Amé.
Sepa Dios si por algún maleficio decidí morirme.Su cuerpo era un calorcito de tarde moribunda.
Me aterraba hallarme sin su tácita melodía.
En mi pecho aún fulge un fuego,
un rayo de sol incrustado a voluntad.
Y es que no se olvida un beso dado en el estío,
(No, no como un improviso de la carne)
ni el aroma que viene del trabajo en la tierra.En ese pecho se oían los susurros de las olas
y oía las liras del propio mar.No he olvidado sus labios. Ni su mirada clara.
Era seguro que yo era de él, pero éramos los dos la misma cosa.
Eso... fue lo que lo mató.