.

Reí con cierta culpa. —Nah, mi madre ha de seguir en el trabajo, pero tengo ciertas cosas que terminar antes de poder dormir—hesité por un momento. Impulsado por los últimos eventos, decidí lanzar la pregunta.

—¿Y tus padres? ¿Trabajan hasta tarde? Mientras estabas dormido pensé que entrarían de repente, pero...

Ray bajó la mirada y metió una mano en su cabello, desordenándolo con cierta desesperación. —Eh... Algo así. Solo... Mientras estés aquí, no te preocupes por ellos.

—Entiendo—eché mi bolso sobre mi hombro y le di un par de palmadas, como dándome por listo para emprender camino—. Pues... Ha sido un placer. Siento no haber sido de mucha ayuda en la cocina.

—Para nada. Para ti no parece mucho, pero para mí... Me alegro de que hayas venido.

Caminamos hacia la puerta. La noche ya hace tiempo se había tornado completamente negra, con unas cuantas de estrellas iluminando la extensión del cielo. Al salir al porche, me di cuenta, de la peor manera, de cuán cerca estaba el invierno. La sudadera deportiva con la que había dejado el instituto no era suficiente para protegerme del frío nocturno. Mis hombros se estremecieron un poco en contra de mi voluntad.

A mi lado, Ray se cubrió la nariz con su mano hecha puño. —Maldición. De verdad es tarde, huh—un vapor blanco proveniente de su boca se dispersó en el aire.

—Es el clima de Acción de Gracias, y de las fiestas de fin de año. Y no es que no me guste, pero esta sudadera no es exactamente de la colección invernal—una suave brisa me hizo estremecerme de nuevo—. Supongo que iré corriendo a casa. Un par de calles no pueden ser tan malas.

Me dispuse a bajar los escalones y salir a la calle principal, pero Ray me detuvo tomándome del brazo. —Espera—dijo, y entró a la casa rápidamente. Escuché una puerta abrirse y cerrarse, y vi emerger a Ray con una bufanda negra en sus manos.

—Toma—dijo, rodeándome con ella. Tomó un borde de la tela y lo subió un poco para que cubriera mi nariz. Sonrió de lado y me pellizco suavemente la mejilla—. Desearía que pudieras ver cuán sonrojado estás. Tu piel blanca reacciona fácilmente al clima.

Respiré hondo. Había más razones aparte del clima por las que sonrojarse, pero Ray parecía no reparar en ellas.

—Uhm, gracias. Por la bufanda y por todo. Yo... Será mejor que me vaya, sí. Uh. Gracias de nuevo. En serio.

Caminé con cierta pesadumbre hasta la calle principal. Ray me siguió. —Hey, Mat, ¿no quieres que te acompañe? Digo, son solo un par de cuadras.

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